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esteban ierardo

Carlo Gesualdo, entre la música y el asesinato 

La visión del hombre capaz de lo más noble y lo más miserable nunca deja de sorprender, y de abrumar. Más aun cuando el mismo individuo puede ser un artista de lo sublime y, al mismo tiempo, cometer un salvaje asesinato. Es el caso de Carlo Gesualdo, el príncipe músico.  

Carlo Gesualdo vivió entre 1566 y 1613; príncipe de Venosa y conde de Conza, nació en Venosa, en Basilicata, históricamente conocida como Lucania, en el sur de Italia. En el tiempo del nacimiento del príncipe, se escuchaban los acordes finales del Renacimiento y los comienzos del Barroco. El Greco en Toledo creaba el Entierro del Conde de Orgaz; Caravaggio, hechizaba con sus claroscuros; Velázquez pintaba Las meninas; Monteverdi representaba la transición musical entre la tradición polifónica y los madrigales al drama lírico y la ópera que dominará el siglo XVII. Y en el año 1995, el gran cineasta alemán Werner Herzog, le dedicó al príncipe músico su largometraje para televisión Gesualdo: muerte para cinco voces (Tod für fünf Stimmen).

Al príncipe le atrajo la música desde niño.

Primero estudió composición y laúd. Acaso recibió lecciones del importante compositor napolitano Pomponio Nenna. Rechazó un destino eclesiástico. Luego, se casó con su prima María de Avalos, hija del duque de Pescara, cuatro años mayor. Para María, el príncipe era el tercer matrimonio. Por su parentesco, el lazo necesitó la aprobación del papa Sixto V.

En Nápoles, con sus veinticuatro años, María era famosa por su belleza. Torcuato Tasso, el gran poeta italiano de la Contrarreforma, el autor de Jerusalén liberada, se deslumbró también y celebró las nuevas nupcias de la hermosa princesa con un soneto que, en sus últimos versos, expresa: “Entonces tu belleza con una mayor luz / hizo fecundo el valor y la virtud / y hace que un líder invicto ceda ante una bella dama”. El “líder invicto”, el príncipe, comprobó la fecundidad de la dama elogiada. Rápido, tuvieron un hijo. Pero la dicha inicial pronto se oscurecería por la tragedia.

Pasión y muerte estallaron en una noche del 16 al 17 de octubre de 1590, en el Palacio San Severo de Nápoles, residencia del príncipe de Venosa. Gesualdo sospechaba de la infidelidad de su esposa. Preparó entonces su trampa. Le aseguró a María que estaría unos días de cacería, en el bosque de los Astroni. Sintiéndose segura, María recibió en el castillo, en su lecho nupcial, a su amante, el duque de Andria, Fabrizio Carafa. Gesualdo sorprendió in fraganti a los amantes. Irrumpió en la alcoba. Lo acompañaban tres hombres con alabardas y arcabuces. Dio la orden. Las armas de fuego y las lanzas perforaron la carne. El duque enamorado rápido cerró sus ojos. María agonizaba. Con sus propias manos, Gesualdo ahogó su último respiro.

Pero la violencia nunca es pura. Siempre se modela como lo permitido o lo prohibido desde una construcción social. Las costumbres imperantes permitían al príncipe el derecho de reparar su “honor” herido. Por eso el virrey de Nápoles, la autoridad máxima, convalidó la acción asesina. La acción homicida del principie era exceptuada de responsabilidad penal. Se la calificó como “crimen de honor”. Legitimación de la violencia criminal cuando se afecta la honra por la “humillación” del adulterio.

Justificación cultural del homicidio aun plenamente vigente en el siglo XXI. Principalmente en el Medio Oriente y Asía del sur. En el 2000, las Naciones Unidas declaró que ese año murieron 5000 mujeres víctimas de “crímenes de honor”.

En el caso del príncipe, su acción criminal representaba la puñalada de la contradicción de un músico homicida y, a la vez, artista excelso. Un homicidio alentado por la presión de las costumbres de su tiempo. Pero el artista no tuvo la capacidad de ver más allá y liberarse de las exigencias de un honor mal entendido. Tal vez esto es demasiado pedir, o proyectar una mirada moderna a otro momento histórico. Sin embargo, aun así, Gesualdo no se libera de la contradicción entre la delicadeza del artista y la brutalidad del asesinato premeditado.

Luego del crimen, se intentó encubrir el crimen de Gesualdo. Pero la noticia se expandió como rápido fuego en un bosque de verano. A pesar de las convenciones que “excusaban” a Gesualdo, la ira e indignación de las familias afectadas lo obligaron a dejar Nápoles y retirarse a su castillo-fortaleza a 75 kilómetros, en la ciudad de Gesualdo.

