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Cuando el invierno arde

Existen momentos en los cuales el que resiste frente al fenómeno totalitario necesita parcializar su cine. Si bien los totalitarismos nazi, soviético y fascista armaron hasta los fotogramas en propaganda para la inflamación del espíritu de la guerra como si del retumbe de tambores de Mordor se tratase, el lado que combate resistiendo se vale también de hacer sonar cuernos y campanas para dar ánimo y coraje a sus hombres. El documental Winter on fire (2015, Evgeny Afineevsky, acompañado por Netflix) recoge las experiencias e impresiones de los ucranianos durante la toma de la Plaza de la Independencia en Kiev, a finales de 2013 e inicios del 2014.

 

El invierno se acerca

Los ucranianos proeuropeos vieron el regreso del presidente Viktor Yanukovych con algo de sospecha, condición que confirmaron cuando el gobierno se negó a establecer un acuerdo para pertenecer a la Unión Europea luego de haber anunciado que así sería. Afineevsky recibe la llamada de un amigo en Kiev, quien le pide que venga a filmar lo que sucede porque “se está haciendo historia”. Acompañado de un equipo de casi treinta camarógrafos el ruso Afineevsky se dirige a Ucrania y filma la protesta que provocó la huida del país de Yanukovych (a ser recibido por el nieto del cocinero favorito de Stalin, el presidente Putin).

La progresión de eventos la cuentan los mismos protagonistas, aquellos que soportaron el invierno ucraniano en la calle por casi cien días. Uno de los rasgos más determinantes que se muestran de la resistencia, además de su valentía y coraje, es su organización: un sector para tecnología que se ocupaba de la recarga de los teléfonos y las cámaras, y el uso de las redes para comunicar a los protestantes con sus familias; un sector con medicinas, reservas de agua, atención médica; en otro militares retirados se ofrecían para entrenar a los muchachos que se atrevían a ir a la vanguardia, los que se enfrentaban cuerpo a cuerpo con la policía. Siempre vemos a los representantes de las fe judías, católicas, musulmanas y más, entre la gente bendiciendo, consolando, rezando.

Las imágenes son poderosas: unos paneos desde lo alto reúnen a un millón de personas que se rehusaron a abandonar la protesta pacífica de la plaza. En principio la represión de la policía del Estado se limitaba a disolver con garrochas de hierro y balines de goma los intentos de la gente de acercarse al edificio gubernamental, sin embargo pronto pasó a gas lacrimógeno y al final a balas de plomo y francotiradores. La labor de los camarógrafos es arriesgadísima: vemos morir a un hombre a escasos diez metros de la cámara. Para cuando llegan los grupos armados paralelos al Estado, mercenarios que asesinan a cambio de una botella de vodka, la plaza y los alrededores se han convertido en un campo de batalla campal, llenos de escombros, nieve, sangre, cenizas y fuego, con unas barricadas altísimas (las gochas contemporáneas les habrían hecho gracia) que no llegaron a impedir el enfrentamiento.

 

En llamas

No se trata de un documento histórico “objetivo”. No hay entrevistas sino a los que resisten porque quieren apegarse a Europa, y ninguno de ellos es un radical: todo lo contrario. Los prorusos no aparecen; mucho menos la declaración de algún policía o funcionario. Y es que a Afineevsky no le interesan. Y creo entender por qué: hay momentos en los que los matices, el gris, no tiene sentido. Los protestantes aparecen buenos, buenísimos, y la policía de Yanukovych, mala malísima. Y hay cabida para eso. Pues en circunstancias en las que se lidia con lo poderoso arbitrario y no hay, por supuesto, quien escuche, detenerse a matizar no servirá de nada. Winter on fire es importante porque siendo parcial incentiva a los ucranianos que aún quieren ser Europa a seguir luchando por conseguirlo, y eso debería agradecerse cuando los hay como Putin todavía insistiendo en desatender los reclamos de sus ciudadanos. Aquellos de los que uno se pregunta, como lo hace uno de los entrevistados, quién los parió.

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