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China, Estados Unidos y América Latina

Nuevas y viejas rivalidades. Hemos dejado atrás, encargando de su recuerdo los libros de historia, la “Guerra Fría”, la cual nos acompañó por gran parte de la segunda mitad del siglo pasado y ha condicionado las decisiones políticas de los países. Mas, aun cuando bajo paradigmas muy distintos, no hemos archivado las rivalidades. Tan sólo las hemos trasladadas del terreno cenagoso de la política al no menos pantanoso de la economía.

Las hostilidades, en un ayer aún muy cercano, alimentaban la carrera armamentista de los bloques políticamente opuestos los cuales no perdían ocasión para mostrar sus músculos. Hoy, afortunadamente ya no es así. No es que no exista la carrera armamentista, como lo demuestran las declaraciones del presidente ruso Vladimir Putin. Tan sólo dejó de ser el centro de la atención. Los conflictos se desarrollan en el ámbito económico. Y los grandes protagonistas son Estados Unidos y China; al tiempo que el rol de actores secundarios los escenifican Europa y los Bric’s.

Cuando cae el “Muro de Berlín”, en un ayer aún muy cercano, bajo los golpes de la perestroika de Mijail Gorbachov, las prédicas de Juan Pablo II, las presiones de Ronald Reagan y la diplomacia paciente de Helmut Kohl, ya economistas y analistas advertían del despertar del coloso asiático, el cual pareciera haber encontrado el justo equilibrio entre un sistema centralizado que deja poco espacio a las libertades democráticas y una economía de mercado que no menosprecia al “capitalismo salvaje”. Y, a comienzos del nuevo siglo, se hizo evidente que China se iba a transformar en un adversario capaz de arrebatar, o cuando menos poner en discusión, no la hegemonía política de Estados Unidos, pero sí su primacía económica.

Las rivalidades entre China y Estados Unidos parecieran destinadas a crecer en los años venideros. De hecho, en pocos meses, al pasar el umbral del nuevo año, concluyen los 15 años de transición que regula el ingreso de China al “World Trade Organization”. En fin, a la Omc, como se le conoce en nuestro hemisferio. Es una fecha importante, aun cuando pocos la hayan destacado. De hecho, China podría ser reconocida como “economía de mercado”. El argumento, sin duda alguna, será  motivo de gran batalla diplomática en la Omc. Sin embargo, todo indica que al final triunfará China. Y si ya hoy ha inundado el mercado de productos, es fácil imaginar que pasará después. Ser reconocido por la Omc como una economía de mercado tiene implicaciones políticas, económicas y comerciales profundas. En primis, limita las argumentaciones posibles en caso de “competencia desleal” y seguramente ya no se podrá atacar por su centralismo.

“América para los americanos” – James Monroe dixit – se ha vuelto una expresión obsoleta. La globalización se encargó de despojarla del significado que tuvo en el siglo pasado. En fin, la “Doctrina Monroe” la cual con cierto desprecio otorgaba a América Latina el rol de “patio trasero” de Estados Unidos ha sido superada por los acontecimientos. Y la influencia que otrora tuvo Norteamérica en nuestra región está siendo amenazada por la presencia de China.

El coloso asiático, hoy, genera expectativas muy grandes en América Latina. Y muchos países ya ven en China la “gran oportunidad” para impulsar sus economías. Razones no faltan. A comienzo del año, el presidente chino, Xi Jimping, prometió inversiones en la región por el valor de unos 250 mil millones de dólares, en los próximos 10 años.

La relación entre América Latina y China, desde comienzos de esta década, se ha nutrido de intercambios comerciales. Los países de la región exportaron a China materias primas al tiempo que esta sus manufacturas. Por ende, el comercio bilateral se ha multiplicado por 20. La tendencia experimentada por el comercio, sin embargo, no se ha visto reflejada en las inversiones. Estas, de hecho, crecieron lentamente. Ahora China pareciera haberse propuesto cambiar esta tendencia. Como botón de muestra están los acuerdos firmados con Brasil y Nicaragua; amén de su presencia en el ámbito petrolero y no sólo, en Venezuela.

