Amada hija mía:
Estás cumpliendo 15, una edad icónica que ha animado las más variadas tradiciones occidentales de presentación en sociedad, que van desde la imposición de una tiara —símbolo del principado familiar— a la entrega de quince rosas, pasando por ese extraño rito en el que se obsequia a la quinceañera una muñeca a la que debe renunciar de inmediato dejándola a una niña afectivamente cercana. En tu caso, quisiera dejarte una carta que puedas leer hasta el último día de tu vida, una voz indeclinable que te hable con el ancho de mi horizonte interior y la altura de la luz que poco a poco me va habitando.
Te dirán muchas cosas sobre la vida, pero quisiera que tengas una muy clara: vivir es una aventura maravillosa siempre y cuando sigas a tu corazón, pues el amor nunca se equivoca. San Agustín lo dijo mejor que yo: «Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos».
Habrá dificultades, hija mía, y muchas, ¡afortunadamente!, porque ellas tallan nuestro carácter, fortaleza y voluntad con poderosa precisión. Aprenderás de tan exigente maestra a convertir el dolor en luz, para lo cual tendrás que saber ensanchar el alma más allá de ti misma. Esta práctica te alejará de las amarguras y elevará tu espíritu a luminosas cimas donde te aguardará lo mejor y más digno de ti. Sé siempre una flecha de luz en ascenso al infinito. Recuerda que estás aquí para dejar una estela luminosa tras de ti, no para poblar de sombras el mundo. Deja eso a los inicuos. Tú eres un alma bella.
Presta especial atención a tu fuerza de voluntad. Piensa en ella como un brioso corcel al que es necesario poner bridas y dirigir con carácter. Deberás aprender a convertir toda tu energía volitiva, a veces desbocada y otras adormecida, en un poderoso, preciso y fecundo haz de luz sobre la infancia del mundo. Despierta cada mañana convencida de que lo que haces otorga sentido no solo a tu vida, sino a la de muchos. Y acuéstate cada noche segura de que ni uno solo de tus actos del día estuvo vacío de significado. Si logras esto, serás feliz.
Aléjate del ocio absurdo. Tu tiempo no es un número señalado por la vanilocuencia del reloj: son las personas que la vida te otorgó para amar. Si pierdes tu tiempo, las perderás a ellas también… Huye de la desidia. La pereza es el hábito de los que no tienen hábitos virtuosos. Recuerda que eres el reloj de tu propia eternidad. Haz que cada minuto valga.
Atiende con esmero a tu fuerza de voluntad. Ella te salvará muchas veces. Forja una constancia de acero. En esto, otra vez, las dificultades te enseñarán a perseverar. No olvides que a menudo tú serás tu mayor dificultad, así que con frecuencia tendrás que superarte a ti misma. Los límites existen y son nuestras fronteras existenciales, pero no los tomes muy en serio. Créeme, sé lo que te digo. Véncete a ti misma y lograrás finalmente ser tu dueña. Cuando eso pase, sé humilde y comprensiva con todos, especialmente con quienes no logren superar sus propios obstáculos. Ten presente que el amor es tu brújula en la vida.
Y ahora, cuando digo amor, ama siempre con honestidad y convencida constancia. Jamás finjas los sentimientos, puesto que pocas cosas hay más aborrecibles que ello. No seas cobarde en el amor. Ama en las buenas y en las malas. Nunca abandones a quien creyó en ti cuando estaba en la lozanía de sus potencias, pues el amor se hace heroico en la adversidad del ocaso. Si alguna vez debes vivirlo así, hazlo con vertical dignidad. Un día sabrás que el amor es una perseverancia gloriosa que se hace de pequeños actos de amorosa constancia.
Ciertamente el amor es un sentimiento, amada hija mía, pero es casi nada sin el concurso de la voluntad, la inteligencia, la imaginación y la memoria. Cultiva estas cuatro hermanas menores de aquel y habrás descubierto cómo amar eternamente. La memoria te permitirá recordar para mirar al futuro con coherencia. La imaginación te mostrará formas renovadas del amor. La inteligencia le otorgará a tu sentimiento una robusta razón de ser y la voluntad la convertirá en acto. Ama sin miedo. Ama y comprométete a fondo. Ama hasta sufrir por quienes amas, solo si es menester hacerlo: sabrás entonces en qué lado del pecho los guardas. Perdona y pide perdón cada vez que sea necesario en nombre del amor, y rectifica siempre. Dentro del amor todo. Fuera de él, nada.
