Pocos lugares en el mundo tienen la magia de los faros. Luces que brillan en la oscuridad de la noche indicando a los marinos que su travesía está por comenzar o por terminar. La fantasía corre, se insinúa en los barcos, descubre secretos, mientras el fluir del agua llena el aire de olores que se paladean y de una música que va del adagio al andante, del allegro al vivacissimo, según el humor del viento.
Escritores, artistas, soñadores, han encontrado en los faros su inspiración. Y es gracias a un cuento que Carol Colmenares, la productora ejecutiva del podcast Neoyorquinos, conoció el Pequeño Faro rojo de Nueva York, (The Little Red Lighthouse) y quedó prendada del embrujo que de él emana. Es allí donde se desarrolla nuestra entrevista. Cuando llegamos al parque Fort Washington y lo descubrimos, mancha roja, empequeñecida por la majestuosidad del puente George Washington que le pasa por encima, nos embarga la emoción y una necesidad de silencio. Por un instante dejamos que el Pequeño Faro Rojo nos cuente su historia con el lenguaje del viento. Nos alegra que Carol haya escogido un lugar que quizás nunca hubiéramos conocido.
“Supe de la existencia de este faro gracias a un cuento infantil que leyeron mis hijos. Se titula The Little Red Lighthouse and the Great Grey Bridge. Cuando me enteré de que ese faro existía realmente me emocioné mucho y fui a verlo con mis hijos. Tuvimos suerte porque lo encontramos abierto y el guardián nos dejó entrar y subir. Desde arriba miramos el río que se desplaza a sus pies. Al otro lado se veía el acantilado que se lanza abruptamente al agua. Fue un momento muy especial. Era como vivir un pedacito de la historia de la ciudad, ser parte de un recuerdo de lo que fue y que logró sobrevivir al paso del tiempo”. Desde ese faro que por un momento volvió a tomar las dimensiones de antaño desafiando la preponderancia del puente, Carol y los niños reconstruyeron con la imaginación los años en los cuales por allí pasaban los barcos que traían los víveres a Nueva York.
“Me gusta descubrir los pedacitos de historia que quedan impresos en la arquitectura de la ciudad. Son pequeños héroes del pasado que desafían los cambios que en Nueva York son incesantes”.
Exuberante, alegre, solar, Carol Colmenares tiene una energía arrolladora. Cualidades todas que resultaron fundamentales para la realización del podcast Neoyorquinos, una meta a la cual se fue acercando poco a poco hasta sumergirse y dedicarse a ella con pasión contagiosa.
“Conocía la revista ViceVersa Magazine y había participado en los eventos que ustedes realizaban. Me impactaba ver la capacidad de convocatoria que tenían y que no estaba ligada a una única comunidad sino a personas de diferentes países de América Latina y del Caribe. Algo totalmente innovador en Nueva York. Tenía mucha curiosidad de explorar este nuevo medio que se llama podcast y del cual era gran consumidora. Pensé que una alianza con ViceVersa Magazine podía ser el camino para realizarlo. Recuerdo que lo hablamos, hicimos unos ensayos leyendo unas crónicas, analizamos otras ideas. Sin embargo, luego nos involucramos en otros trabajos y fue una enorme sorpresa descubrir que ustedes habían seguido adelante con el proyecto, que habían decidido explorar una nueva idea y que ya tenían listo un piloto. La sorpresa fue tal que en un primer momento me sentí excluida y casi no quería ni escuchar el piloto. Luego ganó la curiosidad y cuál fue mi asombro cuando descubrí que en los créditos también estábamos Mariella y yo. Entendí que ustedes nunca habían pensado excluirnos del proyecto. A partir de ese momento volvió el entusiasmo y, cuando vi la posibilidad de aplicar a la semana de IFP llamé a Flavia y nos pusimos a trabajar. Lo demás ha sido muy apasionante. Trabajar con Spotify significó una experiencia enriquecedora y, haberme convertido en la persona que representa al grupo frente a ellos me llena de satisfacción porque el proyecto me gusta, me emociona. Otra cosa que aprecio mucho es estar en un equipo realmente excelente. Todas nos hemos volcado con la única meta de lograr un buen producto. No es fácil encontrar un team en el cual haya tanto respeto del uno hacia el otro, sin protagonismos. Es algo muy difícil sobre todo en un medio tan creativo. Nosotras, a pesar de estar a veces en desacuerdo, nos escuchamos. Creo que depende también del hecho de que todas perseguimos un estándar de calidad muy alto en nuestros trabajos y deseamos, antes que nada, que el producto sea de calidad”.
A pesar de su amor por Colombia, país en el cual creció y donde está su familia, es evidente que Nueva York es la ciudad justa para una personalidad tan ecléctica y amante de las artes como la de Carol. Llegó con la intención de quedarse poco tiempo y ya han pasado más de 30 años.
“Llevo más tiempo aquí que en Cali, la ciudad donde transcurrí mi infancia y adolescencia. Estaba estudiando ingeniería industrial cuando decidí viajar a Nueva York, para explorar posibilidades. Era norteamericana por haber nacido en Indiana, mientras mi papá cursaba su doctorado en la Universidad Notre Dame de South Bend. Tenía tres años cuando volvimos a Cali”. A los 20 Carol viajó a Nueva York.
