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Cuando en el arte se mira el vacío

The Four Seasons Restaurant, de Romeo Castellucci

Recientemente invitada al festival Fringe de Filadelfia de este año, esta obra, The Four Seasons Restaurant, de Romeo Castellucci, capta la atención con su título casi banal y juega con nosotros al escondite, a la adivinanza. Pone un poco a prueba nuestra información dentro del complejo mundo del arte, y nuestra habilidad para descubrir metáforas, pero sobre todo, pone a prueba nuestra disposición a enfrentarnos a la tragedia del vacío.

Romeo Castellucci es sin duda uno de los creadores teatrales más estimulantes, sorpresivos y profundos de hoy en día, aunque mucho mejor conocido en Europa que en las Américas u otras partes del mundo. Con esta pieza nos acerca, o nos lleva, a las preguntas más primarias, las causantes de esos miedos que llevamos bajo la piel.

Retomemos un momento el título, que apenas alude a un famoso restaurante en Nueva York, pero que apunta al momento anecdótico en el que el pintor Mark Rothko rechaza una importante comisión para dicho restaurante, a finales de los 50, después de haber aceptado y comenzado a trabajar en la serie de pinturas. El grupo de trabajos creados a partir de tal propuesta desviaron así su presencia a paredes y espacios más dignos del drama de tan intensas emociones; y permanecieron ausentes del restaurante para siempre. Significativamente, ni Rothko, ni sus obras, ni sus ideas aparecen en la obra teatral. Nos damos cuenta vagamente de algo no muy fácil de aprehender: la presencia de la ausencia.

Aprendiendo a ver, a través del dibujo, tradicionalmente se nos invita a observar el espacio vacío, al cual se le ha dado nombre: el espacio negativo. Es ese espacio que nuestra percepción enmarca entre la forma de los cuerpos, de los objetos, el espacio que existe entre las patas de una silla, desocupado de materia y al cual le damos una forma. Pero, es realmente un vacío? Sabemos que no, pero serán estos vacíos, o huecos que no contienen imágenes, capaces de recordarnos otras ausencias?  Castellucci dice, en una de sus conversaciones, que el arte debe proporcionarnos preguntas, no darnos respuestas. Mientras tanto, The Four Seasons Restaurant nos pasea por un espacio interestelar con el sonido estruendoso que produce un hueco negro, en una ‘traducción’ o transposición de una grabación lograda por la NASA, haciéndolo accesible al oído humano. Nos remonta a la tragedia perenne de la vida; vida que en la materia es efímera y finita. El nacimiento se convierte en la muerte: “No me dejes” “No me dejes” parecen frases inofensivas, brevemente expuestas en un momento dramático del montaje, pero que tienen el poder de quedarse titilando en la memoria, a punto de convertirse en una furia huracanada. Y nosotros, extraordinariamente pequeños en la escala del universo, comenzamos a sentir la invisibilidad de nuestra presencia; aunque ésto, en nuestra condición humana,  no representa el nivel de tragedia que significa en nuestras historias personales la desaparición del otro.

Cuando en el arte se ve el vacío (no ‘al’ vacío) como en el caso de esta obra mencionada, o de la obra madura de Rothko, lo que hace es devolvernos la mirada y dirigirnos a nuestros propios vacíos, los vacíos que van dejando las pérdidas. Quizás la pregunta última sea si será ésta una de las grandes barreras a romper, una de las metas a lograr. ¿Será que perderle el miedo a la pérdida es lo que nos trasciende? Y así poder dejar atrás en la historia la tragedia que nos causa la idea de la nada, evitando ser arrastrados en la turbulencia emocional de un gigantesco hueco negro.

Castellucci nos dice que más que atraerle la tragedia, es ésta quien lo busca a él. Probablemente nos busca a todos, pero podemos tener el poder de no dejarnos encontrar, sin dejar de sentir, sin dejar de disfrutar con nuestros sentidos lo que aún nos acompaña. Me temo que permanecerá, sin embargo, la impresión de ese primer desprendimiento y pérdida al nacer, el ‘no me dejes’ debe haber sido la primera sensación hacia nuestra madre, que nos arroja de su cuerpo sin la conciencia de habernos lanzado al vacío. Desde luego, un vacío que después iremos llenando, olvidando, y como Rothko, sublimando en el arte, y transformándolo en color.

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