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El cine como espacio de múltiples tensiones

Muchas son las tensiones en que el cine reciente se ha visto sumergido, dadas las condiciones políticas del país y su resonancia en el mundo. Los premios Oscar de este año fueron un claro ejemplo de ello, pues se caracterizaron por la tensión entre lo políticamente correcto y lo políticamente incorrecto, como consecuencia de las críticas en años anteriores a la falta de nominaciones para la comunidad afroamericana, por un lado, y por otro, del repudio de gran parte de Hollywood, al asedio hacia los medios de comunicación y la cacería de brujas de la nueva administración.

Moonlight, mejor película, Viola Davis, mejor actriz secundaria, Mahershala Ali, mejor actor secundario, Moonligh, mejor guion adaptado, O.J.: Made in America, mejor documental, fueron los premios otorgados a afroamericanos, además de haber recibido esta comunidad una mayor cantidad de nominaciones que en el pasado. Hollywood ha tratado así de cambiar la imagen racista que se le achacó anteriormente, si bien siempre es difícil prever si se ha tratado solo de una limpieza de imagen o de un cambio profundo en las políticas de los estudios.

La inclusión de Salma Hayek, Gael García Bernal y Antonio Bardem entre los presentadores, igualmente apuntó hacia una defensa de los inmigrantes, como apoyaron abiertamente Hayek y García Bernal al momento de su participación; especialmente ahora cuando el nuevo presidente pretende construir un muro para aislar a Estados Unidos, no solo de México sino de los problemas que acaecen en el resto del mundo, mientras se prepara para “ganar guerras” aumentando billonariamente el gasto militar en detrimento de la salud, la educación, la asistencia social y la cultura.

Nueve films fueron nominados como mejor película. Una lista ciertamente numerosa, si bien desde el principio La La Land, Moonlight, Manchester by the Sea, Fences y Lion despuntaron como las favoritas.

Con un record de 14 nominaciones, La La Land se erigió como la ganadora en las encuestas. Dirigida por Damien Chazelle, quien con 32 años ha sido el director más joven en ganar un Oscar dentro de esta categoría, se aparta de los temas duros del resto de las películas. Ello es quizás prueba del porqué se le dio tanta importancia, además de constituirse en un espejeo al Hollywood dorado, tal cual The Artist (2011) logró de manera más acertada hace unos años. De hecho, como película musical per se no pasa de ser un remedo, muy por debajo de los grandes films de los años 30 y 40. Incluso musicales posteriores como Saturday Night Fever (1977), Grease (1978) y Hairspray (1988) fueron mucho mejor logrados y, cabe decir, mejor actuados en lo que al género mismo respecta. Ni Emma Stone (Premio a la mejor actriz) ni Ryan Gosling (mejor actor nominado) descollaron por sus dotes escénicas como bailarines y cantantes, resultando más bien su trabajo un comentario irónico al musical, visto por un director demasiado joven como para entender a fondo la esencia de este género.

Pero debe reconocerse que el film no buscaba llegar a un público conocedor, sino iba dirigido preferentemente a los veinteañeros, para quienes Fred Astaire, Ginger Rogers, Eleanor Powell, Gene Kelly o Donald O’Connor se hallan fuera de su registro visual e intereses. En tal sentido, la película cumplió sus objetivos, abocándose más bien a un preciosismo en la cinematografía y el trabajo de cámara, en su intento de aludir al glamour de Top Hat (1935) o Broadway Melody (1940) y la pátina del tecnicolor en Singing in the Rain (1952). Algo imposible de lograr pues estos films son obras de arte irrepetibles.

Dentro de su cortedad de miras entonces, La La Land satisfizo a la audiencia y a los miembros de la Academia, que le otorgaron 5 premios Oscar incluyendo mejor dirección. La historia de amor entre Stone y Gosling, cual repetición mejor lograda del tema de su film anterior Crazy, Stupid, Love (2011) dirigido por Glenn Fitarra, tuvo como marco un conjunto de sets inspirados en las edulcoradas producciones infantiles de Walt Disney y en los dinámicos comerciales para bebidas y cigarrillos de los años ochenta, lo cual garantizó el escapismo del espectador hacia un universo paralelo donde los sueños podrían volverse realidad. En tal sentido, Sebastian (Gosling) logra abrir su club de jazz al estilo de los lugares clásicos del pasado, y Mia (Stone) puede dejar de trabajar en una cafetería para convertirse en una estrella del Séptimo Arte.

Un montaje fragmentario y los raccontos al pasado, que vuelven para asediar a la pareja tras su ruptura años después, imprimieron un cierto dinamismo a un guion sin interés alguno, dado lo predecible y poco imaginativo del desarrollo emocional de los caracteres, amparados en una pegadiza y premiada banda sonora. La ciudad de Los Ángeles, vista desde el hiperreal de una cinematografía igualmente premiada, dentro de una estética que combina realidad y simulación mediante una producción que también se hizo con la estatuilla, contribuyeron al poder seductor del film para el gran público, sobresaturado de películas de acción y dramas contemporáneos.

