Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

El pulso contemporáneo desde el cine actual (Parte II)

Como ocurrió con Maria Callas y otras icónicas figuras, fama y tragedia envolvieron los días de otro ídolo de la actuación, igualmente fallecido prematuramente: Freddy Mercury, el cantante de Queen, la banda británica formada en 1970 durante los años de efervescencia de la música rock. Considerado como uno de los grandes cantantes del Pop, nació en Zanzíbar de padres hindúes y se crio en Middlesex. Bohemian Raphsody, título de una de sus composiciones más famosas, reconstruye los años de su brillante carrera, así como los altibajos que la fama trajo a su vida personal. Al igual que Callas, Mercury contó con una voz privilegiada y singular por su amplio registro y expresividad, además de ser también un excelente actor, lo cual contribuyó a solidificar la gran presencia escénica de ambas figuras.

En el caso de Mercury, quien en sus últimos años grabó con otra diva del bel canto, Montserrat Caballé, el álbum Barcelona, como preámbulo a los Juegos Olímpicos de 1992, la música fue el centro de su existencia, además de darle sentido a una vida que podría haber seguido el camino de muchos inmigrantes, en pugna permanente con el racismo europeo. El arrastre de masas y el fervor de sus seguidores, haciendo cola una noche entera para conseguir entradas a uno de los conciertos del grupo, espejeó la exaltación producida por Maria Callas entre sus fans, igualmente apostados por horas a las puertas de los teatros donde actuaba, con objeto de tener acceso a uno de sus recitales o a las óperas donde siempre era la heroína.

Este sentido de la heroicidad quedó igualmente plasmado en el film de Bryan Singer y Dexter Fletcher mediante un trabajo de cámara donde los grandes planos-secuencia de sus conciertos se contrapusieron a las escenas en que la pequeña historia del cantante era el asunto a tratar. Sus miedos, inseguridades, ambigüedades, ansiedades, y el forcejeo entre la cultura de sus mayores y la del país de adopción se desplegaron mediante un ágil trabajo de cámara. Rami Malek en el papel protagónico, logró hacerse con la piel del personaje, reviviendo el arduo y difícil camino hacia el estrellato de Mercury. “Quiero actuar para los marginados y segregados”, le dice, en una escena, al manager que acaba de contratar al grupo, como una manera de recalcar el lugar de donde venía y con quienes se identificaba.

Los conflictos entre el ser y el parecer enmarcados por un sistema que le niega a los individuos un lugar dentro de la sociedad, tuvo en Shoplifters su expresión más certera. Esta película dirigida por Hirokazu Kore-eda, ganadora de la Palma de Oro en Cannes, creó una sinfonía de personajes desclasados cayendo por las grietas de una sociedad demasiado hedonista y rica como para prestarles atención. El Japón de los grandes centros comerciales y económicos quedó cegado aquí por la vida pre-moderna de esta familia sin lazos consanguíneos pero con fuertes vínculos emocionales entre sus miembros. Incluso una niña rescatada por el patriarca de un hogar abusivo, y adoptada por todos sin mayores cuestionamientos, respondió a una melodía compuesta por sutilezas, pequeños gestos y mucho laissez faire que acabará disgregando al núcleo pero no sin antes lanzar la pregunta acerca de cuáles son los mecanismos más justos, los legales o los afables.

Pequeños hurtos, pequeñas recompensas por servicios, no del todo reglamentarios, irán minando el abarrotado espacio de la vieja casa donde se desarrolla gran parte de la acción. Una casa enclavada entre bloques de edificios, como el último remanente de un pasado prácticamente desaparecido en el Tokio de la fijación tecnológica. Y en ello reside, justamente, parte del encanto de este film, similar a una fotografía desleída por el paso del tiempo, dentro de un microcosmos sin lugar no obstante en el nuevo orden de las cosas, y donde los juicios preconcebidos acerca de lo bueno y malo, lo justo e injusto no tienen cabida.

Siguiendo la tónica de algunas películas anteriores como Like Father, Like Son (2013), Our Little Sister (2015) y After the Storm (2016), Kore-eda ideó un fresco de caracteres donde la sobrevivencia dependerá, como en A Streetcar Named Desire (1951), de la amabilidad de los extraños y, al igual que el film de Elia Kazan sobre la obra de Tennessee Williams, cada personaje aporta su complejo bagaje a la cotidianeidad del conjunto, buscando inventar una vida posible para quienes de otra manera nunca encontrarían una voz ni una manera de articularla. De acuerdo con el director mismo: “Esta es una película de gente invisible. ¿Quién los vuelve invisibles? ¿Es la sociedad en general o cada uno de nosotros? Este es un tema que me interesa particularmente”.

Tales interrogantes pueden extrapolarse también a BlacKkKlansman de Spike Lee, quien volvió a poner el dedo en la llaga siempre abierta del racismo norteamericano. Al grito de “America first”, el mantra populista del actual presidente, los integrantes del Ku Klux Klan en el Colorado Springs de los años setenta celebran otra de sus escaramuzas contra la población negra. John David Washington, como el primer policía de color en el área, se hará pasar telefónicamente por un individuo blanco racista para infiltrar a uno de los miembros de la fuerza policial de origen judío, en un guiño al antisemitismo del KKK, dentro de la organización supremacista y destapar así sus turbias actividades.

