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Me contó fulanita que parece que sutano…

¿Cuán frecuentemente hablamos de los demás para decir cosas buenas? Que no sea cuando hablamos de la bondad de nuestra mamá con nuestros maridos, o del talento de nuestros hijos con las amigas, me atrevo a sospechar que son muchas más las veces que hablamos de lo malo, de lo que nos disgusta, ofende, molesta o veladamente envidiamos en los otros, cuando hablamos de los otros. Es como un chorro que se abre dejando salir generalmente, más de lo que quisiéramos.

Por supuesto los especialistas concuerdan que las mujeres somos más chismosas que los hombres y mucho más precisas en nuestros chismes. Llegan a decir que en las amistades entre mujeres, el chisme es el valor fundamental. Voy a hacerme la loca dejando pasar el comentario, pues luego de lo que tengo por decir, será fácil concluir que lo que parece un defecto de mujeres, nos muestra una vez más lo saludables que somos en el ejercicio de la convivencia.

A pesar de que a todo el mundo le entretiene un chisme, la gente se cuida de los chismosos. Nos curamos en salud pues no es lo mismo enterarse de un chisme que ser objeto de un chisme: no le digas nada a fulanita porque ella es muy chismosa y va a terminar por enterarse toda la universidad, toda la empresa, todo el club o toda la ciudad. Cuando los chismosos son verdaderamente erosivos, sin embargo, tienen muchos amigos: los invitan a todas las fiestas, con tal de no caer en la cruda sinceridad de sus lenguas maledicientes. Al chismoso no se le acusa de que inventa o miente. Lo que frecuentemente hace es exagerar y adornar. Y mientras más separado está el cuento de la fuente o el origen, crecen el adorno y los superlativos, siendo así mas fácil que se riegue como la pólvora.

Un chisme puede destruir a una persona. Pero también sirve de base a una industria muy próspera como lo es la prensa rosa o el cotilleo de farándula o sensacionalista. A pesar de que en Holanda la calumnia es penada por la ley, el famoso periodista sensacionalista Henk van der Meydan, se justifica con el viejo proverbio neerlandés, donde hay humo, hay fuego.

Aun más a favor del chisme, algunos científicos como Ralph Rosnow, Jack Levin y Nigel Nicholson, luego de sus sesudos estudios sobre el chisme, llegan a la conclusión de que sin el chisme, no existiría la sociedad.

Sin embargo, el chisme se tiene por muy mala práctica. Se prefiere a la persona discreta, que no comenta, que es prudente cuando opina acerca de los demás. Todos piensan que es más confiable el que contiene sus opiniones y controla sus emociones. A ellos les puedes contar tus secretos. O darle una alta responsabilidad en la empresa. O hacerlo tu albacea. Pero en realidad los virtuosos, prudentes y discretos no son mejores personas que los chismosos. Que no digan lo que piensan no significa que no lo piensen.

Por otra parte, se ha vuelto cada vez más popular pensar que retener lo que quiere salir es malsano. Así como puede terminar con tu vida, tratar de encerrar a tu hijo adolescente cuando quiere volar, guardarte lo que quieres decir, te enferma. Si se piensa mal pero no se dice por evitar el mal rato o la mala consecuencia, retener ese pensamiento viciado, vicia. En cualquier caso, no decir lo que piensas, no desaparece de tu pensamiento. Lo que piensas y te guardas, se te queda dando vueltas adentro sin poder salir, y termina por constituir, junto a otros pensamientos encerrados, un silencio que te acaba. Los hospitales están llenos de gente que no se quejó cuando quiso, que no devolvió el golpe sino que puso la otra mejilla.

El chismoso en cambio, cuando repite sin constatar, nos hace sospechar que tiene la experiencia que lo hace creer que lo que escuchó y repite, es completamente plausible. De suerte que su mirada no sólo habla del objeto del chisme sino que lo delata a él, en su manera de verse a sí mismo. El chisme le permite comunicar sus ideas y creencias. Es su catarsis.

Para juzgar a otro, nos armamos de nuestra idea del bien y el mal, lo bello y lo feo, y demás pares. Evaluamos a los demás con lo que llevamos dentro. Esto podría querer decir entonces que consumir pensamientos bonitos, ideas nobles, historias ejemplares, sirve para embellecer los pensamientos propios. Por el contrario, si vemos programas de televisión mezquinos o leemos la prensa amarillista, escuchamos la radio del chiste malo y la música sin complicaciones, después del comentario hueco, ¿qué nos queda? Si nos comemos un pescado viejo es muy posible que nos intoxiquemos. Si vemos televisión chatarra es muy posible que terminemos pensando chatarra también y evaluando a los demás con esa medida. De manera que es aconsejable saber qué hace el chismoso con su vida y su tiempo, para poder valorar el chisme que trae.

Todo esto por decir que a pesar de que hablar mal del prójimo se ha satanizado desde siempre, la reciente publicación (en Personality and Social Psychology Bulletin) de un estudio realizado por científicos holandeses, propone revisar la práctica bajo otra mirada. Ellos encontraron que hablar de los demás forma parte de nuestra esencia humana, como una práctica que nos ayuda con la auto-reflexión y auto-evaluación. Cuando hablamos mal de los otros, no es por hacerle mal a esos otros sino que lo hacemos para mejorar nosotros mismos. Quiere decir que aquellos que no son tan discretos, no tienen por qué sentirse culpables.

