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maximo mena

Cortázar y Nabokov: el fuego en las palabras

¿Dónde se encuentra el comienzo de un relato o de una novela? ¿Dónde comienza el juego de la rayuela, dónde se inicia la Rayuela de Julio Cortázar o ese humano camino hacia otros cielos?

El autor de Rayuela propone al capítulo 73 como uno de los posibles inicios, como una de las variantes para la apertura del relato. Allí se menciona la historia de una napolitano que hasta el día de su muerte contempló un tornillo como si en su dureza o en su espiral se escondiera un enigma. Esa pieza solitaria y desenroscada, ese misterio que conservaba en su bolsillo era, por supuesto, algo más que sólo un tornillo. Desde este capítulo se afloja un gran tornillo en todo el libro; se deja de lado la posibilidad de hablar sobre los supuestos hechos y se comienza a contar la historia de la duda por sobre todas las certezas. Como en Cirenaica, novela de Ermanno Cavazzoni, en la que los personajes aflojan los tornillos de los trenes y las estructuras de una ciudad, Cortázar desatornilla los soportes de las palabras y del relato, deja en suspenso las convenciones de principio y final; porque las historias que desea contar no se sabe cuándo empiezan. Porque si partimos de la incerteza de ese tornillo que no ajusta nada, el libro se empieza a mover sobre sí mismo y a cambiar sus diversos rostros.

¿Se inaugura la novela con una búsqueda en París o con la búsqueda de las palabras? Si el texto gira sobre sí mismo y se arroja hacia lo irrepetible e inolvidable, la lectura deja de ser contemplación: se acerca mucho más a lo que anuncia la palabra alemana que emplea el narrador de Rayuela en el capítulo 73: Tätigkeit. La lectura es Tätigkeit, actividad, puesta en movimiento, acción: la lectura es movimiento vital. Por ello, al desmontar la escritura (ese gran tornillo), la lectura se convierte en un recorrido no lineal, se transforma en una geografía, con meandros, calles sin salida y hombres que se bajan del tren en la estación equivocada. La propuesta de las inflexiones casi infinitas de un relato será puesta en funcionamiento por Cortázar con más intensidad en la obra 62/Modelo para armar. El relato de Cortázar se inicia con la pregunta sobre cómo contar y continúa con el recorrido por las calles de París, se pasa así del capítulo 73 al capítulo 1.

Un año antes de la publicación de Rayuela en 1963, Vladimir Nabokov dio a conocer su obra Pale fire (Pálido fuego). Este libro de Nabokov posee también múltiples bisagras que desarman el relato ya que está compuesto por un poema en cuatro cantos y un prólogo y comentarios sobre el poema que absorben casi toda la extensión del texto. Charles Kinbote, el prologuista y comentarista, intenta a través de las notas al poema de John Francis Shade explicar los versos que son decisivos para entender la vida y la obra del poeta. Sin embargo, Kinbote termina por contar su propia vida, otra historia que apenas se toca con la de Shade. Se produce una composición de miles de fragmentos y uno no sabe cuál historia ha leído. Como en el libro de Cortázar que se transforma en “muchos libros”, aquí el lector sabe que ha leído varias historias al mismo tiempo, pero también duda si ha leído todo el libro y si se ha terminado de captar los sucesos.

Es así que los libros de Nabokov y de Cortázar comparten esa extraña cualidad de hacer dudar a los lectores si han terminado de leer los relatos, si se ha completado la lectura. Y en este punto reside una clave, porque la lectura es siempre una actividad que nunca termina de ajustarse y parecerse a sí misma: como el tornillo (con su rosca y giro interminable) o como el fuego (siempre diferente a sí mismo). La frase «pálido fuego», además de ser el título del libro de Nabokov, aparece también en el poema de Shade:

(Pero esta charla transparente exige
algún título lunar. ¡Ayudame, Will! Pálido Fuego.)

