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Covid-19 y el billete de la lotería

Nos salió caprichosa la pandemia, casi como un tornado, esos vientos violentos, asesinos, destructores, esos vientos que discriminan y que a un costado de su camino de destrucción dejan la casa del vecino sin que siquiera se haya movido una cortina.

Impredecible, la pandemia golpeó violentamente a la República Dominicana y dejó con un mínimo de casos detectados a su vecino Haití.

Haití tierra de pobreza extrema

Haití golpeado por las fuerzas de la naturaleza

Haití destruido por los terremotos

Haití sin agua y sin techo

Haití tierra arrasada

Haití tierra de nadie

Haití tierra bendita resistente al virus por lo que ya no quedaba nada

Haití donde hasta la esperanza se había alejado de sus fronteras.

Quizás por ello el virus se compadeció de Haití y solamente golpeó a 80 de sus ciudadanos.

Los envejecientes del mundo temblaron, la espada del virus cercenaba sin piedad a los ancianos. En los muros de las residencias, al igual que en las prisiones, una inscripción de mano temblorosa dejaba ilegible testimonio. Sin embargo, en Japón país envejeciente, el virus los respetó sin que se sepa el porqué.

Un día la peste abandonó Japón y viajó a Ecuador para alimentarse de sangre joven, aquella que supuestamente se resistiría a sus designios. La peste, implacable explotadora de los países pobres, se alimentaba de la sangre de los ecuatorianos, su último recurso natural para combatir la pobreza.

El virus afectó nuestra mente, nos tiene locos, locos de locura circular, locos de miedo antes de golpearnos, locos desconfiando de nuestra cordura, locos al salir de la enfermedad y no poder recordar no solamente a los amigos que nos abandonaron sino qué nos pasó y soltarnos indefensos a sus brazos caprichosos, un enemigo desconocido del que solo nos queda un vago recuerdo.

La peste nos negó nuestro mundo y nos dejó sin un lugar donde refugiarnos.

El desierto, el desierto con su calor, con su frío, pensamos era el refugio ideal, nuestra tierra de salvación, la tierra prometida, sin embargo, una mitad del desierto fue golpeada, la otra no. La tierra prometida se transformó para unos en tierra de perdición, para otros en tierra de salvación.

¿Qué hizo la diferencia? Nadie lo sabe.

¿Caprichoso el virus? ¡no!

Conocemos cómo se propaga, y podemos ralentizar su propagación, lo que no podemos impedir es que nos llegue.

Se pensó que la riqueza tenía que ver en sus resultados, puede que sí, pero los detentores de la riqueza pueden comprar tiempo, poner en primera fila a sus peones, lo que no pueden impedir es que les llegue.

Se pensó que la distancia podía ponernos a salvo, sí, puede impedir que nos infectemos, lo que no hace es eliminar el peligro y nos obliga a vivir a la defensiva.

Se pensó que aquellos a los que no atacaba habían sido víctimas de otra enfermedad y quizás por ello crearon anticuerpos, quizás, lo que no se sabe es a qué enfermedad se refieren y cuán inmune se es.

Se pensó que la composición genética, la raza de la cual se proviene era un factor determinante en impedir su propagación. Quizás. Pero la peste atacó al araucano en el sur de Chile y respetó al indígena en las alturas de Bolivia.

Se pensó que el calor y la humedad eran factores que determinaban su grado de propagación, pero en igualdad de condiciones, en unos sectores no se propagó y en otros se levantó con mayor fuerza.

Se pensó en todo esto y mucho más, pero a decir verdad nadie sabe a ciencia cierta qué determina su actuar.

¿La mortalidad?

La mortalidad quizás dependa de todos estos factores, o quizás de una combinación de factores, pero también quizás dependa de cada uno de nosotros y de que sin saberlo, nuestra resistencia o debilidad la hayamos creado desde antes de su aparición.

Quizás el tiempo, cuando el tiempo de la pandemia devele sus secretos al microscopio, nos dará respuestas. Por el momento no hay otra solución que comprar el tiempo hasta el día en que aprendamos a derrotarlo, lo único de lo que tengo certeza es de que en esta mala hora

un país es una región

una región es una ciudad

una ciudad un pueblo

un pueblo una casa

una casa una familia

una familia un individuo

un individuo el mundo,

y la muerte de ese individuo es la muerte del mundo que conocemos

es la muerte de ese individuo que conocíamos

y el nacimiento de un ser distinto

en un mundo diferente.

Así lo espero.

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