En este sentido Moonlight y Fences hurgaron en la llaga siempre abierta, de los problemas inherentes a la población afroamericana. Marginación, violencia, abuso y desintegración del estamento familiar, como consecuencia de la segregación y la pobreza, impactaron poderosamente a la audiencia, haciéndonos reflexionar en torno a su situación hoy, cuando ni el modelo de un presidente mulato ocupando por ocho años la Casa Blanca, ha servido para aumentar la autoestima del grupo ni mitigar la intolerancia de otros grupos raciales hacia ellos. De hecho, con la llegada al poder de un presidente racista y xenófobo, tales grupos se han visto validados, lo cual no augura un futuro mejor ni para los afroamericanos ni para otras comunidades de color en los Estados Unidos para los años venideros.

Moonlight, fue premio a la mejor película, mejor actor secundario y mejor guion adaptado, a través de la crónica de la aceptación de su homosexualidad de un muchacho sin padre y con una madre presa en la drogadicción, desde la infancia hasta una temprana juventud sin salida, pues su condición, falta de educación y ausencia de estímulos positivos lo condenan a seguir dentro del gueto y a dedicarse al tráfico de drogas como su primer mentor, interpretado por Mahershala Ali.

Basada en la obra teatral Moonlight Black Boys Look Blue de Tarell Alvin McCraney, quien también escribió el guión premiado con un Oscar, la película acude al género memorístico, donde lo autobiográfico y ficcional, en torno a la persona del autor, se intersectan para articular un yo que busca sobreponerse a las injusticias de su entorno, justificar sus propias carencias y dar voz a sus más recónditos deseos. Ello fue logrado mediante la ajustada dirección de Barry Jenkins, quien ya en su largometraje anterior Medicine for Melancholy (2008) había explorado las relaciones de pareja y el lugar, siempre desventajoso, del afroamericano dentro de la sociedad norteamericana.

Chiron, interpretado por tres actores según el período de su vida, responde al arquetipo clásico del afroamericano acosado por un ambiente hostil, impotente para escapar del ciclo vicioso donde gravitan sus mayores y sus propios coetáneos, en este caso residentes de Liberty City, un barrio predominantemente negro de clase baja de Miami, ciudad donde creció el mismo McCraney.

Un trabajo de cámara que privilegió el juego de plano-contraplano y el close-up para crear un espacio de intimidad entre el espectador y los personajes, fue clave en el desarrollo de la diégesis, enmarcada por una cinematografía que osciló entre la sobresaturación del color y el lustre de las postales y fotografías desteñidas por el tiempo y los elementos. La mirada homoerótica sobre el desarrollo de la acción, igualmente contribuyó a acentuar el lado sensible de la naturaleza humana y extraer poesía de lo más abyecto. Algo que el espectador pudo captar desde una óptica fundamentalmente ambigua, pues nunca se resuelve el hecho de la aceptación de la sexualidad del protagonista ni se deja espacio para redención alguna; quedando además el final abierto a múltiples interpretaciones, lo cual de cierto modo calca el estado actual de existencia en un limbo de este grupo racial dentro de los Estados Unidos.

Fences, dirigida y actuada por Denzel Washington, a partir de la pieza teatral de August Wilson, nos enfrenta a una sociedad donde las barreras son tan reales como alegóricas, dentro y fuera del entorno familiar de los protagonistas. Unos protagonistas, viviendo sus personales temores y frustraciones, en el Pittsburgh de los años cincuenta, sin poder escapar a su destino. Penurias, resentimiento, fracaso, infidelidad, autoritarismo planean sobre los destinos de seres constreñidos por las convenciones de su época, y aislados tras esas mismas barreras donde lo racial tiene un papel preponderante.

La existencia dentro de un entorno tan enemigo y cerrado como el de Moonlight, se crece al trasladarnos al país de los años cincuenta, anterior a los movimientos en pro de los derechos civiles, que trataba abiertamente a los afroamericanos como ciudadanos de segunda categoría, prohibiéndoles compartir incluso los mismos asientos de autobús con la población blanca. Ello generaba no solo un enorme rencor sino ubicaba al grupo en una posición de vulnerabilidad, donde los blancos tenían el control sobre todos los aspectos de su existencia.

La película de Denzel Washington, quien recibió una nominación a los Oscar como mejor actor, ahonda en tales inadecuaciones desde la perspectiva de una familia obrera, buscando sobrevivir no solo en un entorno social igualmente reducido, sino como grupo unido por lazos de parentesco, muchas veces cercenados por las mismas circunstancias donde les ha tocado luchar.       Aquí Troy (Washington), su esposa Rose (Viola Davis) y Cory (Jovan Adepo), el hijo de ambos, comparten casa en un barrio segregado, que pudieron comprar gracias a un pago del gobierno, como compensación por las heridas sufridas por el hermano de Troy durante la Segunda Guerra Mundial, al quedar mentalmente incapacitado. Los desengaños de Troy, sin embargo, quien no pudo lograr su sueño de ser un jugador estrella del béisbol y trabaja hoy manejando un camión de basura, se ceban sobre su esposa e hijo, quienes sufren las consecuencias de sus infortunios.

