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Toni García Arias
Toni García Arias - ViceVersa Magazine

Coronavirus y Educación

Con el cierre de los colegios debido al coronavirus, muchos son ya los que se están preguntando qué va a suceder con el curso escolar. Decenas de -presuntos- expertos aparecen entrevistados en periódicos, radios y televisiones afirmando que si hay que alargar el final del curso o que si hay que adelantar una hora cada día para recuperar lo perdido. Al parecer, no han aprendido nada de toda esta crisis.

No han aprendido, por ejemplo, que la vida es un continuo aprendizaje. No hay prisa: lo que no se aprenda el 18 de marzo de 2020 se puede aprender el 18 de marzo de 2021. Lo importante es llegar vivos a esa fecha. Esto quiere decir, además, que uno puede aprender a sumar con 80 años, pero a ser buena persona, no. A ser buena persona se aprende desde que uno es pequeño. Por eso son tan importantes los valores. Y, por esa misma razón, hay que encontrar un hueco en el sistema educativo para la ética y la filosofía. Un hueco grande. También en Educación Primaria. Y hay que hacerlo de manera equilibrada, porque la educación se ha vuelto absolutamente estresante. Y el estrés perjudica el aprendizaje. La culpa de este estrés que está asfixiando la educación la tienen la burocracia y el exceso de contenidos. El exceso de contenidos obliga a la superficialidad y, en educación, es mejor profundizar en dos contenidos que “superficializar” cientos. En cuanto a la burocracia, solo decir que se nos ha ido de las manos. Ya no dominamos nosotros la burocracia: la hemos alimentado de una manera tan salvaje que ahora es ella la que nos domina a nosotros. A veces da la sensación de que, en el sistema educativo actual, es más importante justificar burocráticamente el cómo del papel que el qué del aula.

Esta situación de emergencia que estamos sufriendo también nos ha enseñado que el profesorado es generoso. Y con una enorme capacidad de reacción. Los docentes han sido capaces en tan solo 24 horas de cambiar el modo de enseñanza para que todos sus alumnos, en la medida de lo posible, pudieran continuar con la programación en sus casas. A veces, incluso con un exceso de celo y con más recursos de los necesarios, pero la intención era que los alumnos tuviesen material suficiente. Y eso lo consiguieron. Lo consiguieron los maestros y los profesores; no el ministerio, no las consejerías, no los gurús, no los youtuberos; lo hicieron los maestros y profesores que están a pie de aula. Y lo hicieron compartiendo por redes de manera altruista miles y miles de recursos. Aun así, la sociedad española sigue sin valorar a sus maestros. Mucha gente piensa que están de vacaciones. Nunca seremos Alemania ni Noruega por culpa de esa mentalidad. Nunca llegaremos a su grado de civismo. Ni a su poder económico. La ignorancia y los ignorantes son un lastre para cualquier sociedad. Cultural, social y económicamente. Por eso es tan importante la educación. La falta de respeto a los maestros es tan evidente que la mayoría de los medios de comunicación llaman a profesores universitarios para hablar de Educación Primaria, pero no llaman a maestros de Educación Primaria para hablar de la Educación Universitaria. Tratan a los maestros como profesionales de segunda. Por eso, cuando alguien quiera echarle la culpa del desastre de los resultados de nuestros alumnos a alguien, que no mire a los maestros: que mire a los que tienen responsabilidad en hacer leyes y más leyes que no cuentan con la participación de los maestros. Si los maestros tuviesen voz, tal vez las cosas serían muy diferentes.

También nos ha enseñado el coronavirus que se puede vivir con mucho menos. Con muchísimo menos. Por eso hay que saber priorizar. Lo urgente es trabajar. Lo importante es la salud. Y la familia. Y los amigos. El tiempo que se pasa con los hijos y con los padres es tiempo ganado. Hay que aprovechar esta cuarentena para disfrutar de lo que casi nunca podemos. Un día no podremos hacerlo y ya no habrá vuelta atrás. Un beso o un abrazo que no se da, nunca regresa. Y ninguna red social, ninguna plataforma, ninguna web puede sustituir un abrazo. Tampoco en educación. Las clases por YouTube o por televisión están muy bien, pero está mejor mirar a los ojos, dar una palmada en la espalda, la convivencia en la diversidad, las conversaciones en confidencia, los abrazos a la salida y a la entrada, la explicación individualizada, el olor a plastilina, las relaciones en el recreo, la resolución de dudas al instante, las tareas cooperativas y colaborativas, algo que jamás podrá ofrecer ninguna plataforma virtual, porque la educación -no nos olvidemos- no se hace de wifi a wifi, sino de mente a mente y de corazón a corazón.

El coronavirus también nos ha enseñado a que es un buen momento para reflexionar sobre nosotros, los humanos. Para que una sociedad funcione, todos somos necesarios. De repente, profesionales olvidados como los trasportistas, cajeros, reponedores, gasolineros, limpiadores o sanitarios se hicieron imprescindibles. No podemos menospreciar a nadie porque, a lo mejor, algún día nuestra vida depende de ellos. Pero, además, debemos reflexionar seriamente sobre nuestra actuación en el mundo: el planeta estaría mejor sin nosotros. El coronavirus es a los humanos lo que los humanos somos al planeta. Gracias al encerramiento, hemos visto cómo el planeta ha bajado drásticamente la contaminación del aire y de los mares. Los animales regresaron al hábitat que les hemos robado. Debemos establecer otro tipo de relación con el ecosistema y con las demás especies. El planeta no nos pertenece. Cada segundo se mata en el mundo para comer aproximadamente 3.000 animales. Adultos y crías. Cada segundo. Unos 300 millones al día. A esto hay que añadirle más de 140 millones de toneladas de peces. A nuestro regreso a las calles, deberíamos contemplar más el cielo, respirar más profundamente, mirar más a los ojos, abrazar con más fuerza, besar con más pasión y amar, cuidar y respetar todo lo que nos rodea. De no ser así, la naturaleza, de un modo u otro, terminará por vengarse de nosotros. Y estará en su derecho. A ver si esta lección, la aprendemos.

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