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Rolando Revagliatti

Claudia Schvartz: La perfección es una búsqueda abrumadora

Claudia Schvartz nació en Buenos Aires, donde reside. Es dramaturga y actriz (interpretó monólogos teatrales de su autoría). Publicó el volumen de cuentos para niños “Xímbala” (1984), el de ensayo “Miyó Vestrini o el encierro del espejo” (2002, Editorial Blanca Elena Pantin, en Venezuela), y otro con prosas, “El papel y su futuro” (2015). En 2018 apareció su nouvelle “Nimia”. Poemarios editados: “La vida misma” (1987), “Pampa argentino” (1989), “Tránsito es nombre” (2005), “Ávido don” (2008; Mención del Premio Nacional de Literatura 2001), “Eólicas” (2011) y “Alcanfor” (2018). “Ávido don” fue traducido al francés en Quebec, Canadá (2015, Éditions de la Grenouillère) y al portugués (2016, Poética Edicioes). Fue incluida en antologías de su país y del extranjero. Tradujo, entre otros, “Sonetos y elegías” de Louise Labé, “Cementerios: la rabia muda” de Denise Desautels, “La libertad del espíritu” (textos de Paul Valéry y Antonin Artaud), “Tú, mi único” (antología de poesía femenina provenzal). Citamos, de las diversos volúmenes que compiló, “Antología de la poesía erótica” y “Nueva antología del amor”.

 

 

¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?

A los cuatro años inventé la palabra embustera. De a poco fui comprendiendo.

 

¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

A medida que el tiempo ha pasado, mi relación con la lluvia fue cambiando. Me encantaba caminar bajo la lluvia, chica, joven… algunos momentos deliciosos están ligados a la lluvia en mi infancia. Entrar en el mar bajo la lluvia, quedarse en el agua más tibia que el aire mientras en la playa, ya nadie… Tal vez en la orilla solo mi nonna que urgía para que saliéramos… una infancia con hermanas, claro. Después me volví cauta, responsable. Los truenos y los rayos pegaron más cerca, tal vez. Conocí en los cerros a una muchacha aterrorizada con la proximidad de la tormenta. Una mujer-pila que se había salvado por un pelo.

Pero se agravó la naturaleza, ¿no es cierto? Todo fue muy rápido. Se talaron los grandes bosques, se envilecieron los mares, la atmósfera se llenó de petróleo, se perforó la capa de ozono y también está lo nuclear, las fisuras desagotan en los mares y el agua es una sola, como se sabe. Cosas graves aprendí a medida que envejecía. El mundo fue cambiando violentamente en ese breve interín. Ahora cunden nuevos lenguajes en los que soy analfabeta. La velocidad ha devorado el mundo que conocía. Lo que dejamos a los más jóvenes es aspaviento, una consistencia que ellos deberán descubrir. Es decir, sin aquella consistencia. Muchas veces, comiendo, me pregunto qué es lo que mastico. Convivir con el peligro, podría llamarse esta civilización en la que resistimos, sin embargo.

 

“En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?…

La comparación con Faulkner es fallida a mi entender. Un novelista es un constructor.

Cuando logro un poema largo o corto, y lo siento logrado, por supuesto hay un trabajo, pero sobre todo una confianza extrema en la adherencia y la inmersión. En ocasiones, un tema para llegar a ser requiere descartar íntegra la primera composición, que resultó rígida —por ejemplo— por otra donde el tema ha decantado y corre respirando libremente, superando la primera redacción en profundidad y ritmo. El tiempo juega un papel importante. Antes un escrito descansaba en el olvido hasta que volvía a aparecer casualmente, muchas veces.

 

¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra?

Tengo una pésima memoria. Los sucesos en la vida de las personas no sé si me interesan demasiado. Realmente no puedo recordar a ningún autor por sus hazañas. Si las he conocido fue a partir de la obra: Louise Labé, Francois Villon, William Shakespeare siempre son enigmas… Emily Brönte… a todos los leí antes y después de conocer algún hecho de su biografía. Por ejemplo, Jane Austen le pidió a su hermana Casandra que destruyera todas sus cartas. ¿Prudente, no es cierto? Italo Svevo, James Joyce… en fin. Literatura. Tampoco soy chismosa con mis amigos. Si me querés contar algo lo escucho y no lo suelo comentar por ahí. Queda entre nos.

Y si pienso en la literatura argentina, de inmediato se mezcla con la historia de modo inseparable. Juan Bautista Alberdi, por ejemplo. Domingo F. Sarmiento, el más miserable de todos y grande, sin embargo. O Lucio V. Mansilla. Puro siglo diecinueve, eh? Con Griselda Gambaro charlamos mucho de plantas, libros, lecturas, recuerdos, política… y le cuento cosas que me pasan. Tiene una forma de escuchar que me resulta fundamental.

 

¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?

Una frase del Viejo Bribón que me gusta repetir: “Adelante con los faroles.”

Creo que no tengo otra. O están tan incorporadas que no las registro. También, “Tengamos la fiesta en calma”, que da cuenta un poco, del tenor violento que conozco.

 

¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?

¿Estremecimiento? ¿De placer? Odilon Redon. Un pequeño óleo en el Museo Nacional de Bellas Artes. El estremecimiento incluye contradicción, oxímoron si se quiere. O un abanico de sensaciones que no permanece inmóvil. Siendo así: Un pequeño autorretrato en verdes y azules de Vincent Van Gogh que sólo vi una vez. Parecía que Vincent se asomaba a una ventanuca, solo para mí. Las esculturas en madera talladas por Paul Gauguin. Un cuadro de Marcia Schvartz, entre los muchos de ella. Algunas esculturas de Juan Carlos Distéfano y otras de Norberto Gómez. Y siempre vuelvo a las pinturas de Cándido López. Y me gusta la pintura de Jorge Pirozzi.

Emily Brönte sí, me estremece. La leí muchas veces, año a año. “Alicia en el país de las maravillas” fue una de mis obras preferidas durante mi juventud. Otra obra que me encanta recorrer es “Ulises”, de Joyce. Shakespeare me estremece una y otra vez. Lear. O el horrible Ricardo.

¿Perplejidad?: Nikolái Gógol.

 

¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?

Tengo gran vocación por el ridículo. Si recuerdo alguna situación específica más allá de la natural cotidiana ridiculez que padezco, la contaría con detalle. Pero mi mala memoria me juega pasadas tremendas.

 

¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?

No llegaré. Esa es una certeza tranquilizadora.

 

“¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?

Yo misma soy mi rutina. Me recorro con espanto. Muchas veces. Otras, puedo ponerme a salvo de mí misma. Escribir es la única manera en que salto el límite y logro sustraerme de mi deficitaria clave. Eso, o leer. Esa fascinación del descubrimiento de un libro, que en mí fue sobre todo en la adolescencia, la pubertad incluso, cuando eso sucede, oh maravilla, todo se silencia y solo existe ese mundo extraordinario.

 

¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un amaneramiento”.

¿No será que una es su propia limitación? Tal vez esa limitación sea el mundo que se relata, esa obsesión. La perfección es una búsqueda abrumadora.

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