Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Cine de hoy: retos y contradicciones (Parte I)

La incierta encrucijada moral, social, económica y cultural en este año que apenas se estrena, ha tenido eco de grandes resonancias en la cinematografía reciente. Los auteurs se encuentran hoy en pie de guerra; especialmente en el Viejo Continente, amenazado por ultranacionalismos, neofascismos, caudillismos y populismos. Aún la integridad de la Comunidad Económica Europea se ha visto amenazada ante el Brexit inglés y los movimientos separatistas en el territorio de muchos de sus miembros.

En tal sentido, la nueva cinematografía europea ha aceptado el desafío que presupone abordar, exponer y denunciar los males que aquejan al continente y, por extensión, al resto del mundo. Las maquinaciones del poder para doblegar a quienes se oponen a sus designios; el racismo, clasismo e hipocresía de quienes se hallan en la cima de la pirámide social; las trabas interpuestas por los culpables para ocultar las infamias y la violencia contra el otro; la importancia de recuperar la memoria histórica para hacerle justicia a quienes fueron vilmente asesinados; los miedos íntimos a aceptarse a sí mismos de quienes nunca han tenido nada y sus luchas para ser reconocidos por una sociedad xenofóbica, sexista, machista y homofóbica, son algunos de los temas recientemente abordados por una serie de películas que se hallan hoy en primera línea de fuego.

The Bookshop, de la española Isabel Coixet, centra la acción en torno al poder de la palabra escrita para subvertir la realidad circundante; algo que en la actualidad pareciera haberse esfumado, en aras de otras formas de comunicación mucho más masivas y, por ende, mucho menos íntimas y personales. Filmada en un pequeño pueblo costero del condado de Suffolk, la película recoge los pormenores de una joven viuda de guerra en los años cincuenta, y su deseo de abrir una librería allí, donde no existe una manifiesta tradición de lectura.

Florence (Emily Mortimer) llega al lugar ilusionada con la idea, pero pronto se dará cuenta de los obstáculos interpuestos en su camino por una poderosa terrateniente de la zona, para quitarle la propiedad y transformarla en un centro de las artes donde ella pueda seguir ejerciendo su dominio. En la dirección de Coixet, la sutilidad de las componendas contra Florence, aprovecha al máximo el autocontrol de los que cada protagonista hace gala, haciendo mucho más destructiva la venganza. Ello, enmarcado por una ajustada cinematografía donde la agresividad interiorizada del paisaje puntea la de los caracteres que, en close-up o en plano medio, exponen la pequeñez de sus sentimientos.

Únicamente Mr. Brundish (Bill Nighy), un reservado lector infatuado por Florence, y Christine (Honor Kneafsey), una precoz niña quien la ayuda a organizar la librería, se solidarizarán con la heroína, haciendo menos árida su existencia. Coixet, quien ha sido repetidamente tildada de “fascista” por no alinearse con el independentismo catalán, conoce en carne propia las consecuencias de las intransigencias e iniquidades de quienes creen poseer la verdad y no vacilan a la hora de imponer su estrechez de miras, aun cuando ello perjudique y escinda al resto de la sociedad. En sus palabras: “Siempre me ha fascinado la banalidad de lo diabólico. Por qué alguien quiere arruinarle la vida a otro”.

Fundamentado en la novela homónima de Penelope Fitzgerald, el film de Isabel Coixet logra llegar al fondo de tal aseveración, espejeando los laberintos de la conciencia, que el texto igualmente afronta con sensibilidad e inteligencia; con lo cual ambas obras dialogan y triunfan sobre las miserias humanas, exponiéndolas pero sin restregarlas sobre el lector-espectador, quien observa cómo se iluminan las zonas oscuras del ser sin que la película pierda un ápice de su poesía.

Otra película donde lo literario forma parte integral de la diégesis ha sido El autor, del también español Manuel Martín Cuenca. Aquí Álvaro (Javier Gutiérrez), deja su trabajo para dedicarse a escribir una “gran novela”, quizás para opacar a la exmujer, quien se encuentra en la cima de la fama al haber escrito un best-seller de dudosa calidad literaria. Con ironía y acidez, el director pone a funcionar la trama, desde el modo como Álvaro manipula a los vecinos del edificio donde vive a fin de transformarlos en personajes de su magna obra.

