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Corazón venezolano

A los jóvenes que tuvimos la oportunidad de vivir en la Venezuela libre, la de lo posible, la del futuro y la alegría, creo que nos ha tocado la peor parte de esta historia de cambio, convulsión y agonía para el país.

La peor parte porque conocimos lo bueno de una nación en la que era posible surgir y hoy nos vemos atrapados en un caos del que sin duda es muy difícil salir, primero por la dificultad política que ello representa, ante la imposibilidad de elecciones libres y justas, y segundo, porque construimos en Venezuela una vida que aún sueña un camino de ilusiones, pero ya no basadas en esperanzas adolescentes, sino en metas propias de la adultez que chocan contra un muro de concreto ante miles de problemas que agobian el día a día de todos los venezolanos y que hacen prácticamente imposible lograr una vida digna en la que exista prosperidad e independencia económica.

Y es cuando surgen un sinfín de preguntas sin respuesta: ¿Cómo es que permitimos que nuestro país muriera de a poco? ¿En dónde nos perdimos como sociedad? ¿Qué esperamos del mañana? ¿Sabernos todos expatriados con el dolor de la ausencia a cuestas?

No debemos acostumbrarnos a ir de mal en peor;  no podemos permitir dejarnos vencer por la desesperanza. Venezuela está rota, sí, y los venezolanos también.

Dentro y fuera del país estamos despedazados porque atrás dejamos sacrificios y adelante nos esperan muchos más. ¡Y vaya que no nos descomponen los esfuerzos!, porque estamos hechos de fuerza y voluntad, pero sí nos agrietan las despedidas, las desilusiones, las injusticias, las batallas perdidas. Nos consume ver cómo nos fue arrebatada lentamente lo más sagrado: la libertad de ser, elegir y estar.

Nos entristece el último abrazo, (por quién sabe cuánto tiempo), de tantos seres queridos que han partido, nos golpea cada día un agobiante escenario de hambre, destrucción y muerte de millones de compatriotas, víctimas de un obsoleto sistema que llevó a Venezuela a la ruina en todos los sentidos imaginables. Y aunque a cada instante parezca que ya nada puede ser peor, otra realidad aplastante confirma que sí, en efecto, el panorama puede ser aún más desolador.

Sí, Venezuela está rota, pero así como hoy sufre las consecuencias de un gobierno nefasto, también, -y no pretendo generalizar-, muchos venezolanos han sido cómplices en cierta medida de todo lo que ha pasado por elegir una y otra vez este camino equivocado que ya suma casi 20 años.

En este tiempo hemos conocido la peor y la mejor cara del venezolano. Por un lado, la viveza de quien se ha valido de la necesidad ajena, al sacar provecho de un mercado paralelo de comida, medicinas y divisas que escasean sin piedad en el país. Por el otro, ha latido sin cesar el enorme corazón venezolano que desde afuera o desde su trinchera, ha buscado la manera de ayudar a sus paisanos a hacerle frente a una crisis sanitaria, económica y social sin precedentes.

Y es con ese enorme corazón venezolano con el que quiero quedarme y el que deseo destacar. Porque es el que más brilla, porque es el que está poniéndolo todo en cada rincón del mundo donde ha decidido dejar huella, porque es el que abraza, seca las lágrimas y sigue adelante con una sonrisa.

Porque es el que demuestra con valentía que no se amilana ante la adversidad, haciendo que nos sintamos orgullosos de nuestro tricolor.

Será ese enorme corazón, las ganas, la preparación, el ímpetu y la voluntad de cada venezolano de bien los que harán renacer a Venezuela, en el tiempo justo en que le toque aprender que de los grandes errores, surgen las más grandes lecciones.

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