Basada en el libro de Ron Stallworth Black Klansman, la película se armó como una compleja y completa radiografía de las luchas de la población segregada para ser visibilizados y reconocidos como ciudadanos con todos los derechos, en el marco de los movimientos en pro de los derechos civiles de la época. Ello, desarrollado con la acidez y agudeza características del  director, quien ha abordado ampliamente en su filmografía las tensiones entre ambos grupos en distintos momentos históricos, a fin de concluir que, pese a las batallas y sacrificios, todavía no existe una auténtica igualdad entre ellos. De hecho, los nuevos supremacismos y nacionalismos, azuzados además desde la Casa Blanca, están más vigentes que nunca.

Un meticuloso trabajo de edición y una cámara presta a  privilegiar los juegos de plano-contraplano contribuyeron a crear la tensión dramática, cónsona con el argumento, permitiendo armar o más bien reconstruir los contornos de un periodo lleno de interrogantes pero también de esperanza por un mejor futuro que, desafortunadamente, nunca llegó. Y con un país profundamente dividido hoy a lo largo de las líneas políticas, sociales, económicas e ideológicas, no pareciera vislumbrarse nada bueno para quienes no entran dentro del perfil considerado “racialmente aceptable” por la América profunda.

Estos asuntos, igualmente tienen un papel predominante en Latinoamérica, aunque se habla más bien aquí de un “racismo benigno”, es decir, el que compete a los grupos privilegiados, realizando un esfuerzo consciente por combatir su sentimiento de superioridad ante el indígena o el descendiente de esclavos africanos. Esta dinámica, vista por ejemplo en la relación entre la señora de la casa y la empleada doméstica, mueve la diégesis en Roma de Alfonso Cuarón.

Como en el film de Spike Lee, los inicios de la década del setenta conforman el marco histórico de esta producción, meticulosamente recreados por una cinematografía haciendo un excelente uso de los claroscuros propios del blanco y negro, a fin de elaborar un amplio registro de situaciones, dentro de la estética del cinema noir, al interior de la casa donde Cleo (Yalitza Aparicio) mueve la cotidianeidad hogareña de una familia de clase media profesional.

Lavando, limpiando, planchando, fregando y, sobre todo, cuidando Cleo se volverá imprescindible para los hijos del matrimonio, la abuela, y la dueña de casa especialmente cuando el marido la abandone por otra y deje de contribuir a la manutención del hogar. Aquí la mirada sobre lo femenino del cineasta se crece y, a la manera de los films de Pedro Almodóvar, serán las mujeres solas quienes articularán los discursos y controlarán el ritmo de la acción. Un ritmo pausado, donde el travelling y los planos picados sobre la ciudad de la infancia del director revivirán la Ciudad de México que fue, con sus cines y sus transeúntes fumando interminablemente mientras esperan el cambio de luz en los semáforos, navegan en grandes y aparatosos automóviles y hacen alarde de un machismo presto a seducir a Cleo, embarazarla y abandonarla, o pretenden acostarse con la señora de la casa cuando se enteran de que ahora ella está “disponible”.

Esta disponibilidad, pero desde y hacia la mujer misma, quedó finamente registrada en Las herederas de Marcelo Martinessi. Rodada en Asunción, la película se detiene en la relación entre Chela (Ana Brun) y Chiquita (Margarita Irún), dos mujeres de familias acomodadas quienes han vivido en pareja por 30 años. Al deteriorarse su situación económica empiezan a vender los objetos de valor y, cuando una de ellas es encarcelada por desfalco, la otra se ve en la necesidad de convertir su automóvil en un taxi para ganarse la vida.

A partir de este guion Martinessi establecerá un poético y elocuente retrato de la sociedad paraguaya, enfatizando las diferencias de clase pero redimiendo al mismo tiempo a las protagonistas desde su posición, como pareja, en los márgenes del sistema. De hecho Chela conocerá a una mujer más joven con quien explorará una manera distinta de entender su sexualidad, al tiempo que los espacios de la casa devendrán lugares de tanteos y rejuvenecimiento de las ideas y los gestos cotidianos.

Un compacto trabajo de cámara logró detallar los contenidos de las estancias buscando extraer de ellos las pequeñas historias compartidas por ambas, sus mayores y, por supuesto, las mujeres que trabajaron para la familia estableciéndose, como en Roma, la dinámica de familiaridad con el servicio doméstico, imprescindible pero, simultáneamente, marcando dos mundos aparte. Tal cual Alfonso Cuarón comentó en una entrevista: “Existe, por ejemplo, un profundo racismo que separa a las clases dominantes de las más humildes, que están tristemente integradas por las etnias más marginales”. Una afirmación fácilmente extrapolable al film de Martinessi donde, incluso Chela y Chiquita, al perder su estatus económico, dejarán de ser vistas con los mismos ojos por los miembros de su propia clase social.

Muchos son los defectos y conflagraciones confrontados por las sociedades en la actualidad; de ahí la importancia de la tolerancia para construir un porvenir más justo. Una certeza que el cine mundial seguirá mostrando a fin de iluminar el destino de nuestros pueblos. 

Hey you,
¿nos brindas un café?