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Ciudad de pobres corazones

El show comenzó cerca de las 8:00 pm. Una alineación sencilla: guitarra, bajo y batería. En el centro del stage, un piano negro de ¼ de cola. Los músicos de la banda vestían todos de franela: Say No More. Y Páez apareció en escena vestido de blanco, pantalón y saco, una sencilla franela, abrigando la humanidad del genio de 52 años, bajo un cielo estrellado de Caracas que reventaba en una feroz luna llena.

El tema de abrir fue “Arde”, perteneciente a la placa Rock And Roll Revolution. La verdad sea honrada, es un tema que está perfectamente a la altura de la tapa del disco, una decadente imagen de Charly García, arrodillado sobre el escenario, en su peor momento de delgadez extrema. “Arde” daría paso a la sentimental rola “Muchacha”, una descarga ultra emocional de piano dulce y entrepiernas adolescentes.

El público de Caracas estaba sencillamente eufórico, feliz, liberando adrenalina como nunca. Fito supo capitalizar la buena onda. Lanzó de repente “Brillante sobre el Mic”, y ordenó encender los celulares. Parece mentira como el principal discípulo de García, viene a la capital de Venezuela, y genera espectáculos entrañables, al tiempo que Charly destruye los pianos, rompe y raja las tablas, invoca a Satán en el lobby del hotel, y se permite destemplar el lenguaje.

¡Bravo Chopin!
Un intermezzo de delirio romántico, alejó a los músicos de la tarima. Las luces se apagaron, y un blanquísimo seguidor se posó sobre Páez, quien disparó Cadáver Exquisito, él solo al piano, y se descargó una larga coda al estilo Chopin, que era más bien un aullido académico a la luna de plata caraqueña.

Llegado a la medianía del show, el argentino se retiró al backstage, y reapareció vestido de cuero negro, una guitarra eléctrica entre las manos. “Ciudad de Pobres Corazones” fue el acicate para que el teatro -a reventar- se viniera al suelo. A los caraqueños les gusta maldecir, y esta rola es una imprecación mayúscula, hiperbólica, maligna, envenenada, muy a tono con la ciudad que más homicidios registró -en todo el planeta- durante el año 2013. A Fito le viene bien el cuero negro.

Los intercambios con el público, fueron a ratos ácidos, a ratos dulces, a ratos hilarantes. Un fan le gritó: ¡Say No More!, mientras Páez presentaba una canción. “¿Say No More? Entonces, no digo más nada”, y se dejó caer el ángel eléctrico.

No está demás precisar que la logística del show –la empresa es Invershow- estuvo bastante bien cuidada. Para entrar a los baños portátiles, no hacía falta soportar largas colas. El dispendio de cervezas era accesible, sencillo, a costos razonables. Incluso había una suerte de bartenders móviles, que ofrecían whisky y ron, directamente en los asientos.

Si uno se pone a pensar en el tipo de gente que se vio en show de Fito Páez en Caracas, salta a la vista que los post modernos de anteojos carey, tatuajes y zarcillos de plata que se veían en los 90’s, han dado paso de un público menos arriesgado, al menos en la estética.

Gorditas “cute”, muchachos de chequera solvente, jóvenes recién casados –por lo que uno puede imaginar-, uno que otro punk de cartón piedra, e incluso señoras sobre los 60 años. Lo que quiero indicar es que, al parecer, el público de Páez creció, y echó canas, como él mismo.

Psicodélica star
La fase final de espectáculo sirvió para otro cambio de vestuario. Ahora Páez, se calzó unos pantalones rojos, y una chaqueta a rayas, roja y blanca. Un estilo muy a tono con lo que vendría: “Psicodélica star de la mística de los pobres”, se oyó retumbar en los inmensos parlantes, negros como la boca del Demonio. Las trompetas del tema “Circo Beat”, prepararon la locura perfecta, para dar un tiro de gracia perfecto.

El show tuvo un primer final con “A Rodar Mi Vida”. Pero la gente no se rindió. El plano se fue a negro. Y entonces, volvió la banda al set, para regalar a manos llenas un par de temas. “Dar es Dar”, y “Mariposa Technicolor”. El Anfiteatro del Sambil se vino abajo. Aún así, Caracas -a sala llena- le impidió al rosarino despachar la cosa así nomás: Rock And Roll Revolution, el track que da nombre al más reciente disco, sirvió para –ahora sí- dar la estocada final.

El Maestro Páez demostró estar completamente en forma. Es uno de esos raros casos, en los cuales un artista ya ha pasado la curva más alta de su carrera, y se mantiene componiendo canciones universales, y entregando espectáculos memorables.

Hay que decir una cosa muy importante: la alineación minimal de guitarra, bajo y batería, honra del todo el título de la obra, y de la gira. Y que Páez se atreva a prescindir de los teclados para plantar cara a un concierto de rock, sólo con su voz, y un piano de ¼ de cola, recuerda la mejor tradición rockabilly de Little Richard.

A Fito el tiempo le ha puesto algunos años. Pero, por lo que se ve, su corazón sigue siendo el de un pibe triste y encantado. Un corazón de oro que sigue moviendo masas, y llenando teatros a reventar, aunque –por esta vez- la entrada no haya sido gratis.

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