Un señor que dice ser director de teatro y realizador de cine quiere ser mi amigo en facebook. No lo reconozco ni remotamente, a pesar de estar en el oficio al que he dedicado mi vida y en mi país. Asumo que estas antipatías me suceden por desmemoria, y me siento culpable. Trato de reparar mi distracción y busco pistas que me ayuden a recordar. Es decir, stalkeo al señor, hurgo entre sus fotos, con una curiosidad que crece, mientras más veo, menos reconozco, más busco… me embarco en una suerte de viaje a lo desconocido, un tránsito literario que trato de convertir en algún cuento que se parezca, insisto maniática en la identificación, pero no reconozco nada, a nadie, y en medio de lo que pareciera ficción, lo que descubro es otro país. Un país que vive otra historia, distinta a la mía y a la de los que tengo más cerca; nada que ver con la historia que escriben los que leo, ni con la que pintan los artistas que conozco… Un país con películas que no he visto, amigos risueños en el abrazo después que bajó el telón, ¿cómo se llama la obra?, encuentros, congresos, brindis y disfraces, otros canales de tv, unas personalidades con otras importancias. Tengo la impresión de estar frente a un guión mal escrito, un arte desconocido con apoyo del gobierno… ¿será que para saber, habrá que alistarse, sacarse el carnet? Me asusto.
Lucen convencidos, ellos creen. Nosotros también creemos. Ellos hacen un teatro que nosotros no vemos ni sabemos. Nosotros hacemos un teatro que ellos ni ven ni saben. Me asusto. Me asusto de hablar con mi familia solo por wasap, sin saber lo que está detrás de sus miradas, sin poder reparar cualquier duda con un abrazo, sin escuchar el tono que cambia el sentido de las palabras cuando dichas… y por este camino, es así como nos vamos desconociendo, nos vamos… ¿es irreversible?
Me devuelvo en las fotos, el tiempo no se devuelve. La historia tampoco. Estamos presos en la diferencia de opinión que se ha hecho zanja. Honda. Separados sin salvación aparente, los que pensamos distinto… separadas las familias que se nos han regado por el mundo, los amigos, el cariño, separado. ¿No habíamos quedado en que la base de la sociedad era la familia? ¿Será que los hijos, que se fueron hace tanto ya, podrán… o querrán volver? Si acaso los nietos hablan venezolano, lo hablan con acento, ¿hasta dónde nos va a desangrar esta historia nacional? ¿Cómo se vive convencido de que lo que crees es verdad? ¿Cómo puede creerlo el que mira y piensa distinto a mí?
Cada vez con más furia, incluso entre los que se suponen en el mismo combo, vecinos que trancan, vecinos que quieren pasar, vecinos todos que quieren vivir en paz, que sí hay toma, que no hay, que no quiero que me maten, que son unos cobardes, que yo sí salgo, yo me quedo, me pego al teclado, con todos los errores de tipeo, la ortografía, ya no importa, ni siquiera la sintaxis, sujeto, verbo y predicado lanzados a matar, no provienen de la cabeza sino del corazón, el estómago, el hígado heridos, enfermos, que inundan las redes con desesperada vehemencia. Sin puntos ni comas, para menos señas, el corrector automático, que no escatima en interpretaciones de política local, se encarga del resto del enredo. Las redes se llenan de mayúsculas, gritos e insultos, NO ESCRIBAS EN MI MURO, RESPETA PA’ QUE TE RESPETEN, QUIEN ERES TU PARA ESTAR OPINANDO? NO TIENES DERECHO, APOYAS A LOS ASESINOS, TE LAS DAS DE… PERO ERES… NO DEJES DE VOTAR, NO VOTES, NO HAY VOTO NULO, ¡EL UNICO NULO ERES TU!
La tragedia que nos atraviesa el gentilicio, tiene estatura de clásico griego. Se escribe con sangre. Sangre derramada, sangre que se riega, la que se dispersa aunque contenida, sangre de los mismos y los contrarios, que se escapa de lo que nos une, fisurado. La sangre de los muertos, que duelen como heridas abiertas, sí, y la de los que vivos, se separan dentro y fuera del país, viviendo historias contrarias que viajan paralelas, sin posibilidad de encuentro. ¿Historia incurable?
Somos parte de ese reguero desgraciado, aun sin quererlo. Las consecuencias son también, aunque no queramos. Son y a partir de lo que son, seguirán siendo. Estamos marcados. Y la saga sigue. Con un dolor callado que empezamos a vivir como si fuera vergüenza. Con la esperanza de días mejores que mientras más tardan en llegar, también se acallan en su inocencia. ¿Y si cae el gobierno? ¿Y si gana la constituyente?
Escribo hoy estas líneas sin saber si el día que se publiquen, voy a querer decir lo mismo, de fiesta o luto. Como si no estuviera armada de razones que me constituyen… ¿de qué…? ¿de qué estoy constituida? ¿De qué van estas líneas… al borde constituyente? Si yo no necesito que me constituyan. Bastante estoy constituida de mi país y mi gente que son mi aliento y mi afecto, y el único motivo que habría de valer a la hora de las leyes. Pase lo que pase, digan lo que digan.
Lo que no atino a ver es cómo seguir armando los días en un país donde la incertidumbre es la ley y el llamado es a sobrevivir. Y esa zozobra incierta que nos ahoga, ahora también nos constituye y nos deja sin respuestas. ¿Cómo salvo si quiera el pellejo si todo lo que es verdad puede ser falso y viceversa? Donde la mentira es la institución, sin recato, o la verdad se sostiene como un acto de fe con la fuerza de muchos que dudan en cualquier momento y todo parece volver a empezar… como un cuento de gallo pelón que no da risa.