Gesualdo era sobrino de un importante arzobispo. Este lo animó a contraer nuevas nupcias. En 1594, se casó con Leonor del Este, hija de Alfonso del Este, el duque de Ferrara, de Módena y Reggio, el que le encargó a Giovanni Bellini, el maestro de Giorgione y Tiziano, la exquisita pintura El festín de los dioses. El matrimonio entre Gesualdo y su nueva esposa degeneró rápido en infelicidad. Leonor se retiró a Módena, para evitar conflictos y maltratos.

El príncipe permaneció dos años en Ferrara. En ese momento, la música era el arte más destacado. El príncipe músico entonces creó su entorno musical. A través de sus recursos, contrató músicos virtuosos y cantantes para crear su propia música. Su castillo se convirtió en un refugio de bellas voces y sonidos. La música de Gesualdo sonaba con fuerza heterodoxa y quebraba los cánones de su tiempo. Escribió para sí mismo. No para halagar los gustos musicales de moda. Recibió la influencia de la música de Luzzasco Luzzaschi, organista y compositor de Ferrara, director del célebre Concerto delle donne, grupo profesional de cantantes femeninas de gran renombre por su virtuosismo. A Luzzaschi le dedicó uno de sus libros de madrigales.

Gesualdo apeló a la disonancia y el cromatismo. Diferencia con la armonía tonal en la música posterior. Cultivó el madrigal (1): cinco madrigales a capella, uno a seis voces, y música sagrada con un responsorio de la oscuridad para la Semana Santa, dos libros de Sacrae cantiones, de cinco a siete voces, y 4 motetes a María (2).

La música de Gesualdo eleva, enciende el espíritu. Sobrecoge. Emociona. Las composiciones celestiales de un autor que, a la vez, perpetró un asesinato protegido por hábitos patriarcales arcaicos. Lo contradictorio entre el artista refinado y el asesino vengativo. Al escuchar la música, sin embargo, esta adquiere un valor propio, se independiza de las circunstancias de su composición.

Pero la contradicción es más inquietante cuando la extendemos a una consideración más amplia, a lo contradictorio constitutivo del sapiens. Por un lado, el humano creador de belleza y progreso tecnológico, de arrebatos de nobleza, heroísmo, curiosidad, deseo de más saber, saltos de límites y fronteras, genuina compasión y empatía ante el dolor ajeno humano y animal. Y, por otro lado, el humano asesino, propalador de odios, defensor de nacionalismos retrógrados, e incapaz de superar el pasado para abrazar vuelos de futuro.

En el caso del individuo Gesualdo, su homicidio no fue gratuito. Tuvo culpa. Cayó en la depresión. Se flageló. Se castigó como búsqueda desesperada de algún perdón. Después de la muerte de su hijo concebido con María, Emanuelle, a los 26 años, caído de un caballo, se recluyó en la sala del clavecín de su castillo. A las dos semanas, lo encontraron muerto.

Al final, pagó quizá el precio de la intolerancia ante las pasiones ajenas que, por ser pasiones, se las padece, y son incontrolables. Y la contradicción también asoma en el caso de Gesualdo, por una inesperada consecuencia de su asesinato. En el palacio donde ocurrieron los hechos, hoy existe la magnífica capilla del Palacio San Severo de Nápoles. El origen de esta capilla podría estar en la decisión de Adriana Carafa della Spina, la madre de Fabrizio Carafa, el amante asesinado. Adriana habría mandado construir la capilla como templo expiatorio para la salvación eterna de su hijo. El edificio también podría estar dedicado a María, la otra víctima. Un lugar de conmovedora belleza surgido como homenaje y recuerdo de los asesinados por sentir un amor incontrolable.

La puñalada de la contradicción se extiende entre los individuos o las civilizaciones. En la civilización romana, por ejemplo, lo contradictorio entre la conquista violenta del mundo conocido, y la creación del Derecho romano, la arquitectura o los acueductos como maravillas de la ingeniería civil; o la civilización alemana que dio un Kant, un Novalis, un Goethe, un Thomas Mann, un Bach y que, a la vez, engendró la bestial ignominia nazi. La contracción ancestral entre el humano atraído por los vuelos del pensamiento y las sutilezas del arte, y el humano capaz de asesinar por venganza o conquista, y que manipula a los otros para acrecentar su poder personal.

La puñalada de la contradicción humana siempre filosofa, cortante.


Citas:

(1) El madrigal es una composición de tres a seis voces sobre un texto secular, en general en italiano. De gran expansión en el Renacimiento y el primer Barroco. Su auge empezó con el “Primer Libro de Madrigales” del compositor francés Philippe Verdelot, publicado en Venecia en 1533.

 (2) Muy recomendable la interpretación de Música sacra a 5 voces de Gesualdo, por la Oxford Camerata de Jeremy Summerly; o Tenebrae Responsoria, Ensemble Arte Música, de Francesco Cera.

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