La precisa y descarnada dirección de Washington agudizó la sensación de una vida sin salida, similar a la de Moonlight, medio siglo antes de que esa misma desesperanza hubiera despedazado el frágil tejido donde se asentaba la vida de sus mayores, y los nietos de aquella generación giren en una espiral autodestructiva, producto de la falta de oportunidades como consecuencia de su color de piel. “El hombre negro tiene que manejar un camión, conducir un taxi, hacer lo que sea para sobrevivir. Todo por culpa de la discriminación”, apuntó en una entrevista Wilson refiriéndose a esta obra. Y es justamente esta realidad la que la adaptación cinematográfica pone frente al espectador, aludiendo simultáneamente a sus particulares incongruencias e incompatibilidades, mientras sobrevive en un entorno incompatible con sus aspiraciones.

Tal panorama no es ciertamente privativo de los afroamericanos, representados en Moonlight y Fences, dos películas donde debe también apuntarse que ningún personaje pertenece a otro grupo racial. De hecho, es la primera vez que la Academia premia dos films exclusivamente realizados por y para gente de color, tradicionalmente representada desde la explotación, el estereotipo o el escapismo de la comedia ligera, a lo largo de la historia del Séptimo Arte.

Manchester by the Sea y Lion desplazaron el lente hacia los pobres blancos e hindúes, respectivamente. La película de Kenneth Lonergan, que obtuvo la estatuilla para el mejor guion original y el mejor actor, se desarrolla en un pueblo costero de Massachusetts, donde llega Lee (Casey Affleck, Oscar al mejor actor) para encargarse de su sobrino, a la muerte del padre de este. La inadecuación de Lee para llevar adelante esta responsabilidad y la rebeldía del muchacho movilizan la diégesis, permitiéndole al director mostrar una radiografía de un grupo igualmente marginado del discurso social norteamericano, aunque no afronte sino más bien se aboque al racismo y la intolerancia, como consecuencia de su propio fracaso.

El sensible trabajo actoral y la dirección de Lonergan establecieron un fresco de emociones encontradas que colisionaron entre sí pero igualmente dejaron espacio para la risa y el placer, desde los encuentros, desencuentros, forcejeos y reconciliaciones entre los caracteres. El heroísmo de la debilidad tuvo igualmente cabida desde el comportamiento de antihéroes cuya máxima aspiración es conservarse a salvo del mundo y vivir tranquilamente. Ello explica igualmente el temor de tales individuos a confrontarse con lo nuevo, lo distinto, lo desconocido, prefiriendo orbitar en torno a lo familiar donde se sienten seguros y donde, consecuentemente, otros grupos étnicos no tienen cabida.

El uso de grandes panorámicas sobre lo pintoresco del paisaje marino de esta zona de la costa de Nueva Inglaterra, y una iluminación dable de privilegiar la luz natural contribuyeron a crear una situación cinemática conducente a la exploración psicológica de los caracteres en tales entornos, a los que, como sus emociones, se mantienen fieles a lo largo de sus existencias. “Mis personajes no aceptan su manera de vivir y pasan a otra cosa, permanecen más bien arelados a sus instintos y acciones por el resto de sus días”, comentaba el director en una entrevista, reiterando así su preocupación por profundizar en la parte oscura del individuo, pero sin desvirtuarla ni descalificarla, y justificar consecuentemente esa manera tan endogámica de actuar y ser.

Lion, desde un entorno y una cultura muy distintos, también se centró en los altibajos del vivir cuando las seguridades son prácticamente inexistentes y lo que cuenta es el impulso propio para sobreponerse a todos los obstáculos. Nominada para seis premios Oscar, la película no logró hacerse con la codiciada estatuilla, si bien dejó una huella profunda en el público y la crítica.

Dirigida por el realizador australiano Garth Davis, Lion gira en torno a Saroo (Dev Patel, nominado como mejor actor secundario) quien es accidentalmente separado de su familia en la infancia, siendo adoptado por una pareja australiana (Nicole Kidman, como su madre adoptiva, fue también nominada para un Oscar como mejor actriz secundaria). La búsqueda de la familia consanguínea y la reconciliación de sus raíces con el entorno donde fue criado, constituyeron el nudo del argumento, permitiéndole al director ahondar en las diferencias culturales y exponer una visión muy personal de la India.

Rodado en Calcuta, el film aprovechó la gran diversidad de esta megalópolis, ilustrando mediante un ajustado realismo fotográfico las profundas diferencias entre las castas, y el tratamiento abusivo de los huérfanos, sobreviviendo en la insalubridad de las calles y lejos de cualquier posible mejora en sus condiciones de vida, a menos que, como el protagonista, sean adoptados y llevados a vivir a un país más próspero.

El guion, nominado para un Oscar como mejor guion adaptado, se basó en A Long Way Home, libro escrito por el mismo Saroo, contando su odisea. Una odisea que, gracias a las nuevas tecnologías, tuvo un final feliz pues le permitió localizar su pueblo originario y conocer a su madre biológica. Hecho este que el film abordó sin caer en el melodrama ni la falsificación de la realidad, tal cual lograron la mayor parte de los films nominados para los premios Oscar de este año.

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