Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Carmen Valle: Nómada del lenguaje y del paisaje

“Me duele la ciudad que conocí de cerca y que ahora, ayer lleva su nombre y la mayoría no lo sabe”, nos confía Carmen Valle en Tu versión de las cosas —novela publicada por Ediciones de la Flor en 2007— como una manera de devolverse a lo que desaparece de su isla: calles, costumbres, afectos y paisajes. Desde ese vacío nos habla el yo; pero hablar desde el lugar de la ausencia para recobrar lo vivido con sus decepciones, pérdidas y malentendidos no es fácil, especialmente si los asuntos familiares y sentimentales se apoyan en extrañamientos geográficos y lingüísticos. Por eso la voz poética asume un doble reto: revisar su pasado para clarificarlo, a fin de reconciliarse con él, y poner en perspectiva el sitio que le corresponde a la autora, como puertorriqueña a caballo entre la isla y Nueva York. Dos labores igualmente complejas, pues escarbar en los recuerdos conlleva enfrentar episodios dolorosos que se creían superados, y articular su identidad cultural implica remover el siempre espinoso asunto de la dominación colonial española y la presencia imperialista norteamericana, para reflejarse en lo que Octavio Paz ha llamado el “espejo indiscreto” del ser latinoamericano.

Los textos de Valle abordan estas tareas con pasión pero sin tomar partido, más bien exponiendo y exponiéndose, no tanto en los hechos sino en el modo como ellos influyen sobre la intimidad de sus protagonistas, con lo cual lo que se conjura son las voces que el yo autobiográfico le va dictando al oído y laten con el doble panorama que constituye el devenir de la escritora. Repasando su petite histoire el yo alumbra fragmentos del vivir de un ser escindido, que la existencia a ambos lados ha forjado, estableciéndose así una cercanía sentimental con los episodios que la escritura quiere recuperar. Y es en ese décalage entre la vida y su inscripción literaria, donde lo autobiográfico se instala como una certeza, asiendo en su entramado los distintos matices puestos a realzar la existencia del yo, y poblándolo de experiencias que los “mapas” poéticos buscan trazar para un lector cómplice.

Como los que bosquejan las ciudades invisibles de Ítalo Calvino, también los mapas de Valle se nutren de “alteraciones, exclusiones, incongruencias, contradicciones” que Nueva York y Puerto Rico dibujan en la obra, tendiendo un puente con el lector a fin de hacerle partícipe de un pasado donde los episodios contados se imbrican con la historia, que la memoria recupera fundando una tierra de nadie donde habitan el corazón y los recuerdos.

Esta doble articulación de los sentimientos y la memoria, expande los espacios del yo en su tarea de recuperar el pasado, completándose así el círculo de las geografías afectivas donde, en su nomadismo, la voz poética se aferra proponiendo no una territorialización sino más bien una identidad portátil que se corresponda con todos sus lugares y ninguno. Se reitera entonces la condición de trashumancia inherente a la obra de Carmen Valle que, tomando como modelo las cajas de Joseph Cornell, se reviste de una intimidad donde lo cotidiano toma visos trascendentales, pudiendo entonces nosotros, lectores, explorar con toda libertad los compartimientos más recónditos de ese yo con el cual encontraremos, probablemente, muchos puntos de contacto al momento de devolvernos hacia nuestra propia geografía.

Carmen Valle nació en Puerto Rico y vive en Nueva York, donde hoy lucha contra la enfermedad del alzhéimer. Su obra poética comprende: Un poco de lo no dicho (1980), Glenn Miller y varias vidas después (1983), De todo da la noche al que la tienta (1987), Preguntas (1989), Desde Marruecos te escribo (1993), Entre la vigilia y el sueño de las fieras (1996), Esta casa flotante y abierta (2004), y Haiku de Nueva York (2008). Como narradora ha publicado Diarios Robados (1982) y Tu versión de las cosas (2007). Ha dirigido talleres en el St. Mark’s Poetry Project de Nueva York, y es doctora en literatura latinoamericana por CUNY donde durante años fue profesora.

 

Muestra poética

Registro civil

De dónde viene mi vida
andando tan largo.
Cómo le adjudico sus recuerdos
por qué nos vemos encontradas
Yo con un país, un amor isla;
busco y rebusco el planeta
como en baúl de mi bisabuela.
Ella la suerte y su vasija de Mauritania.
Ella también su collar berebere
con apellido canario.

También el más efectivo secreto
de la planta y especia que me dijo
para conservar los años y la fuerza.
Todas las noches de esa mujer,
todos sus actos de desconcierto,
todas las muertes de sus maridos
y el nacimiento de su única fortuna.

Peregrina de las islas
que reposa mientras ama,
cargo los amuletos en el precio de la sal;
en el olor a locura,
en un corazón de abeja reina,
en esta casa flotante y abierta,
en un cofre con tierra de la Tierra.

 

Mapa para una amistad

Desde el piso seis, por la ventana
extiendo la mirada y el Empire State,
el Chrysler, Cooper Union, se imponen.
Me deslizo; más abajo y otra ventana,
y una niña acodada en un alféizar
y una ardilla destrozando los geranios
y las palomas, ubicuidad en vuelo.
Me detengo; un jardín neoyorquino aparece.
Su dueña y yo nos hemos saludado en la calle
reconociendo compartir el mismo barrio.
Yo la he visto como abeja trabajar su jardín;
ella aunque mirara no podría verme.

Otoño en Nueva York es amarillo y cobre;
es un poco de rojo entre los siempre verdes
y mucho del tostado de las hojas muertas.
El diminuto jardín imita al campo;
despliega el cambio de estación pero pensado.

Reconozco patrones de diseño en los tiestos;
la calabaza anuncia el cambio del menú;
los crisantemos substituyen las rosas y la dalias.

Es un tipo de amistad común
y a la vez es su representante: imposición ninguna,
deducciones exentas de preguntas,
alegría natural con los que el otro logra.
Somos amigas sin serlo;
abierto el jardín a la mirada mía;
entro en su vida y ella,
quizás presienta que envía de su casa
más que un jardín a la mirada ajena.

 

Esa que era yo

Esa que era yo
y que alguna marea
abandona en la playa solitaria
de un momento de tregua entre momentos.

Esa reptando
para arrebatarle un pedazo
a los inefables lagos de los espejismos.

Esa encarnizada obediente
de las respetadas luces de bengala.

Esa insomne,
apéndice de todas las palabras,
colgada sin aliento de los gestos.

Esa en la huida, al escondite
que cambio de guaridas,
otra esa.

Tobillos minúsculamente alados;
pasajera del cambio, habitante de la piel,
aprendiz del pasado,
adivinadora y adversaria del presente
jugadora de fortunas al instante.

Hey you,
¿nos brindas un café?