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Francisco Martínez Pocaterra

Chacales al acecho

Se impusieron los apaciguadores. Las palabras de Freddy Guevara recuerdan las excusas del vizconde Halifax para pactar con el nazismo. Claudicó, como en su momento, pretendían Halifax y Chamberlain. Ante una derrota inminente, optan por cohabitar con el verdugo que tarde o temprano habrá de ahorcarte.

Entiendo la debilidad de los sectores opositores venezolanos. No obstante, para nosotros, los ciudadanos que hemos sacrificado tanto, es infamante ese acuerdo. Entiendo yo, que su debilidad – originada por una tizana intragable de pusilanimidad e intereses mezquinos – es la principal fortaleza del régimen. Maduro azuza los demonios internos en los distintos grupos que le adversan. Hasta ahora ha tenido éxito.

Al parecer, la reacción general ha sido de rechazo. No solo María Corina Machado, quien ha sido tildada de radical e intransigente desde hace tiempo, sino otras voces menos acaloradas. Según lo palpa uno en las calles, el ciudadano también parece sentirse frustrado, y por qué dudarlo, estafado. No son raras – ni nuevas – las acusaciones que la gente corriente imputa a numerosos dirigentes por traicionar la causa democrática.

Lo sé, muchas de esas acusaciones son exageradas. No obstante, no pocos de ellos tienen suficiente experiencia en el oficio para saber que la apariencia es importantísima en política. La mujer del César, decían los romanos, no solo debe ser honesta, debe parecerlo. A la vista de los ciudadanos, el G4 los traicionó. Para unos cuantos son peones del chavismo… y puede que lo sean realmente, no por arteros, sino por incapaces. Creo yo, y ya lo decía Tulio Hernández en un artículo (referido al diálogo y más como un llamamiento al éxito de esa negociación), que la masa opositora va a buscar salidas en los más radicales, lo cual podría ser muy grave, porque ya lo afirmaba en un editorial Miguel Henrique Otero, el hartazgo popular podría nutrir no solo estallidos caóticos indeseables, sino a chacales acechantes. Obvia Maduro tanto como el G4 que en las sombras aguardan los demonios para dar el zarpazo.

Capitulan los partidos, y también el empresariado. Unos lo hacen convencidos de su propia ineptitud (aunque se nieguen a ceder sus puestos en la lucha a otros más hábiles), otros, por esa desvergüenza que nos ha acompañado aun antes de ser independientes, y en muchos casos, por la intragable soberbia de algunos. Capitulan porque no han entendido qué tan jodidos están (tomo la expresión de un connotado poeta venezolano, cuyo nombre me reservo). No asumen la necesidad de crear un frente unitario realmente capaz de forzar a la élite a una negociación que satisfaga la principal – aunque insuficiente – aspiración ciudadana: la salida de la élite del poder, y más específicamente, la de de Maduro.

La transición no es, empero, un quítate-tú-para-ponerme-yo, como parece ser la idea de unos cuantos dirigentes. Se trata de un proceso que inicia con el «cese de la usurpación» (que ahora no lo es, porque para algunos, es más importante cuidar cargos que resolver la crisis) y transita por un rosario de medidas antipáticas en medio de un clima político inestable. Es por ello que esa unidad no puede limitarse a elecciones, que en las neo-dictaduras resultan más una herramienta de opresión que un mecanismo para dirimir diferencias, sino que debe prolongarse en el tiempo, a pesar de las naturales diferencias.

Tanto andar para volver al mismo lugar: Puntofijo.

Si bien en esta oportunidad es más complejo, no solo por la diversidad de actores, sino por las distorsiones creadas a lo largo de estas dos décadas; también lo es que esencialmente necesitamos un nuevo pacto para la gobernabilidad. Un acuerdo que reúna las diferencias alrededor de los puntos mínimos coincidentes.

La cohabitación que se huele en la capitulación del G4, y que probablemente esté asociada a los avances en la mesa de negociación en México, cuyo éxito me luce inviable, es, sin dudas, ajena a las aspiraciones de una ciudadanía que ha sacrificado mucho para tener que aceptar que, con la vaga excusa de cuidar espacios yermos, los mismos que han fracasado en estos veintitantos años se sienten a cenar con el verdugo que ha de ahorcarnos a todos.

Yerran pues, aunque se ufanen de ser ellos, pacifistas y razonables, como en mayo de 1940 – tras la aplastante derrota en Dunkerque – los apaciguadores británicos. Su capitulación no va a redundar en mejoras para el ciudadano, porque, simple y llanamente, como la nazi, nuestra élite regente no va a claudicar su afán hegemónico. Y por ello, justamente, el hartazgo de millones puede ser el nutriente de unos pocos…

… ¿No fue eso lo que ocurrió en 1998?

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