La presidente de Brasil, Dilma Rousseff, y el primer ministro de China, Li Keqiang, anunciaron recientemente el comienzo de estudios de factibilidad para la construcción de un ferrocarril que una la costa atlántica de Brasil con los puertos peruanos del pacífico. De esta manera, los productos brasileños, en particular los bienes primarios, tendrían salida hacia el Pacífico.

El proyectos ferrocarrilero, que debería impulsar la exportación de materias primas, no está considerado un buen negocio por quienes estiman que Brasil no necesita de planes que incrementen su papel exportador de materias primas. Se calcula que China invertirá en Brasil unos 53 mil millones de dólares en proyectos de comercio, finanzas y en acuerdos de inversión.

En Nicaragua, lo que era un simple quimera, pareciera destinado a transformarse pronto en realidad. Una Ley Especial para el desarrollo de la infraestructura, aprobada por el Parlamento, abre las puertas a la construcción de un canal de navegación, mucho más grande que el de Panamá, el cual unirá los dos océanos: el Atlántico al Pacífico.

Los técnicos estiman que la construcción del canal , de no presentarse inconvenientes, requerirá de unos 11 años. La obra, en la que China invertirá 40 mil millones de dólares, incluirá un aeropuerto, un oleoducto y una vía férrea. La obra tendría un impacto multiplicador para Nicaragua cuyo Producto Interno Bruto es de unos 27 mil millones de dólares anuales. El canal, una vez que entre en operación, debería transformarse en un hub logístico, capaz de competir con la región y de crear riquezas y, sobretodo, puestos de trabajo.

No lo es todo. China tiene previsto ayudar sus propias industrias, para que puedan incrementar la producción y, en parte, destinarla a la exportación. Se estima que realizará inversiones por el orden de los 70 mil millones de dólares.

Para frenar los proyectos expansionistas y de conquista agresiva de mercados de China en América Latina, el presidente Obama propuso el Tratado de Libre Comercio con el Pacífico. Este debería permitir a Estados Unidos relaciones comerciales más estrechas no sólo con Japón y Australia sino también con los países latinoamericanos que se asoman al pacífico. Es decir, Chile, México y Perú. Las organizaciones laborales y ecológicas expusieron sus dudas sobre los beneficios del tratado. Los primeros temen los efectos negativos que pudiera tener en la producción y los otros el impacto en el medio ambiente.

América Latina, como señaló en su oportunidad la Secretaria Ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárenas, “no hizo sus deberes en épocas de prosperidad”. Decimos, las naciones latinoamericanas, entre 2003 y 2014, crecieron a tasas superiores a las de los países de la Ue. Su dinamismo económico fue impulsado por el ciclo de los precios de exportación de los productos básicos. Sin embargo, no aprovecharon la oportunidad. No dieron el gran salto. Decimos, no impulsaron la innovación tecnológica y la industrialización. Tampoco la investigación. En fin, no supieron echar las bases para cambiar su estructura productiva y transformarse de economías exportadoras de materias primas a economías exportadoras de productos elaborados.

La presencia del coloso asiático en nuestro hemisferio ofrece nuevas oportunidades. Es obvio que China buscará sus objetivos. Hoy, de acuerdo a la Cepal, el envío de la región a China se basa en materias primas. Tan sólo la suma de 5 productos primarios representa el 75 por ciento de su valor global. La inversión china pareciera estar orientada a reforzar este patrón. De hecho, , entre 2010 y 2013, estuvo dirigida en un 90 per ciento hacia actividades extractivas, minería e hidrocarburos.

América Latina, hoy, tiene la posibilidad de aprovechar el apetito voraz de China, para diversificar su mercados de exportación. Y, sobretodo, para invertir los ingresos en investigación e innovación y en re-industrialización. De esta manera, romper las cadenas que hoy la condenan a ser tan solo exportadora de materias primas y avanzar hacia una sociedad más próspera,  menos dependiente y sin las enormes desigualdades sociales. La pregunta es: ¿después de haber reprobado el examen en la década pasada, sabrá hacer su tarea en las próximas?

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