A su tiempo sabrás que el amor es libertad. Sin ella, se vuelve anémico y mezquino. Ama dando libertad a tus seres amados y tu amor los hará fuertes en la mutua confianza. No temas perderlos porque nada está perdido en el amor. Ama con fe, siempre. Y si te traicionan, perdona y no dejes por ello de amar a quienes todavía merecen y esperan tu amor. Ten claro que ninguna minúscula y mezquina luna debe eclipsar el sol de amor que debes ser. Haz tuya la máxima virgiliana: Omnia vincit amor (el amor todo lo vence). Y sé justa al amar. Poco a poco aprenderás a deslindar el amor de sus sucedáneos. Aquel tiene la prerrogativa de hacernos mejores y otorgarnos paz. Ahí su trono.
Sé racional sin excesos y vigila siempre que tu inteligencia sea hermosa y dulce, para lo cual deberás fecundarla permanentemente con el amor. Este es el secreto de la empatía, que no es ponerse en el lugar del otro (algo así como usurpar su ser), sino comprenderlo desde tu propia existencia echando mano de la dulzura de tu inteligencia. En dicho sentido, sé prudente y ten clara la diferencia entre hacer silencio y callar. Hace silencio quien no sabe qué decir. Calla quien sabiendo qué decir, sabe también lo que debe guardar en el sigilo de su corazón.
Haz el esfuerzo de llevarte bien con los buenos. A los nefastos e inicuos mantenlos lejos de ti, tanto cuanto puedas. Trata a todos con dulzura, incluso a los que creas que no la merezcan. No es asunto de merecerla o no, sino de sostener tu hidalguía de espíritu. Sé portadora de luz y paz para quienes te encuentren en su camino y ten en todo momento una palabra de esperanza para ellos. Empéñate en ser constructora de la armonía de los espíritus, empezando por los que forman parte de tu bandada, y cuida a tus mejores amigos como si cada uno fuese la Perla Peregrina. A veces los amigos del alma serán el puente más seguro de cruzar cuando la niebla nos hurta el horizonte. Debes poner cuidado en hallar alguien con quien hablar como contigo misma. La confianza es un tesoro. Cultívala.
Por último, recuerda que en tu interior reposa la eternidad, que eres el eco de Dios y que, como tal, late en ti. Búscalo con pasión en la belleza que te habita y en la que te rodea, incluso si esta yace en medio de la ruina del mundo. Entrena tu espíritu para dicha tarea y un día descubrirás que a menudo su luz está resguardada en el sagrario del misterio, esperando a revelársete en los pequeños prodigios cotidianos. ¿Recuerdas que te dije que el amor es la brújula de tu vida? Pues te diré algo que he descubierto a mi edad: cuando amas, te conviertes en los labios con los que Dios besa el mundo.
Amada hija mía, te deseo que tengas una vida maravillosa. Eres magnífica entre las magníficas. A tus quince te has convertido en la joya que prometías ser, y ya das indicios de ser un alma bella. Mantén puro tu corazón hasta el último de tus días. Ningún bien en esta tierra valdrá como este ni me hará tan orgulloso de ti. Y a pesar de todo, nunca dudes de que tu padre y tu madre te hemos amado con el amor más alto que hayamos sido capaces de entregar. En él quedarán perfeccionadas todas nuestras imperfecciones, que no serán pocas, pues el amor, lo sabrás a su tiempo, tiene la virtud de hacer excelso aquello cuanto alcanza.
Eres una nota especialísima en la luminosa sinfonía del mundo. Un día encontrarás otras notas con las que hacer tu propio acorde de amor (recuerda que te amo otorgándote absoluta libertad de ser en otros espacios). Por eso debes saber que nunca estarás sola. Los parientes de la luz tenemos una consigna sagrada: somos un solo fulgor. Y tú, no lo dudo, harás buena en ti la máxima clásica: la belleza es el esplendor de la verdad.
Que ni un solo día de tu hermosa existencia dejes de ser esplendente. Cruza la vida y el mundo como el rayo que momentáneamente rasga las tinieblas y señala el lugar que en las sombras ocupaba cada latido de la belleza para que los demás puedan tener la esperanza —incluso cuando vuelva sobre ellos la penumbra y caminen a tientas— de recordar que alguna vez vieron un atisbo del camino de regreso al hogar eterno porque, no lo dudes, venimos de la belleza absoluta y todo nuestro afán debe estribar en volver a ella, a la luz más alta, aquella que es sin menoscabo alguno de sí misma.
Tu padre, que te ama eternamente,
Jerónimo Alayón.