El año pasado se cumplieron los 150 años de la primera edición impresa de Alicia en el País de las Maravillas (1865) cuento escrito por el reverendo Charles Lutwidge Dodgson, mejor conocido por Lewis Carroll. A los homenajes previsibles y más que merecidos de este aniversario se suma, en estos días, el estreno cinematográfico de la segunda parte: Alicia a través del espejo, (publicada en 1871) realizada por Tim Burton, quien ya nos había regalado una primera parte memorable, hace pocos años. El caso es que las aventuras de Alicia vienen resultando cada vez más actuales cuanto más claro nos va quedando que el mundo al revés es este mundo nuestro, anárquico, paradójico y confuso que tiene la misión de desconcertarnos a punta de destruir certezas con inaudita puntualidad.
La precipitación de Alicia al País de las Maravillas, tras la figura alteradísima de un apresurado conejo blanco, y su caída por la oquedad del tronco de un árbol hasta golpearse con su fondo, puede ser la historia de todos. Ya sea entendida como una metáfora del contacto con el inconsciente, o como la hipérbole del proceso de madurar, o como la denuncia contra una sociedad represora, o como la evidencia de las relaciones fraudulentas entre el lenguaje y la realidad , todos hemos corrido tras espejismos que han terminado por revelarnos (más o menos secretamente) quiénes somos en realidad, o más bien, quiénes no somos. Dónde no estamos, qué no queremos. Alicia descubre ( y nos descubre) que la mayoría de sus rigurosas convicciones son disparates absurdos que nadie se explica cómo nos han parecido tan aceptables, cómo hemos convivido con ellos tan naturalmente.
El mundo al revés que está en la maravilla, es jocoso, irreverente y disparatado; pero es verdadero. Tan auténtico que pica en la piel, que escuece. La estricta sensatez del pensamiento racional resulta excéntrica en las distancias cortas. Extraños animales nos miran con desconfianza desde el libro. Nos miran en Alicia, que no entiende nada. ¿Cómo no les vamos a parecer raros si nos damos buenos consejos que no cumplimos, si no podemos contestar a la pregunta sobre quiénes somos y esperamos saberlo cuando alguien nos lo diga? ¿No resulta muy sospechoso que confundamos pensar con decir y que hablemos del tiempo como una cosa que se gana o se pierde? ¿No nos hace muy poco fiables que sólo usemos las palabras en su sentido más gris, que corramos mucho para no ir a ninguna parte y que nuestro nombre sea lo único seguro que sabemos de nosotros? ¿Cómo podemos asegurar nuestra cordura e inteligencia si no distinguimos entre sueño y realidad, si la memoria no previene, repite; si no decimos lo que queremos decir….si ni siquiera sabemos si somos de verdad….si somos reales? La traición del lenguaje desfigura la realidad y la doble moral termina de clavarle el puñal: el reino autónomo de la incertidumbre hecho ley.
A través del espejo recrea el temor sobre el mundo que nos duplica cambiando las referencias. Somos una identidad cuestionada por la inversión de los parámetros al uso. Aquí somos lo que somos, allá somos los opuestos. Aquí vivimos bajo unas normas que pierden sentido cuando el allá las elimina y reinventa. En el allá se desaprende. En el aquí se obedece. Aquí nos vinculamos a una sensatez aparente, allá la insensatez impone su lógica inexorable . Vivir a la inversa es un código que asusta porque revela verdades explosivas, como por ejemplo, que la memoria es aliada de la mentira, y si recordamos lo que nos conviene como nos conviene ¿por qué no acordarnos de lo que todavía no ha sucedido si de todas formas lo vamos a inventar? Y ¿por qué no creer en lo imposible en riguroso orden alfabético, si igual ejercemos la fe y la esperanza, que es lo mismo pero a lo loco? También usamos las palabras sin consciencia y al hacerlo retorcemos la vida y la dejamos vacía, así cuando Alicia pregunta si el rey tiene la bondad de detenerse un minuto, y al rey , resulta, que le queda, por casualidad, un poco de bondad, pero nada de fuerza , y no puede detener al minuto porque pasa volando. O que al producirse el encuentro entre un unicornio y un ser humano, el unicornio es el que más se asusta…nadie le había hablado de ese monstruo fabuloso que tiene al lado.
Los habitantes de la maravilla y el espejo son excéntricos conscientes de sí mismos, seres muy claros en cuanto a su relación con la realidad y en cuanto a la naturaleza de la realidad misma. Intentan con más o menos éxito sacar a Alicia de su anquilosada ubicación en el mundo, y enseñarle las posibilidades magníficas de ser en lo que no se es, de pensar como nunca ha pensado, de vivir del derecho, y no del revés, descubriendo que el revés es el derecho…y viceversa. La oruga, el gato, la tortuga, la langosta, las flores vivas, los gemelos, la liebre, el sombrerero, el león, el unicornio, la duquesa, la reina, el caballero, las barajas, el erizo…….esa humanidad más que humana, ese bestiario simbólico , se empeña en que Alicia entienda que lo único que importa es encontrar la esencia auténtica de lo que somos.
En el mundo de este lado del espejo pasan cosas perturbadoras ante las que no nos inmutamos : sufrimos transformaciones involuntarias, sin que nadie nos guíe ni nos enseñe qué hacer en las nuevas etapas que nos toca vivir sin aviso; no coinciden ideas, palabras, y actos y no nos importa; podemos alterar el significado de las palabras y con ello, el del mundo y seguir como si nada; tenemos leyes por todos conocidas pero no se cumplen; quedamos atrapados en una forma fija de nosotros mismos y no sabemos, ni queremos salir de ella; hacemos preguntas que no tienen respuesta, hacemos preguntas cuya respuesta ya sabemos, decimos cosas que no queremos decir, hacemos cosas que no queremos hacer ….y ¿éste es el lado recto del espejo? Nos merecemos el veredicto de la reina: ¡qué nos corten la cabeza!!!!!