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Montserrat Vendrell

Capitalismos

No salimos de una, que ya entramos en otra. La crisis económica, la pandemia y ahora la guerra en territorio europeo. No hay tregua en este avance hacia el tan anunciado nuevo orden internacional, con la mediática invasión de Ucrania, que contribuye a que se vea más plausible. La Covid que puso entre las cuerdas a los gobiernos y sus sistemas sanitarios también forma parte de esta nueva realidad, en una economía ya muy tocada por la debacle económica del 2008.

Desde entonces, muchos expertos auguran el fin del sistema neoliberal y del capitalismo. De momento, más bien es otro el interrogante. El capitalismo, entendido como el régimen económico basado en el predominio de capital como elemento de producción y creación de riqueza, parece seguir su camino y cuesta ver su caída vaticinada incluso por el propio autor del término, Karl Marx.

Lo que sí se puede ver es que el capitalismo que ha proporcionado bienestar y longevidad para algunos, pero también muchas desigualdades, no deja de moverse en el terreno arenoso de la especulación, y se aleja cada vez más de las leyes de mercado. Materias primas, alimentos básicos, recursos energéticos, todos ellos suben y bajan a su libre albedrío, ante la atónita mirada de la población, en general, que ya hace tiempo observa desencajada las incertidumbres y los vaivenes del mercado.

Tal alienación e impotencia, exacerbadas por la carestía de los precios, provoca huelgas, que se politizan hasta tal punto, que dejan de lograr el objetivo propuesto. Sin embargo, en medio del ajetreo, sobresalen las voces del keynesianismo, representadas por sectores productivos afectados por los abruptos acontecimientos recientes, pero también por situaciones previsibles, que se ignoraron en su debido momento. Esta demanda de la intervención estatal hace pensar que el capitalismo está a borde del colapso y que es urgente repensar el modelo de producción.

Pero, mientras uno esta pendiente de las transformaciones que se avecinan, derivadas de las nuevas tecnologías, las migraciones y los cambios geopolíticos a nivel mundial, el capitalismo avanza a pasos agigantados. La industria agroalimentaria tiene dueño: los grandes supermercados y empresas distribuidoras que conforman lo que se conoce como «agricultores de sofá», que no sufren directamente las dificultades del campo. Por si fuera poco, estas grandes empresas aniquilan también a los pequeños agricultores, apoderándose de la etiqueta ecológica, que justamente es el valor añadido y diferencial que aporta este nicho agroalimentario para el consumidor. La creación de cooperativas y otras alternativas de mercado ayudan, pero es el gran capital el que domina en el sector.

La distorsión del mercado se percibe también en otros ámbitos como, por ejemplo, en el sector energético, donde los consumidores sufren por los precios tan exorbitados de las facturas, mientras las grandes compañías de electricidad y gas se lucran con sus métodos de subastas, convenios de distribución y otros mercantilismos fósiles difíciles de entender. Estas mismas empresas aprovechan la tendencia verde para invertir en energías renovables, con lo que uses lo que uses, sus beneficios no medrarán.

El lujo y la belleza es otro de los capitalismos que se han reforzado con las nuevas tecnologías. Los jóvenes cada vez se hacen más pronto retoques faciales o remodelados corporales en pro de la imagen que proyectan en sus redes sociales. Todo un negocio para la industria de la estética. A ello se suma, los procedimientos para el cambio de sexo, un sector quirúrgico que está despegando con fuerza por la demanda de jóvenes y no tan jóvenes, que hace tiempo se sienten atrapados en un cuerpo equivocado. Pero lo trans también se ha convertido en una tendencia en el mundo digital, especialmente entre los jóvenes, que lo ven como una forma de rebeldía, así como de apaciguar sus incertidumbres y contradicciones típicas de la edad. Si sirve para normalizar la tendencia que sea bienvenido, pero si se atiende a una moda, ya puede representar un percance. Hay que decir que las novedades promovidas por los influencers no tienen paragón. Además de las tendencias que generan, activan un mercado de primera y segunda mano de productos de lujo y menos preciados que proporcionan una gran rentabilidad.

Del capitalismo impasible en la industria médica y farmacéutica ya se ha hablado largo y tendido en muchos libros y artículos bien documentados. También se tiene que decir que con muchas de las investigaciones médicas y farmacológicas se ha procurado bienestar y salud a la población. No en vano, en este devenir tan longevo de las personas, los grandes fondos de inversión han puesto su punto de mira en los hospitales y las residencias de ancianos, que se prevé son un gran negocio.

En el campo de la medicina, le suma la gran preocupación en las últimas décadas que despiertan las enfermedades mentales, especialmente después del confinamiento de la pandemia, pero sobretodo por las adicciones que provocan las nuevas tecnologías y el mundo online. Los psicólogos recuperan las sesiones de diván o despachan online, mientras que los psiquiatras contentan — queriendo o sin querer– el poderoso sector farmacéutico.

En la educación, es donde el capitalismo hace tiempo que se ha sumergido, con fuertes inversiones en másters y doctorados, tanto presenciales como online, de la mano de la Iglesia, pero también de fondos que buscan la rentabilidad. Ahora el mercado se centra en el mundo de la formación profesional, en donde muchos jóvenes enfocarán su futuro tan incierto, y visto el panorama de que la universidad no siempre proporciona salida laboral a sus estudiantes.

Pero donde se notan las nuevas formas de capitalismo es en las nuevas tecnologías. Sumas incoherentes de dinero se invierten para comprar Tokens No Fungibles (NFT, por sus siglas en inglés). Son activos criptográficos, ya sean de una pieza de arte, diseño gráfico, música o un video juego o el primer tuit, que son únicos e irrepetibles. Se compran en criptomonedas, otra de las nuevas muestras del mercadeo del capitalismo.

Algunos dicen que es una burbuja, que no tardará en estallar, pero la complejidad de la web y sus blockchains hacen imposible predecirlo. Lo único percibible es que el tan anhelado y transhumano metaverso, que reproduce el mundo real para continuar siendo tú, sin ser tú, reproduce el mismo sistema consumista y especulativo. De momento, es puro capitalismo en el que uno se compra su parcela y su casa, emprende, va al restaurante, etc, etc. Tal vez, servirá para calmar las emociones, con avatares presentes y del pasado, tal vez la gente prefiera vivir en este mundo paralelo ideal. Quién sabe.

Con todo lo que ocurre en el mundo real y en el ficticio, la prioridad debería ser poner la economía al servicio del hombre, pues la rentabilidad ha acabado con la diversidad, la igualdad y la cordura. De momento, me remito a la cita lampedusiana de «cambiarlo todo, para que no cambie nada».

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