Elena Martinescu, la encargada de la investigación de la Universidad de Groningen en Holanda, afirma que las personas necesitan información evaluativa sobre los demás para evaluarse a sí mismos.

En el estudio, se pidió a 183 personas que recordaran un incidente donde escucharon chismes acerca de otra persona. Sin importar que fueran positivos o negativos. Luego se investigó cómo esta charla chismosa los había hecho sentir. El resultado es que tanto los que escucharon cuentos positivos, como los negativos, utilizaron la información para pensar acerca de sí mismos y de sus vidas. El objetivo nunca fue degradar el objeto del chisme. Y el chisme también les sirvió para establecer complicidades, cuando logró complacer al chismoso y al receptor, claro está.

Martinescu precisa que los hallazgos se limitan a cuando hablas de gente que conoces. Es decir no incluye chismes sobre celebridades. Criticar a Strauss-Kahn no te hace mas honesto. Preguntarte por qué Beyonce y Jay-Z están teniendo problemas maritales, no te ayuda a obtener un entendimiento más profundo de ti mismo ni de tu relación de pareja. Ellos son gente tan distante cuanto menos parecida a la gente de tu entorno.

Quiero decir que, como la gente al chismear se compara y se mide, mientras más similar es el objeto del chisme, más útil será chismear. Si no le compras zapatos de mil dólares a tu bebé de un año, hablar de cómo Kim Kardashian malcría a su bebé North West, no te va a ayudar a ser mejor madre.

A pesar de que los chismes de celebridades son del todo estériles, se entiende que resulten tan atractivos e interesantes para muchos, como lo era antes la literatura. De alguna manera han venido a sustituir las historias que cuentan la vida de personajes que no existen. Madame Bovary está hecha de lo humano y femenino de Flaubert. Así como sospechamos humana a Kardashian, aunque sólo la veamos en fotos que lo que muestran son sus ajustadas curvas.

Ambas sirven para hablar del mundo en que viven y vivimos, y establecen de alguna manera los standards que usamos para emitir juicios.

El chisme, es definido por la socio-lingüista Jennifer Coates, como:

el proceso básico de la psicología social diaria que provee a las personas con información esencial y necesaria para que, de acuerdo a su capacidad, puedan lidiar con el mundo social, resolver problemas y tratar con las personas que les rodean.

¡Uff! Finalmente me siento lista para entrar en materia:

En la cena con amigos de anoche, uno de los invitados era tan ocurrente, tan rápido para hacer bromas y comentarios ácidos, tan pretendidamente exitoso, tan profesional de lo que es bello, experto en el cómo debemos lucir, que nadie más habló. Era el centro indiscutido de atención. La noche transcurrió sin discordias, todos encantados por el ritmo de este personaje que fue capaz de hacer los comentarios más racistas, misóginos y comemierdas que haya escuchado yo en años. Nos reímos tanto, la pasamos buenísimo, todo el mundo contento, nadie dijo nada que importara. Nos enteramos de chismes nacionales e internacionales, cercanos y lejanos, opinamos de mucha gente y culturas, nada que merezca recordar.

Cuando se fueron los invitados y apagamos las luces, era difícil tener algo más que decir, después de esa noche tan divertida entre amigos, champagne y vino, buena comida, gente querida, ¿por qué buscarle cinco patas al gato? ¿Para qué leerse Madame Bovary si tenemos la vida y milagros de Kim Kardashian a la mano en cada esquina? Cuando hablamos del mal gusto de la que se ajusta en lycras baratas y estampadas, mandatario look de los barrios caraqueños, por ejemplo, ¿estamos hablando mal de gobierno, de los pobres o de nosotros mismos?

Amaneció nublado pero todo estaba ahora claro: el egocéntrico es el que se lleva la peor parte. Porque se queda sólo con su voz. Con lo que sabe de él, de sus éxitos encaramados sobre los fracasos de otros. El se fue con lo que ya sabía, sin nada nuevo, sin ningún descubrimiento en que pensar. Se fue solo consigo mismo, solo y vacío con sus miserias. Esta noción me ayudó a superar la terrible sensación de uso y abuso, de arrase, de la nada insondable que me había dejado la velada. Y sobre todo la sensación de complicidad culpable, con ideas que no comparto, con maneras de nombrar a otros que me horrorizan, que me divirtieron…

Sentí compasión. Fue tanto, tan feo y malo lo que dijo mi amigo, que lo sospecho incapaz del menor daño, toda vez hecha la catarsis. Mal podría querer yo hacerle el daño de mencionarlo, se dice el pecado pero no el pecador. Pero echar el cuento -que lo he justificado hasta con científicos holandeses-, me quita un peso de encima. El peso con el que llené estas líneas. No me quería quedar con este cuento adentro, dándome vueltas sin salida. Ahora es de ustedes, nuestro, y se puede regar y crecer, picar y extender. Pueden incluso tratar de adivinar nombre y apellido. Pero recuerden que al chismear es mucho lo que de ustedes revelan.

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