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Alejandro Varderi

Cuba: Vidas quebradas en tiempos oscuros (I)

Las recientes manifestaciones a lo largo y ancho del país exigiendo libertad, alimentos y medicinas condensan el sentir de la mayoría silenciosa que, globalmente, se halla desde hace unos años en pie de guerra contra quienes ejercen el poder, muchas veces indefinidamente. La falta de oportunidades, la carencia de lo más básico en un ambiente de desesperanza, están uniendo finalmente a la gente, puesta a tomar la calle para reclamar un cambio radical en las estructuras político-sociales. Una realidad, haciéndose cada vez más urgente en el pueblo cubano, prisionero por más de seis décadas de un sistema ferozmente autocrático y represivo.

La sordidez de vidas quebradas por la soledad, la violencia y la miseria recoge en Chamaco (2010), película del cineasta Juan Carlos Cremata, distintas visiones convergentes en un objeto de deseo marginal e inestable, como alegoría de todo lo que no funciona en Cuba. Karel, un veinteañero llegado del campo a La Habana buscando una mejor vida, acabará perdiéndola por propia voluntad cuando la cadena de eventos y personajes interconectados con él se cierre sobre sí misma y lo asfixie, espejeando con ello la opresión de un país entero.

Si bien la capital cubana no es aquí escenario más allá del nombre de un parque o una pizzería, ya que la película discurre en exteriores e interiores sin especificidad alguna, las dinámicas surgidas de la revolución e impuestas por varias generaciones a sus calles y habitantes se expresan en las cuitas de los protagonistas, como representantes de esa mayoría silenciosa que tomó las calles, tras muchos años de humillaciones y penurias.

Una diégesis estructurada en cuadros cortos, aísla la acción y extrae de cada existencia lo que la dictadura le ha hurtado; ya sea oportunidades, como en el caso de Karel, prostituyéndose por un lugar donde vivir; prestigio, cual ocurre con Alejandro, abogado inmerso en una doble existencia entre lo familiar y lo prohibido; seguridad, como sucede con su hija Silvia, una doctora consagrada a su trabajo pero carente de afectos sólidos; o aspiraciones, tal como acontece con Miguel, el hermano de esta, moviéndose sin rumbo en línea de fuga permanente.

Será entonces ese afán de huir de Miguel el móvil del argumento, al haber quedado tendido en el suelo del parque donde un travesti y una limpiadora comparten banquito, mientras esperan que algo pase o les pase, en un país donde “no pasa nada”, como expresa la mujer dedicada a vigilar la estatua de un héroe y lo que ocurre a su alrededor. “Tú eres un tipo”, le dice la guardaparque a La Chupi, su compañera de banquito, quien vende flores o se vende —“por una me dan un dólar en el Floridita”—, en tanto espera a Saúl, policía corrupto y chulo de los muchachos que se prostituyen por la zona.

La ausencia de referentes urbanos en encuadres fundamentalmente nocturnos, pues la cronología refiere a las horas anteriores y posteriores a la Nochebuena, ahonda la impresión de un “allá sin un dónde” proveniente de la visión artificializada de Cuba. Una visión, que el cine de Hollywood proyectó en los años treinta y cuarenta, siguiendo las políticas neocolonialistas de los Estados Unidos, culpables del ascenso, no solo de la dictadura cubana, sino de otras muchas en el mundo, hasta llegar hoy a la vergonzosa y degradante destrucción de Afganistán. Ello queda deconstruido en el film, al llevar hasta el melodrama la parodia norteamericana de la Isla, en el maquillaje y los accesorios de La Chupi; y donde la cesta con flores hiperrealiza las que adornaban a aquellas rumberas de las pantallas hollywoodenses.

Lo grotesco del conjunto borra no obstante el efecto kitsch, distanciando a los caracteres del estereotipo y confiriéndoles una seriedad con una fuerte carga política de denuncia a un gobierno anquilosado e intolerante. Esto conmina a los mismos cubanos a acusar a sus vecinos para saldar cuentas y vengar rencillas, o en el caso de la limpiadora, rehusarse a reconocer la diferencia y lo diferente, además de ocultar su miedo a inculpar al asesino de Miguel. Una duplicidad, que Karel explota en tanto explota a sus víctimas, ya sean el joven asesinado por no llevar dinero para pagar su apuesta en una partida de ajedrez, el abogado y padre de la víctima a quien seduce para extraerle dinero, el “tío” Felipe manipulado por sus encantos hasta humillarse ante él, Silvia viviendo un affaire con el asesino del hermano y amante del padre, y el policía cuya falta de escrúpulos le permite tejer la red donde acabarán cayendo todos.

