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Juan Pablo Gómez
Juan Pablo Gómez - ViceVersa Magazine

Crónica sentimental de España

Como en España ni hablá

y eso dígalo en la China

y en Madagascá

Copla española (años 40)

En 1969, Manuel Vázquez Montalbán publicó unas crónicas sobre la vida social de la España popular entre los años 40 y los 60. El impacto de esas crónicas, agrupadas bajo el título de “Crónica sentimental de España,” fue tremendo y tuvieron que ser recogidas en un libro, que fue revisado y aumentado varias veces. Aquellas crónicas representaron un rotundo éxito no sólo para el autor, sino para la gente que pudo ver, por fin, representadas a través de palabras los sinsabores y las alegrías más recónditas de sus difíciles vidas en aquellos años. La guerra civil española fue tan absorbente para el imaginario artístico que los años posteriores, sumidos en el dopaje franquista, quedaron muy relegados. Vázquez Montalbán hundió la mirada en la larga postguerra española y extrajo retratos y pequeñas historias conmovedoras que aunque nos llegaron en blanco y negro, tenían su peculiar colorido.

Cómo puede alterar a la psique colectiva una guerra tan devastadora entre hermanos y cómo la vida siempre trata de abrirse campo donde le dejen un mínimo resquicio abierto es lo que estas crónicas intentan mostrar. De Conchita Piquer, pasando por Machín o los años de Kubala y Di Stéfano, la gente pudo dejar el largo trasiego de la más básica supervivencia hasta llegar por fin a la vida digna. En pocos lugares ese proceso costó tanto esfuerzo y tiempo como en España. Ésa era la ventaja, acaso la única, de la miseria de la postguerra: nadie se distraía enteramente del vivir, nadie perdía el tiempo en abstracciones ni ideologías, porque la realidad cruel imponía su crudeza. El día a día, entre alimentos racionados, precariedad social y opresión política, a la vez que enrarecían y hacían pesado el ambiente, obligaba también a la gente a saber disfrutar como nunca los pocos legajos de alegría y felicidad que las circunstancias podían ofrecer: coplas, vino, toros, fiestas patronales, fútbol y romerías. O simplemente la España pura y dura de siempre, pero desnuda.

Ese libro es una joya periodística que sabe explotar un tono de elipsis sugerente permanente y una economía de palabras justas, para darle primacía a la elocuencia de las imágenes. En estos días, hace falta volver a lecturas así, en una España que, por enésima vez, reaviva sus eternos fantasmas y que se ve tentada a enfatizar sus diferencias. Antonio Machado y Goya llamaban a esa testarudez “las dos Españas”. Y la verdad es que es difícil mantener contentos a todos en una nación tan compleja y plural. El nordeste entra en pulso con el centro por la secesión y, aunque en términos pragmáticos es casi imposible que ocurra, en términos sociales y culturales la fractura es un hecho. Cataluña es la única Comunidad Autónoma del Reino de España que no tiene el Estatuto que quiso (y que legalmente constituyó). Ese es el origen (dejando de lado las centenarias luchas por los fueros) de una crispación cada vez más intensa por incorporar unos derechos de mayor autonomía. El Estado central optó por ignorar esas peticiones y alimentó con su pasividad el monstruo secesionista. Si una región está tan descontenta y enardecida, el imperioso deber de un Estado central es interesarse por ese malestar y tratar de subsanarlo. No creo que haya un solo español ni un solo catalán que no sepa que ambos estarán en peores condiciones separados. Lo necesario es el diálogo que, por mucho que se recomiende como única opción sensata es cada vez más desoído, y en tal caso, intentar seducir –hasta donde sea posible- a los catalanes para que deseen quedarse. Pero el Estado ha optado por caerle a porrazos a la gente como mensaje para que no se vayan. Una forma extraña de decirle que quiere que sigan juntos. El fracaso de la política es cada vez más grotesco y es evidente que desde ambas posiciones ni siquiera saben bien qué hacer. Todo parece dirigido por la improvisación y la inmadurez. Qué bien vendría a tirios y troyanos releer estas crónicas del catalán Vázquez Montalbán para hacer ver que quienes peor la pasaron, en Cataluña y en el resto de España, encontraron formas más vitales de estar en el mundo y de quejarse menos. Lamentablemente, el pesimismo se impone siempre en lugares donde la memoria es tan corta y tan acomodaticia.

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