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karl krispin

Cisneros en el MoMA

Uno de los sitios más conmovedoramente placenteros de la humanidad es la colección Frick de Nueva York. Henry Clay Frick, capitán de industrias y magnate capitalista, se empeñó en que su fortuna se destinara a comprar grandes cuadros en Europa para su residencia, luego transformada en museo. Frick tenía un peculiar sentido del humor al ironizar sobre aquel pasaje del Nuevo Testamento sobre que era más fácil que “un camello entrara por el ojo de una aguja a que un rico lo hiciera al reino de los cielos”, al decir que si a los ricos les costaba, cómo sería para los pobres. Frick no tuvo que trajinar a nadie para que le escribiera una biografía y se dedicó con una devoción invencible a adquirir lienzos para sus paredes, entre los que destacan los Holbein que retratan a Moro y Thomas Cronwell, dos enemigos con una historia de destrucción y a quienes Henry Clay dispuso que se contemplaran. Sólo por admirar el terciopelo vinotinto del autor de Utopía y patrono de los políticos, el luego santo Tomás Moro, merece la pena otorgarse una tarde ante a esa chimenea, presidida por un san Gerónimo del Greco.

Una de las magias de Ciudad Bolívar, en Venezuela, es el museo Soto, donde el maestro guayanés resumió el amor y el homenaje por la ciudad que lo vio nacer. A esta institución acomodó sus obras propias y sus Albers, Richter, Poliakoff, Kandinsky o Tinguely para que abstractos y constructivistas residieran a la orilla del Orinoco. Igual sucede con el museo Botero en Bogotá, Colombia, donde al lado de sus infantas gordinflonas y coquetas, el pintor colombiano quiso instalar los lienzos atesorados de su vida. El gran coleccionista lo hace pensando en un espacio cercano y futuro donde dialogue su arte.

Recientemente se ha anunciado con júbilo, para que los medios hagan fiesta, que la colección Patricia Phelps de Cisneros donará más de 100 obras de artistas latinoamericanos al Museo de Arte Moderno de Nueva York. Y aquí es donde se me corta la digestión ante una simple pregunta: ¿Por qué el MoMA sí y Caracas no? No digo que se donaran a algún museo nacional invisibilizado sino que se creara uno especialmente. No veo a Frick despachando sus piezas a la Pinacoteca de Munich, a Soto apilando su colección para el Pompidou o Botero embalando con dirección a la Tate, porque primero pensaron en sus orígenes. La noticia es desalentadora porque abunda en un capítulo más de la historia del desarraigo. Y pensar que cada uno de esos cuadros se compró con dinero originado en Venezuela. Que tiempos tan diferentes corren hoy que hasta la idea de país parece destinada a los diccionarios olvidados.

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