Kinbote reconoce que Shade se refiere a un texto de Shakespeare pero en el momento en el que escribe los comentarios dice contar sólo con una versión (mal) traducida del Timón de Atenas y considera que sería un “monstruo estadístico” que justamente fuera en esa obra de donde se haya extraído la frase. Con posterioridad no busca la expresión en un texto en el idioma original. Es conocido cuanto se divertía Nabokov con los anagramas, acertijos y los juegos en sus novelas por lo que no debería sorprender a los lectores encontrar que, efectivamente, la frase pale fire aparece por única vez en toda la obra de William Shakespeare en el Timón de Atenas:

The sun’s a thief, and his great attraction
Robs the vast sea; the moon’s an arrant thief,
And her pale fire she snatches from the sun

[El sol es un ladrón, y su gran atracción
se roba el vasto océano; la luna es una ladrona notable,
y su pálido fuego le arrebata al sol]

Charles Kinbote se nutre del ardor de la obra de John Shade para escribir su propia autobiografía, del mismo modo que James Boswell saca a relucir su “fuego inventado” a partir de la vida y la obra del doctor Samuel Johnson. Y ese paralelismo ya se anuncia desde el epígrafe de la obra de Nabokov extraído de la La Vida del Doctor Samuel Johnson. Un escritor que da vida al fuego, al “pálido fuego” de la escritura para contar, para retratar las profundidades de la luz. El «pálido fuego» de la escritura, de la lectura: de los hombres que llevan, en sí mismos, las palabras que los convocan sin pausa ni escapatoria.

Aurora Bernárdez, quien fue la compañera de Cortázar a lo largo de muchos de sus años en París, fue la traductora al español del libro de Nabokov. ¿Habrá leído Julio Cortázar Pálido fuego mientras escribía o terminaba Rayuela? Creo que ésta no es la pregunta importante, sino quizás pensar cómo compartían estos dos grandes escritores, que propusieron libros y escrituras móviles e inacabables, la sensación de que la escritura podía ser (como se expresa en el mencionado capítulo 73) un fuego «incurable», «el pulso de una hoguera (…) ardiendo así sin tregua». El fuego imborrable de la escritura que no cesa de cambiar sus colores y de reinventarse para seguir dando calor y luz, para que las palabras puedan seguir diciendo; llamas para hablar, pavesas y cenizas que encienden el aire y las historias. Ese fuego que convierte los frágiles puntos brillantes que lentamente se apagan en sinuosas líneas negras (en el papel impreso) que no se borran ni se olvidan.

En el cuento «Tres libros y una isla» de Roberto Fontanarrosa, uno de los personajes menciona que, cuando le preguntaron a Jean Cocteau que salvaría de un incendio, él contestó que salvaría el fuego. Entonces, hay salvar el fuego, eso que parece no estar en ningún sitio. Porque en definitiva, ¿qué se salva del fuego? ¿qué permanece de las historias que contamos o que nos contamos a nosotros mismos? Tal vez, un fuego parecido al fuego «sin color» de la novela Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, un fuego que ya no consume papel pero que está ahí, vivo y palpitando en otras palabras, en la memoria de esos personajes que recuerdan y se aprenden los libros con memoria para que el fuego perviva y no se apague la chispa que cuenta. «Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la Rue de la Huchette…» Porque de una u otra forma y ante cualquier ardid para decir otra cosa, finalmente “ardemos en nuestra obra…».

De estos fuegos inolvidables nos hablan Cortázar y Nabokov: de las lenguas irrepetibles de la escritura.

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La Maga de Colombia
La Maga de Colombia
5 years ago

El fuego, metáfora de la vida, que se consume no solo en los dias que pasan sino en en el pensamiento que busca respuestas a las incógnitas del hombre, para qué la vida, que caminos recorrer, cual es el sentido profundo de las cosas que se viven Desentrañar 0el fuego avivador del alma que nos sitúa mas alla de nuestra humanidad para hallar la eternidad o el fin inexorable de nuestros dias? Los comentarios planteados sobre sobre el fuego del que habla Cortazar en Rayuela empiezan a desenrrollar el ovillo existencial. Como el sin fín del tornillo, otra metáfora de… Seguir leyendo »

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