“Cuando llegué, lo primero que me impactó fue el metro. Siempre fui una persona un poco desorientada y entrar en ese hueco oscuro para luego salir en otro lugar completamente diferente, me parecía mágico. Además, la gran diversidad de personas con las cuales me cruzaba ejercía en mí una enorme fascinación”.
Al poco tiempo Carol consiguió un trabajo que marcó su vida dejándole ver aspectos del existir que desconocía.
“Me contrataron en una fábrica de carteras en Long Island City. Era muy joven y venía de una familia que me había protegido mucho. Estando en esa fábrica empecé a ver cómo vivía la mayoría de los latinos. Eran vidas marcadas por los sacrificios, la incertidumbre. Percibí el privilegio que me daba tener documentos que legalizaban mi posición, conocer el inglés, contar con una disponibilidad económica y sobre todo con un lugar seguro en el cual hubiera podido volver en cualquier momento. Fue como aterrizar en la realidad de golpe. Entendí el universo emigrante, aspectos de la vida que me eran desconocidos y que me han ayudado a formarme como persona”.
A pesar de sus estudios en la facultad de ingeniería industrial, Carol siempre se ha sentido atraída por las artes.
“En parte se lo debo a mis padres ya que desde pequeña me expusieron a todo tipo de expresión artística. Recuerdo que mis días se desarrollaban entre clases de guitarra, danza, teatro, inglés. Mientras estudiaba ingeniería, con mis amigos creé un cineclub y un grupo de teatro. Cuando decidí seguir estudiando en Nueva York no sabía muy bien lo que quería. El sistema americano que permite “explorar” durante dos años diferentes opciones de estudio, me pareció lo mejor. Gracias a los estudios ya realizados logré que me reconocieran las materias científicas y me dediqué a seguir las clases que más me gustaban. Fue una época muy feliz. Al poco tiempo me di cuenta de que la mayoría de las asignaturas que había escogido estaban relacionadas con el periodismo y el cine. Aproveché el tiempo lo más que pude y finalmente me gradué en media studies y cine”.
Atraída sobre todo por el cine documental y la televisión educativa, Colmenares se fue acercando a la producción cuando, tras una pasantía, la contrataron en la organización sin fines de lucro Sesame Workshop, especializada en programas recreativos y educativos para los más pequeños.
Una experiencia importante.
“Aprendí a trabajar de manera organizada, a manejar equipos de 70 personas, a tratar tanto con los clientes como con quien realizaba los productos. Mis dos jefes no venían a la oficina porque vivían lejos así que yo tenía la responsabilidad de que todo fluyera bien en ese departamento. Y, cuando te pica el bicho de la producción, no vuelves a dejarla”.
La sonrisa que casi nunca se aleja del rostro de Carol, se acentúa al viajar entre recuerdos.
Tras el nacimiento de sus dos hijos, Carol deja el trabajo en Sesame Workshop para dedicarse a la compañía Timeline Digital, que comparte con el esposo Rafael Parra filósofo, docente y cineasta. Mantiene su relación con Sesame Workshop y colabora también con Fred Rogers Productions, otra productora de programas infantiles, para la cual Timeline Digital está haciendo el doblaje al español del programa Alma’s Way, creado por Sonia Manzano. Es la historia de una familia originaria de Puerto Rico, enraizada en Nueva York, una familia en la cual hay personajes diversos, algunos afrolatinos. Lin-Manuel Miranda es el compositor que realizó la música para la serie. Estando en Timeline Digital Colmenares descubre otros aspectos de la producción que actualmente la llenan más.
“Sigue gustándome mucho la parte de la producción ligada a la organización de todo lo que se necesita para la realización de un producto televisivo o cinematográfico, desde la búsqueda de los actores hasta las locaciones. Sin embargo, en esta etapa de mi vida aprendí a apreciar y disfrutar de otros aspectos como por ejemplo buscar la salida justa para un proyecto, los financiamientos, individuar la posible audiencia o la plataforma más adecuada. Sin duda todos quienes trabajamos en cine, en televisión tenemos una vena creativa que necesita expresarse. Yo siento cada vez menos la necesidad de realizar “mis” proyectos, de enaltecer mi ego. Me satisface mucho trabajar en equipo, soy una persona de grupo, y disfruto amplificar las capacidades de otros, lograr que todos den lo mejor de sí, descubrir potencialidades tanto en los proyectos como en las personas con las cuales trabajo”.
Una pausa y luego subraya:
“Disfruté mucho el trabajo que hicimos para el podcast Neoyorquinos. En un primer momento tuve miedo de que el lenguaje tan literario de la narración pudiera alejar a la audiencia en vez de acercarla. Sin embargo, el piloto me pareció muy conmovedor y el contraste de la narración con la frescura del personaje impactante. Entendí que era un producto que podía apreciar todo el mundo, independientemente de su nivel cultural y su manejo del idioma, desde el señor de la esquina que me vende café mexicano hasta los jóvenes como mis hijos quienes están estudiando el español. Elevar el lenguaje dentro de los latinoamericanos quienes viven en el exterior es importante, significa devolverles un idioma que se diluye con la lejanía, que se funde con los nuevos idiomas. Quizás para muchos resulte difícil leer un libro de literatura, pero escuchar un podcast te permite absorber y apreciar la belleza, la musicalidad del español”.