La historia de esta opera prima es peculiar desde su concepción. El argentino era un aeromozo que, entre vuelos de la aerolínea Air France, escribía un guión para cine de tinte semiautobiográfico (su apodo, Coco, se cambia por Toto), donde evoca la vida cotidiana de un pueblo. Se convirtió en novela por simples razones pragmáticas: los monólogos eran demasiado largos para el formato cinematográfico. Y, con esto, se dio la libertad técnica del experimento novelado, por lo que la trama no se puntea en la forma tradicional, sino que se adivina en el rompecabezas de voces, diarios y reclamos anónimos.
El manuscrito, cuyo punto final se tecleó cerca de 1965, pasó a manos de Néstor Almendros, cineasta español formado (como Puig) en el Centro Experimental de Cine, ubicado en Roma. Este a su vez se lo legó a Goytisolo, que se lo dio al editor Carlos Barral.
Entonces se decidió que pasara al jurado del Biblioteca Breve, lo que a su vez desencadenó una polémica. Uno de los miembros arguyó que la novela se asemejaba a la pluma enmelada de Corín Tellado y llegó al punto de la amenaza: renunciaría al jurado si La traición… ganaba.
Como era una figura respetada, que había ganado el premio pero en 1962, se escuchó su ultimátum. El recipiente del premio fue Juan Marsé. Es curioso que ese mismo miembro del jurado esté en la contraportada de la edición Seix Barral (2003), diciéndonos que lo considera uno de los autores más originales.
El autor de la frase es Mario Vargas Llosa y, en todo caso, este elogio es una cita fuera de contexto. En verdad, la materia prima es un texto titulado Loco por Lana Turner, el cual no quiere reivindicar la obra, sino que condena a Puigal olvido, despachándolo de superficial y ligero.
Pero no está solo, una fracción de la crítica también le ha señalado defectosa las novelas del argentino como problemas estructurales, de representación histórica y, sobre todo, repetitivo en temas banales. Onetti, por ejemplo, dice que es un autor sin estilo propio; Fuentes no lo incluye en el canon que intenta establecer con La gran novela latinoamericana; se habla de que sus personajes no tienen ideología, se asemejan a lo folletinesco y, por supuesto, al cine clásico de Hollywood.
Por el otro lado, Alan Pauls coloca a Puig como un innovador que suprimió en sus novelas la figura del narrador para darle espacio a la voz de sus personajes y sus registro orales. Cabrera Infante, en su pieza La última traición de Manuel Puig, le reclama a algunos de los autores que lo criticaron haber tomado técnicas de este:«¿qué otra cosa es Queremos tanto a Glenda [de Julio Cortázar] sino La traición de Rita Hayworth veinte años después? Inclusive La tía Julia y el escribidor no hubiera podido tener ese título sin la precedencia de Puig». Piglia hace una atinada síntesis de su obra: el autor que supo combinar lo experimental con lo popular (por lo que renueva la novela), además de determinar que su principal tema es el bovarismo de sus heroínas cinéfilas.
No es hasta 1968 que, después de años de indecisión editorial, se publica la novela. En efecto, su registro es el del habla cotidiana, los problemas político-sociales están apenas vislumbrados y, por ejemplo, el Capítulo XII es en extremo sentimental. Pero, claro, tan sentimental como sería el diario de una niña sentimental en 1947, que es lo que representa.
No será considerada su mejor obra. Esta será El beso de la mujer araña, publicada en 1976, llevada al cine con el mismo título. Pero La traición… marca el inicio de una nueva etapa para la literatura latinoamericana, da pie a la posibilidad de tratar con seriedad los temas de la cultura popular, de infringir reglas de estilo y abrazar la libertad de ser kitsch. Es por ello que Puig se coloca como uno de los grandes exponentes del Post—Boom, uno cuyos libros no están empolvados: todavía son combustible de discusión y, lo más (sino lo único) importante, son leídos.