Tengo un amigo apasionado por el cine que me comentó acerca de uno de sus clientes, un profesor de Medicina, que colecciona películas. Me cuenta que les cambia la tapa y las etiqueta, pero además, y esto es lo que más me llamó la atención porque es algo que parece pasarse por alto, “las ve”, me dice.
El coleccionista de cine es diferente a los de otras áreas. Su conocimiento acerca del área puede ser casi inexistente. Lo que parece tener es un enamoramiento por los objetos. Los hay muy bien informados y grandes conocedores de la historia del cine que pueden recitar de memoria diálogos, describir escenas y nombrar a elenco y equipo técnico pero —y aunque saberlo produzca una experiencia mucho más significativa—, no es necesaria la erudición para ser un coleccionista del séptimo arte, en el sentido de que todo coleccionista por más despistado que fuese seguiría aportando algo al campo.
La atracción se ha dado en particular con todo aquello perteneciente a Hollywood. El glamur y el brillo de la época dorada de la industria cinematográfica norteamericana tienden a atraer a muchos. Tras la invención de lo que se conocería como star system, una idea francesa, las estrellas de las décadas de los años veinte, treinta, cuarenta y cincuenta tuvieron tal impacto en el espectador que aún hoy es el actor quien es objeto de culto. Es por él por quien se paga la entrada. Ciertamente existe el culto al director —mejor conocido como el culto al auteur: otro invento francés— y en menos medida el culto al guionista, sin embargo siguen siendo las estrellas las que literalmente dan la cara por la película, y por lo tanto las que despiertan las pasiones y obsesiones de los espectadores. Los coleccionistas conspicuos y los menos informados se dejan llevar por un primer momento de atracción física con su objeto del deseo, en este caso los actores; es la belleza en los coleccionables lo que despierta las ansias de posesión. Más allá del coleccionable hermoso y de la satisfacción, orgullo y autocomplacencia que da el ser dueño de ese objeto, se encuentra el coleccionista cultivado. A diferencia de aquel que no crece a la par de su colección, este tipo de coleccionista contribuye de manera mucho más rica y hermosa porque no le es posible solo poseer objetos, sino que como el profesor y mi amigo, también los ven. El austríaco John Kobal fue uno de estos coleccionistas.
Amores de cine
El escritor y crítico de cine Guillermo Cabrera Infante conoció a su amigo John Kobal en un cine. Cuenta en su libro Cine o sardina (Punto de lectura) que ese hombre alto, altísimo, y además bien parecido pasaba las noches despierto lanzando postales desde su cama con retratos de sus estrellas favoritas de Hollywood a ver quién caía sobre quién. A veces Marlene Dietrich caía sobre Cary Grant y otras sobre Joan Crawford. Y cuenta que fue esta afición la que lo llevó a ocuparse en reunir la que sería la más importante fototeca de la historia del cine, la Colección Kobal. Lo describe también como un hombre brillante, buen escritor —publicó varios libros sobre cine, entre ellos La gente hablará—, generoso, buen conversador. Un personaje encantador.
El carismático John Kobal llegó a escabullirse dentro de los sets oscuros ya vacíos tras largas horas de rodaje a rescatar montones de fotografías que los productores pretendían abandonar o simplemente echar a la basura; fotografías del equipo en plena faena, de los actores durante los descansos entre planos, de las escenas memorables de cada filmación. Cuenta Mary Corliss, quien estuvo a la cabeza del archivo fílmico de foto fija del MoMA en Manhattan por muchos años, que en los sesenta alguien de la Paramount Pictures ordenó que se destruyesen todos los fotogramas del estudio. Kobal se apresuró a ir hasta allí a sacarlos tras ser informado de la orden por otro amante del cine, William Kenly, empleado de la casa productora. Fue Kobal, el coleccionista, y no los productores, empresarios o trabajadores del área quien vio en aquel lote de fotos algo que merecía ser salvado y ordenado para la posteridad. Rita Hayworth, Greta Garbo, Humphrey Bogart, Fred Astaire, Ginger Rogers, Billy Wilder, los hermanos Marx, Gary Cooper, Bela Lugosi, Vivien Leigh, Clark Gable, Frank Borzage, Buster Keaton, Gene Kelly (en Cantando bajo la lluvia), Marlene Dietrich, Orson Welles, John Wayne, Marilyn Monroe, James Dean, Sean Connery, Marlon Brando, Harrison Ford; son apenas unos pocos de los personajes retratados de la colección. Hoy, con más de un millón de imágenes, es el archivo más importante y completo de fotografías del área, preservado por la Fundación John Kobal, espero, con el mismo amor por el objeto a coleccionar que llevó a ese hombre a sacar aquel paquete de fotogramas del abandono y el olvido.
Una colección suele ser importante en sí misma, dentro de la habitación del coleccionista, o como en el caso de Kobal, desparramada por todos los rincones de la casa. Pero en realidad el hacerla pública le confiere un estado de trascendencia que antes no tenía. Coleccionar puede ser querer darle orden al caos, el gusto de sentirse dueño de cosas que en conjunto tienen significado y que nadie más posee. Pero también puede ser un enamoramiento. Y permitir el acceso a los admiradores y coleccionistas haría de una colección una suerte de desafío a la muerte. Uno en el que la fuerza y destreza para retar es aquella cualidad que Cabrera Infante le adjudica a su amigo. “Fanático de toda belleza”.