Basada en la novela de Javier Cercas, El móvil, este film recoge las preocupaciones del autor novel en su intento por abrirse paso por los intrincados vericuetos del mundo editorial. Frustración con el manejo de los talleres literarios, entrevistas con autores más sortarios, gimnasias mentales diversas, encuentros y desencuentros con los futuros personajes mueven la ambición de Álvaro quien, cual es de suponer, será víctima de sus propios fantasmas interiores. El fracaso, sin embargo, no destruirá su optimismo, renaciendo el autor de las cenizas para seguir adelante con la escritura.

Filmada en Sevilla, la película aprovecha las panorámicas de la ciudad y los escenarios naturales, contraponiendo esos espacios abiertos con el claustrofóbico ambiente del edificio y sus peculiares habitantes. Una pareja de inmigrantes mexicanos, un oficial franquista retirado, una portera inmiscuyéndose en las existencias de la vecindad son algunos de los caracteres que Álvaro transcribirá en las páginas del texto, al tiempo que se involucra más de la cuenta con algunos de ellos hasta labrar su propia caída.

La influencia de series televisivas como Aquí no hay quien viva (2003-2006) y La que se avecina (2007-2010), y de películas como La comunidad (2000) de Álex de la Iglesia, se hace presente en El autor desde los cómicos gags, enredos entre vecinos y el humor negro intrínsecos a la idiosincrasia ibérica. Un ágil trabajo de cámara completa esta producción, a la vanguardia del cine español de hoy.

La higuera de los bastardos, también de una directora española, Ana Murugarren, abordó el espinoso asunto de la recuperación de la memoria histórica de la Guerra Civil y el franquismo por las nuevas generaciones, abocadas a darle voz a los desmanes de la conflagración y la dictadura que por décadas habían quedado relegados al desván del olvido.

El asesinato de un padre y su hijo de dieciséis años a manos de los falangistas durante los primeros años del franquismo, será el móvil que le permitió a la realizadora elaborar un film de gran intensidad donde, mediante un fino sentido del humor, los temas tabú de la sociedad española con respecto a su pasado quedaron expuestos. Aquí Rogelio (Karra Elejalde), el ejecutor del crimen, queda hechizado por la severa mirada del hijo menor del asesinado y decide consagrar el resto de su existencia a guardar la memoria de aquel macabro hecho.

Sobre la tumba de los finados, Rogelio sembrará una higuera que, con el paso de los años, atraerá hasta el lugar a numerosos peregrinos en busca de paz y sosiego. Convertido en un ermitaño, el protagonista será la alegoría de un pasado molesto para los culpables, quienes utilizarán toda la influencia a su alcance para borrarlo.

El hiperreal de la fotografía evocó un mundo paralelo en el cual lo mágico igualmente encontró su lugar, a la manera de otro film similar, El laberinto del fauno (2006) de Guillermo del Toro. Pero en la película de Murugarren esta certeza tuvo visos mucho más críticos, pues incluyó a todos los sectores de la sociedad de postguerra hablándonos desde el horror y el error que, sin embargo, no podría ser reparado. “Una higuera sería un recordatorio eterno. La gente debe olvidar todo lo que está pasando ahora, y con esa higuera no se olvidaría de ti, de mí y de todos nosotros”, nos confía en tal sentido uno de los personajes de la novela La higuera de Ramiro Pinilla, que sirve de sustrato a la película.

Otros sedimentos, bajo los cuales descansan tantos cuerpos anónimos o, como en el caso de Federico García Lorca, desaparecidos sin dejar rastro, cual víctimas de los odios entre habitantes de la misma tierra, fueron aquí recuperados con pasión y compasión, pero sin dejar que el melodrama anegase la pantalla. De hecho, en la cámara de esta directora, los ajustados encuadres se convirtieron en fotografías indelebles de un tiempo nunca esfumado sino volviendo, como las tormentas más feroces, para arrasar con todo. En sus palabras: “Este film, inclasificable en el buen sentido de la palabra, es un torrente que mezcla drama con comedia negra surrealista, aportando una humanidad y fuerza a los personajes que no deja a la gente indiferente”. Una certeza, que seguiremos rastreando en la segunda parte de este artículo.

Hey you,
¿nos brindas un café?