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Azucena Mecalco
Azucena Mecalco - ViceVersa Magazine

Copiar en el examen: un síntoma de la estructura social

Siendo el hombre un animal enfermizo,
cualquiera de sus palabras o de sus gestos
Equivale a un síntoma
E. M. Cioran

Siguiendo a Cioran, podemos argumentar que cada una de nuestras acciones refleja un estado de nuestra consciencia, pero no sólo de la consciencia individual. Al actuar, sumergidos en un contexto, se hace presente también nuestra «consciencia colectiva». Y en ocasiones aquello que observamos como parte de ésta puede resultar no en un «síntoma» sino en una epidemia.  

En días recientes una problemática se presentó en mi ventana de Facebook. Un preparatoriano de quince años pedía mi consejo. «Me quitaron el examen por sacar el celular, tengo miedo de reprobar y más de que mis papás se enteren, no es justo para ellos que se esfuerzan por darme educación y yo voy y repruebo». Conmovida por la situación, busqué todas las posibles soluciones al problema. Desde aconsejarle pedir una disculpa, hacer un ensayo sobre la clase, hasta otras menos factibles como confesar la culpa frente a sus padres para solicitar su ayuda, e incluso dirigirme directamente con el profesor del chico en cuestión.

Sin embargo una duda me hizo detenerme en medio de mis soluciones hipotéticas, «¿sacaste el celular para copiar las respuestas?». Sin asomo de remordimiento el chico respondió afirmativamente. Mi perspectiva cambió entonces, por donde se viera a eso se le llamaba hacer trampa y merecía una consecuencia, así fuera reprobar la materia.

«¿O sea que es mejor responder sin saber, poner lo que sea a lo loco, que buscar la respuesta y copiarla?», fue su réplica cuando le expliqué que copiar no era la solución a la falta de estudio.

Su respuesta me dejó perpleja. Si bien para mis estándares éticos copiar se traduce en transgresión, para él resultaba mucho más terrible responder mal a un examen por no conocer la respuesta. «De eso se trata- le expliqué- de demostrar cuánto has aprendido, y si no sabes la respuesta, la copias y obtienes un diez, es un diez fraudulento porque no refleja lo que sabes». «¿Y cómo hago para saber?» replicó, «estudia», «pero no importa cuánto estudie siempre va haber algo que no sepa».

Efectivamente él tenía razón. Sin importar cuánto aprendamos siempre existirán hechos que escapen de nuestra comprensión. Es imposible abarcarlo todo. Ya lo mencionaba Einstein «todos somos ignorantes, sólo que no todo ignoramos las mismas cosas». Ciertamente este principio es una verdad ineludible y de forma práctica es lo que hace que el mundo continúe sorprendiéndonos. De conocerlo todo definitivamente la vida se tornaría tremendamente aburrida, y no sólo eso, nos encaminaríamos al colapso.

Desde esta perspectiva, copiar en un examen puede parecer una historia simple, una de esas aventuras que mucha gente decide experimentar durante su temporada escolar. Sin embargo, si lo analizamos detenidamente la práctica de copiar en los exámenes, ya sea de un bien elaborado acordeón, del examen de vecino, o desde el celular, revela toda una formación ético estructural y psicológica de los estudiantes y por tanto de la sociedad a la que pertenecen. 

Por principio los exámenes, desde mi punto de vista, no reflejan lo que realmente hemos comprendido, lo que sabemos o lo que no podemos entender: simplemente muestran qué tanto pudimos memorizar y qué tanto no. Ejercen una tremenda presión y desgaste en quienes los presentan y en ocasiones obligan a devorar conocimientos sin digerirlos. Saberes que pasan al cubo de la basura después de servir para llenar los paréntesis o seleccionar los incisos.

Mas, continuamos viviendo, por lo menos en México, en un esquema social que privilegia la obtención de un número por encima del aprendizaje y su aplicación. ¿De qué nos sirve, por ejemplo, conocer todas las fechas de las grandes batallas de la historia si no comprendemos las motivaciones que las generaron y las consecuencias que produjeron con la finalidad de no volver a caer en los errores que las desencadenaron? Como éste podríamos hablar de mil ejemplos más. 

Pero lo importantes no es evidenciar un problema socio-estructural; sino buscar una solución. Y ésta por absurdo que parezca es mucho más sencilla de lo que imaginamos: enseñar a los niños a valorar el aprendizaje por encima de la nota. La nota no deja de ser subjetiva, no permite realmente medir las capacidades de una persona y menos aún su habilidad para poner en práctica lo aprendido. Por el contrario, el aprender a valorar lo que se aprende nos permite reformarnos como individuos, conocer nuestras deficiencias y reconfigurar nuestras formas de pensamiento. Pero no sólo los niños deben aprender a disfrutar del aprendizaje; sino también los adultos y lo que es mejor, éstos no deben olvidar que el aprendizaje jamás termina, ya sea dentro del ámbito académico, laboral o personal.  Y en la medida en que aprendamos a valorarlo disfrutaremos más aquello que hacemos.

Es cierto que vivimos en una sociedad competitiva, pero también es verdad, que disfrutar nuestras actividades brinda mucha mayor satisfacción que superar a otro de acuerdo a los estándares establecidos. 

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