Nunca fueron relaciones fáciles. Y probablemente nunca lo serán. Decimos, las colombo-venezolanas. Como en un columpio, se han caracterizado por sus altibajos. Por ejemplos, ¿quién no recuerda la crisis de la corbeta Ars Caldas en 1987? Sin las mediaciones internacionales de la Oea y del presidente argentino Raúl Alfonsín, otra hubiese sido seguramente la realidad de los dos países hoy. El presidente de Venezuela, Jaime Lusinchi, y el jefe de Estado de Colombia, Virgilio Barco, habían autorizado una gran movilización de tropas y blindados. Y puesto aviación y marina en alerta máxima. El jefe de Estado venezolano, el 17 de agosto, estuvo a punto de ordenar el ataque a la Fragata ARC que mientras tanto había relevado la corbeta en las aguas en reclamación. Afortunadamente, nada pasó.
¿Y qué decir, en fecha más reciente, de la ruptura de relaciones diplomáticas y de la orden que diera el extinto presidente Hugo Rafael Chávez Frías de desplazar 10 batallones, con sus respectivos blindados, a la frontera con Colombia? Fue en 2010. ¿El detonante? La “Operación Fenix”. Es decir, el ataque coordinado y sorpresivo de la aviación y del ejercito colombiano contra un campamento de las Farc en territorio ecuatoriano, muy cerca de la frontera. Los insurgentes no tuvieron oportunidad alguna. Todos murieron, también el comandante guerrillero Raúl Reyes. Fue entonces cuando el presidente Chávez, luego de una encendida polémica con su homologo colombiano Alvaro Uribe, ordenó el desplazamiento de tropas a la frontera y el cierre de la Embajada de Colombia en Caracas.
Odio y amor. Hoy estamos viviendo un nuevo capítulo de esta historia peculiar entre las dos naciones. Venezuela, de manera unilateral si damos fe a las declaraciones del canciller de Colombia, decidió el cierre parcial de la frontera. ¿La razón? El ‘contrabando de extracción’ el cual empobrece al país, en especial a los Estados fronterizos. El resultado es harto conocido. Decimos, la caída del comercio entre las dos naciones las cuales tienen en común casi 2500 kilómetros de fronteras.
Sobran las palabras. El comercio entre los dos países, de acuerdo a la Cámara de Comercio Binacional Colombo-Venezolana, no superará los 1500 millones de dólares a finales de 2014. Muy poca cosa si se compara con años anteriores. La Comunidad Andina de Naciones, cuando el presidente Chávez asumió el poder en 1999, era el espacio natural del intercambio entre Colombia y Venezuela. Eran tiempos de calma. La balanza comercial, hasta 2004, siempre estuvo ligeramente a favor de Colombia. En 2003, casi se logra alcanzar el equilibro.
En los años sucesivos, el boom petrolero venezolano permitió financiar cantidades crecientes de importaciones venezolanas, lo cual favoreció las exportaciones colombianas. El mejor momento en las relaciones comerciales entre Venezuela y Colombia fue sin duda el año 2008. De hecho, Colombia llegó a exportar a Venezuela más de seis mil millones de dólares, mientras recibía importaciones del orden de los mil millones de dólares.
El cierre parcial de la frontera, como era de esperarse, ha logrado reducir el volúmen del contrabando. Este, de acuerdo a cifras que manejan entes oficiales, se habría reducido entre un 20 y un 50 por ciento. De igual manera, también el comercio informal habría sufrido una contracción entre el 20 y el 50 por ciento. Un resultado sin duda importante. Sin embargo, el cierre de las fronteras no ataca la fuente del problema.
Controles. Una palabra, más que suficiente. No es que antes no existiesen. Al contrario, la historia de la economía evenzolana está plagada de estos. No obstante, nunca habían sido de tal magnitud, mucho menos tan estrictos. Los bienes de consumo, en especial de la canasta básica – léase, leche en polvo, frijoles, aceite, crema dental, harinas, cafè, atún, entre otros – son muchos más baratos en Venezuela que en otras naciones. Y lo son porque los productores, los que aún se niegan a bajar la santamaria, están obligados a vender los bienes que producen a precios que apenas permiten pagar los gastos de producción y, en algunos casos, ni eso; y porque los alimentos y las medicinas importadas por el Gobierno son subsidiados con los dólares petroleros.
Vasos comunicantes. Es obvio que haya crecido el contrabando de extracción, en lo ancho y largo de nuestras fronteras. La diferencia de precios representa un estímulo inusual. Un ejemplo banal: un galón (3,78 litros) de gasolina, en Venezuela, tiene el costo de 0,07 dólares; en Colombia, 4,3 dólares. No debe extrañar que este sea el producto principal del ‘contrabando de extracción’. Y tampoco que, en días pasados, “pimpineros” y “maleteros”, los comerciantes informales que se dedican al contrabando, hayan sido protagonistas de protestas en el puente Simón Bolívar, en la frontera colombo-venezolana. Ellos viven de lo que, hasta hace apenas algunos días, era una práctica normal. Censurada públicamente, tolerada tras bastidores.
Nadie duda de la necesidad de una política de Estado que limite el “contrabando de extracción”. No obstante, si esta no se acompaña de medidas económicas orientadas a eliminar gradualmente los controles que ahogan la economía; a estimular la producción y el empleo y a reducir el volumen de las importaciones subsidiadas a traves del dólar-petrolero, todo será inútil. Hay que reducir las diferencias de precios entre los productos en Venezuela y los en Colombia, para que el contrabando deje de ser un negocio rentable. De no ser así, todo será sal y agua.