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Crónica de pactos inútiles

Los pactos buscan conciliar acuerdos, pero ellos dependen de la buena fe de los firmantes.

En septiembre se iniciaba la Segunda Guerra Mundial hace 80 años, y en el mismo mes, seis años después, terminaba. Los alemanes invadieron Polonia en la madrugada del 1 de septiembre de 1939 y, con ello, se inició la guerra. El 2 de septiembre de 1945, el Japón firmaba su rendición incondicional a bordo del USS Missouri.

En 1938, el gobierno nazi exigió la devolución de Danzig, ciudad libre creada al término de la Primera Guerra Mundial. Cabe señalar que, en primer lugar, la invasión alemana a Polonia era previsible y que en su momento, ya se hablaba abiertamente de guerra en la mayoría de los foros, aun en los salones y clubes. Sin embargo, Arthur Neville Chamberlain se negaba a la realidad. Intentó por todos los medios impedir una guerra para la cual se había ido preparando la Alemania nazi, a pesar de las restricciones impuestas por el Tratado de Versalles. A él le correspondió declarar la guerra tras la agresión como una suerte de chiste de mal gusto del destino. Asimismo, el régimen nazi pactó un tratado de no agresión con la desaparecida URSS, para prevenir una respuesta soviética en caso de materializarse la invasión contra Polonia (como lo había propuesto Chamberlain en otro acuerdo justamente para evitar la invasión pero que fue rechazado por Polonia). Sin embargo, el 22 de junio de en 1941, el ejército alemán desplegó la operación Barbarroja e invadió la URSS, violando el acuerdo firmado en agosto del 1939, como esperaban la mayoría de los analistas entonces.

No deseo adentrarme en las implicaciones del Pacto Ribbentrop-Molotov (nombre atribuido al tratado de no agresión entre la URSS y el Tercer Reich) y los acuerdos para repartirse Europa oriental. Solo busco señalar lo que ocurre cuando el acuerdo de paz es más importante que la paz. Hemos visto como en Colombia, Jesús Santrich e Iván Márquez retomaron las armas, por razones que Carlos Alberto Montaner atribuye a vínculos con el narcotráfico (El Independiente, «Estalla la paz en Colombia»), dejando en claro, además de la pobre palabra de quien milita más que un grupo insurgente, en un cartel de drogas (y por ello las acusaciones de la DEA), que al presidente Santos le interesaba más firmar un tratado (y de paso, ganar el premio Nobel) que lograr una verdadera paz para Colombia. Algo similar ocurre en Venezuela (y me atrevería a decir que no casualmente). Maduro ha declarado que los líderes de las ahora FARC disidentes son bienvenidos en este país, tras las declaraciones de la agencia antidrogas de Estados Unidos sobre las vinculaciones de Santrich con el narcotráfico (el Cartel de Sinaloa), como lo confesó Marlon Marín, sobrino de Iván Márquez, a las autoridades estadounidenses, con lo cual podría uno especular acerca de una eventual estrategia del Foro de San Pablo y sus aliados ante la posible pérdida de frentes en América Latina (Venezuela, el más probable). Y con esto solo digo que es improbable una negociación efectiva con el régimen.

A mi juicio (ojalá esté equivocado), como lo hicieran en Venezuela en la década de los ’70, facciones no pacificadas y leales a un proyecto ideológico que si bien es obsoleto y rechazado por la mayoría, buscan: a) primar un modelo más allá de la voluntad ciudadana e incluso, de su propio bienestar, y b) como corolario de lo anterior, alianzas con grupos «antiimperialistas» (aunque en la práctica sean organizaciones criminales y terroristas repudiadas por el mundo civilizado). Volvemos sobre la perversión de las prioridades pues, importan más los acuerdos mezquinos, y desde luego, las apetencias de grupos minoritarios, de élites, que engolosinadas con el poder, asumen a las naciones como sus propios cotos. Dicho de otro modo, la voluntad del ciudadano va quedando en segundo lugar, aplazada por los deseos e intereses de élites.

Así pensaban los nazis, y por qué dudarlo, también los soviéticos, y en estas tierras, los guerrilleros devenidos en delincuentes, así como también los líderes de una «revolución» que dejó de pensar en los «pobres» (si es que acaso los tuvo en cuenta alguna vez), para privilegiar por sobre todas las cosas al modelo totalitario en sí mismo, tal y como lo expone magistralmente George Orwell en su obra «1984».

No reniego del diálogo, pero sé que este no funcionará si antes no hay condiciones que presionen a las élites a negociar su rendición, la cual ocurre o bien porque el statu quo cambia y la permanencia en el poder empieza a ser extremadamente onerosa para la élite gobernante, o como les ocurrió a los nazis y los japoneses, se encuentran brutalmente derrotados (caso en el cual no hay diálogo, hay solo un acuerdo de rendición incondicional impuesto por los vencedores). Creo que aún estamos muy lejos de haber derrotado a la élite, de haberla dejado sin balas (como le ocurrió a los nazis en abril de 1945), ni posee la oposición «una bomba atómica» (para los necios y superficiales, se trata de un recurso literario y jamás de una expresión literal) que fuerce la rendición incondicional del chavismo. Pienso no obstante, que las condiciones cambian y que la oposición unida (realmente unida en un frente robusto, como los aliados en la Segunda Guerra Mundial) puede alterar el estado de cosas, de modo que a la élite le sea más beneficioso negociar su retirada que mantenerse en el poder.

Este tránsito no es fácil y a los que ingenuamente apuestan por una «salida pacífica y electoral» les digo que hace rato dejó de ser lo primero (si sumamos los muertos en manifestaciones, los torturados, los asesinados en las OLP y los que a diario se mueren de hambre y de mengua), ni creo posible lo segundo si antes no se logra un acuerdo nacional para la reinstitucionalización del país (que incluya a los chavistas disidentes, porque nos guste o no, las transiciones suponen tragar sapos). Tal y como están las cosas hoy, Maduro no tiene por qué transigir, por qué renunciar al poder omnímodo que viene ejerciendo con la anuencia de grupos interesados en la preservación de un modelo que hasta ahora les ha enriquecido inmensamente. Eso hay que cambiarlo. De otro modo, la salida será improbable en el corto plazo, y, trágicamente, mucho más dolorosa de lo que ya es.

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