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Cuando Marx puede más que las hormonas

Esta frase la escuchó el filósofo español Julián Marías, padre de ese portento de la literatura española llamado Javier Marías, cuando tenía 22 años, justamente en 1936, antes de que las dos Españas comenzaran a desangrarse. Iba este cristiano y republicano, gran discípulo de José Ortega y Gasset, en un tranvía madrileño a la facultad, cuando subió una belleza de esas que quitan el aliento.

“Una mujer espléndida, de gran belleza y atractivo, elegante y bien vestida. El conductor volvió los ojos para ver si los viajeros habían terminado de subir y así reanudar la marcha. Y la miró con odio inconfundible. Me recorrió un estremecimiento de sorpresa y consternación: tuve una especie de iluminación, y pensé: Estamos perdidos. Cuando Marx puede más que las hormonas, no hay nada que hacer” (Una vida presente, I).

Sus memorias, junto con una obra breve pero muy estimulante para pensar, La Guerra Civil, ¿Cómo pudo ocurrir?, que apareció en volúmenes de autores varios a partir de 1980, merecen ser leídas con urgencia profiláctica.

Piensa Julián Marías el suceso más dramático de la historia de España en el siglo XX. Un hecho que por cierto no le resulta verosímil. “Si hay un caso en que me ha parecido siempre inadmisible la noción de la inevitabilidad, es la Guerra Civil”.

Evidente resulta el paralelismo que surge de bulto entre las reflexiones de Julián Marías y la realidad venezolana de 18 años, y estos dos meses tan funestos y estremecedores, que han paralizado de alguna manera la realidad para instalar entre nosotros un mecanismo de relojería letal. Aquí también –podría decir yo- se intenta liquidar una democracia.

Una fecha. El 11 de mayo de 1931. Marías advierte un incidente menor. La quema de conventos. Apenas se ha instalado la Segunda República. El hecho fundacional de la violencia anticlerical. “Cuanto peor, mejor’’: la consigna que acuñaron quienes apelaban al horror para alcanzar sus objetivos.

Una rivalidad. La condición civil no resultaba atractiva, para la libertad y la convivencia. Su apariencia era aburrida, gris, desgraciada. Brillaba más lo militar y lo eclesiástico. Las botas sonaban más duro. La tragedia era una viento inevitable.

Una preferencia. En 1936 también prevalecía lo político por encima de todas las cosas. Importaba más que uno fuera de un lado o del otro.

Una explicación. ¿Cómo entender la aparición de la sangre? Pereza, concluye Marías.  “Para pensar, para buscar soluciones inteligentes a los problemas, para imaginar a los demás, para ponerse en su punto de vista… Era más fácil la magia, las soluciones verbales… España se tomó unas vacaciones de la inteligencia y el esfuerzo’’. ¿Nos la tomaremos nosotros?

Dos certezas. Aquí también perdimos el respeto por la vida humana. Aquí también la violencia es consecuencia de la frivolidad.

“La democracia fue herida de muerte’’, alega Marías. Dividieron a España en dos bandos, para identificar al “otro’’ con el mal, y eliminarlo. ¿Polarización? Sí, devastadora. Tan grave como la demolición impúdica de la institucionalidad.

Hacia el final Julián Marías reconoce que los españoles necesitaron vencer la guerra,  reponerse de “esa locura biográfica, es decir, social, que nos acometió hace algo más de cuarenta años…’’. No fue fácil.

¿Será que nosotros también padecemos esa “locura biográfica’’, de la que habla Marías? Quiero pensar que no. Somos capaces de conjurar nuestro peor destino. Es mucho lo que podemos ahorrarnos si dejamos que impere la cordura. Hay una frase de Mandela en la película Invictus: “Hemos probado que somos lo que ellos temían que fuéramos. Tenemos que ser mejores que eso’’. Es poderosa.

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