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Andreina Montes
crisis venezuela

La digestión internacional del crimen alimentario en Venezuela

Desde 1999 hasta 2015, las estadísticas internacionales mostraban un “progreso” considerable en la seguridad alimentaria de Venezuela. Paradójicamente, mientras más se agudizaba la escasez de alimentos, más la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) se afianzaba en reconocer internacionalmente a Maduro por su “ejemplar” gestión contra la malnutrición.

El 16 de Junio de 2013, la FAO apremiaba a Venezuela por haber alcanzado los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) establecidos por la ONU en 2000. Con la ratificación de las ODM Venezuela se comprometía a reducir a la mitad su población con hambre antes del 2015. Sorprendentemente, Venezuela resolvió pasar de un 13.5% en 1990 a un continuo 5% de población desnutrida en el 2007, de acuerdo con el reporte de la ONU.

El más remarcable de los galardones otorgados a Venezuela es el del 2013. Por el mérito de haber reducido a más de la mitad el número absoluto de población con hambre en menos de 10 años –pasando de 2.7 millones en 1990 a 1.3 millones en 2007– la FAO homenajeaba públicamente los esfuerzos del presidente Maduro en haber alcanzando ininterrumpidamente desde el 2009 no sólo los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), sino también los establecidos en la Cumbre Mundial contra el Hambre (CMH).

Más recientemente, el 7 de Junio del 2015, Venezuela recibía nuevamente una recompensa durante la celebración de la 39º Conferencia de la FAO por clasificar no sólo entre los 72 países en haber alcanzado los ODM, sino por formar parte del exclusivo comité remarcable por su “éxito notorio” en conseguir que un 95,4% de población tuviera acceso a tres o dos comidas al día.

¿Cuál era la fórmula mágica del socialismo bolivariano para acabar tan contundentemente con el hambre en Venezuela? Las respuestas, según los reportes de la FAO, se hallarían 1) en el incremento al acceso a alimentos subsidiados –gracias a la incorporación de más de 2 millones de personas al sistema de seguridad social– y 2) en el alza de alimentos disponibles facilitados por la Red de Abastecimiento del Estado, los cuales habrían atendido a 17.5 millones de personas en 22.000 puntos de distribución.

En suma, para el 2015 Venezuela estaba subsidiando el 78.8% del coste alimentario total del país o, lo que es lo mismo, cubriendo los gastos de comida del 61% de la población, según FAO 2015. Lo que fácilmente explica la popularidad internacional de las políticas alimentarias de Chávez.

Todas las estadísticas apuntaban a que las misiones de Chávez contribuían a un mejoramiento global de la salud, la nutrición y la pobreza del país. Sin embargo, lo que habría quedado meticulosamente oculto tras las bambalinas del teatro alimentario internacional eran los reportes científicos sobre el hambre y los efectos de la malnutrición, especialmente en niños y adolescentes.

Estudios publicados en The Journal of Nutrition de la Sociedad Americana de Nutrición muestran que para el 2012, un año antes de los reconocimientos de la FAO, niños de localidades suburbanas eran no solo cognitiva y emocionalmente conscientes de la escasez de alimentos en sus hogares, sino que manifestaban sentimientos de vergüenza, angustia, tristeza y preocupación en la medida en que participaban activamente en las estrategias del manejo de la escasez de alimentos de sus familiares adultos. 

En el 2014, la misma revista publica un artículo que revela la reducción masiva en la calidad y la cantidad de ingesta de alimentos, altos índices de trabajo infantil, deserción escolar y la asociación directa de la delgadez y los desmayos a la falta de alimentos como catalizadores de la experiencia del hambre en niños menores de 17 años.

Otros estudios del Journal of Hunger and Environmental Nutrition sugerían en el 2015 que adultos miembros de hogares periféricos respondían a los recortes incrementando créditos en el consumo de alimentos, aumentando la dependencia a alimentos silvestres, intensificando el intercambio de alimentos con miembros externos al núcleo familiar, sacrificando la ingesta de comida,  reduciendo el número de ingestas diarias y migrando a las ciudades en busca de empleos de corto a mediano plazo para aliviar la carga financiera.

Para el 2016, un estudio sobre salud y nutrición revelaba que el 69% de los hogares venezolanos con niños padecía de inseguridad alimentaria. Con testimonios concretos sobre las causas, la temporalidad y las consecuencias del hambre se ponía en evidencia que la falta de alimentos representaba un peligro para el desarrollo cognitivo, físico y emocional de niños entre 10 y 17 años en zonas marginadas de Venezuela.

Lo más grave de haber obviado éstos y otros reportes sobre desnutrición en las estadísticas internaciones es que además de proyectar una imagen optimizada –para no decir optimista– del paisaje alimentario de Venezuela, perpetúan uno de los crímenes alimentarios más importantes cometidos en el continente latinoamericano.

Tomemos al ejemplo de la FAO, que desde el 2010 no maneja cifras oficiales sobre personas subalimentadas en Venezuela, y sin embargo se da la libertad de asegurar que la proporción de personas desnutridas es de <5.0 %, es decir, “muy por debajo” del nivel de desnutrición en su escala del hambre mundial –por debajo incluso de países como Colombia o Ecuador, que hoy sirven de proveedores de productos subsidiados a Venezuela–. 

Una comunidad internacional que hasta hace poco defendía vehementemente el legado de Chávez se ve hoy desacreditada por los hechos que hablan más allá de las cifras. Como diría el humorista francés Coluche “las estadísticas son como los bikinis: lo que muestran es sugerente, pero lo que ocultan es esencial”, sobre todo las bolivarianas.

No basta con remarcar la inviabilidad de las cifras que han vislumbrado a la FAO y otros agentes de la comunidad internacional sobre la (in)seguridad alimentaria en Venezuela; hay que desenmascarar el éxito de las políticas alimentarias de Chávez basadas en ranking estandarizados –como las 2.358 Kilocalorías diarias necesarias “para una vida sana”, según la FAO– que omiten deliberadamente la calidad y, sobre todo, de la proveniencia de los insumos.

En un país como Venezuela, donde más del 83% de los insumos son importados, éste factor no es un simple detalle, es la clave que define un sistema alimentario insostenible y económicamente irresponsable. ¿Como fue la FAO capaz de otorgar méritos en materia de alimentación antes de verificar la salud de las empresas nacionales de producción de alimentos? 

La digestión internacional del mayor crimen alimentario jamás cometido en América Latina es solo un ejemplo de cómo la comunidad internacional celebraba con bombos y platillos el subsidio masivo del alimento de “todos”, coartando el derecho individual a la seguridad alimentaria.

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