Karel se transforma aquí en el oscuro objeto del deseo, cuya ambigüedad proviene de la imposibilidad cultural para reevaluar su rol de género, dada la precariedad de una situación que lo convierte en víctima de su propio destino. Ello le impide enfrentar la alienación impuesta por el sistema despótico cubano en quienes no gozan de sus favores, a fin de hacerse con las herramientas para mejorar su condición y hacer realidad sus sueños de conquistador. “Todo eso si uno tiene dinero para el carro, el gimnasio, la orquídea. El día que tenga bastante plata me voy a hacer con tres jebitas a la vez”, le cuenta a Miguel, mientras juegan la partida de ajedrez que para ambos resultará mortal.

La falta de referentes de estos jóvenes en una sociedad sometida, aislada y privada de lo más esencial los lleva a ventilar sus frustraciones evadiéndose de las responsabilidades familiares, cual ocurre con Miguel, o destruyendo indiscriminadamente lo que no satisfaga sus urgencias, como sucede con Karel. Pero las intransigencias exteriores son demasiado fuertes para quienes no cuentan con el favor del régimen o detentan una posición de poder dentro del mismo, cayendo entonces por las rendijas de un sistema cuya sobrevivencia está por encima del bienestar colectivo, lo cual le hace sacrificar a quien sea necesario con tal de mantenerse incólume. Aquí será el asesinato de Miguel y el posterior suicidio de su asesino lo que abrirá y cerrará respectivamente el film, quedando las horas anteriores a ambos sucesos expuestas, con todos sus sobresaltos e incongruencias, en el contenido de la diégesis.

De ese espacio entre ambas muertes se nutrirá el argumento a fin de exponer las cegueras del poder, aun cuando algunos de sus integrantes pretendan dar una visión más humana y normalizadora de la homosexualidad, en un país donde la persecución y castigo de la disidencia ha sido la norma desde la instauración del castrismo. La iluminación enfatizará el secretismo y ocultamiento resultantes del deseo entre iguales privilegiando los encuentros en lugares sombríos, y remedando con ello las zonas oscuras del ser cubano, reacio a aceptar abiertamente y en plano de igualdad a los miembros del colectivo LGBTI.

Tú estás en algo. Tú estás esperando a alguien”, pondera la informante sopesando a La Chupi. Ella no se sentirá sin embargo aludida, pues pertenece a una generación post-Mariel mucho más concientizada de su situación, sus derechos y prerrogativas dentro del régimen, pese a la homofobia existente en todos los sectores de la vida nacional. De ahí que el acoso de la limpiadora no le preocupe demasiado y pueda hasta rebatir abiertamente sus sospechas. Igualmente, el hecho de tener a Saúl como protector y amante ocasional, le da la seguridad para permanecer allí y pedirle a la mujer que busque otro banquito donde sentarse, mientras ella aguarda por su “marido”.

La llegada de Saúl, quien ve en el asesinato de Miguel una oportunidad para extorsionar a la familia del finado, interrumpirá abruptamente el diálogo entre las dos mujeres, exponiendo además una cercanía con La Chupi que tratará de disimular ante la informante; si bien cuando le dé su chaqueta para que no pase frío y dinero para que se vaya de allí, quedará al descubierto la relación, enfatizada por el beso de despedida del travesti. Otra muestra de la ambigüedad masculina para aceptar y aceptarse, enmascarando en un machismo impostado la verdadera dirección de su deseo, la cual tendrá aquí un desarrollo inesperado en la cadena de relaciones puesta a unir a los distintos caracteres entre sí.

El aireamiento de la diferencia del conjunto contará con un trasfondo eminentemente político, en la tácita presencia de los “logros” de la revolución, orbitando entre la oscuridad de una noche muy poco buena para ellos. “Como es fin de año la carne estaba más cara, por supuesto, medio verdosa”, le participa Silvia a Alejandro, el padre, mientras prepara la cena que ningún miembro de la familia comerá esta Nochebuena. Con ello la película toca de soslayo el tema de la escasez, aún en los hogares profesionales donde los sueldos combinados de una doctora y un abogado no alcanzan para poner sobre la mesa una buena comida. Y en tanto va enumerando la poca calidad de los ingredientes con los que se ha visto obligada a cocinar, Silvia deja transpirar su resentimiento hacia el padre, debido probablemente a la doble vida de este y al negativo impacto que tuvieron sus acciones en la psiquis de la madre, ya desaparecida, tal como veremos en la segunda parte de este artículo.

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