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Cantos de sirenas

«El hecho de tener que usar métodos pacíficos violentos…, los determina puramente la situación»
Nelson Mandela
(Conversación con Richard Stengel. «Conversaciones conmigo mismo» Nelson Mandela. Planeta. 2013)

En estas horas terribles, ante la ominosa tiranía que nos depreda el porvenir, Venezuela demanda más de sus hombres y mujeres, más de lo que hasta ahora han ofrecido muchos, quizás la mayoría. No son frases manidas ni slogans sandios los que van a allanar la anhelada transición. No son las esperanzas infundadas, los deseos y la bonhomía los que constreñirán a la élite a rendir su revolución. No son los mediocres, los que sin ángel ni duende solo repiten cartillas desangeladas quienes enfrentarán eficazmente a las huestes que sin pudor, de este país han hecho un estercolero.

No estamos nosotros, desde hace veinte años, frente a un gobierno deficiente, sino ante un propósito indigno que ha permitido la ocupación del territorio por intereses oscuros para primar una ideología fallida sobre los genuinos deseos ciudadanos. No estamos los venezolanos ante criterios discordantes, sino frente a un proyecto ilegitimo y a una élite dispuesta a escupir sobre la ética y la decencia. No es pues, la crisis, un asunto que pueda resolverse electoralmente, porque los principios democráticos, aún más, los valores humanos, no pueden ser jamás objeto de discrepancias sobre formas, sobre políticas.

Son las elecciones un medio y jamás un fin. Son solo un instrumento para dirimir diferencias, para decidir, pero, en modo alguno, para pervertir el orden democrático, para degradarlo a un régimen tumultuario que niega los más preciosos valores, los más honestos principios políticos. En estas horas, ciertamente oscuras, los venezolanos merecemos más de quienes se hacen llamar líderes, porque, náufragos en una lucha descarnada que ya resulta cruenta, no hallaremos paz y prosperidad hasta vencer demonios que las boletas de votación no aquietarán. Por lo contrario, creo, con la fe de un monje, que unas elecciones solo avivarán la pugnacidad fratricida impuesta por una camarilla de felones.

Temo, tanto como millones de venezolanos, que los deudos de tantos muertos, de tantas víctimas de una revolución a la que sin dudas, la vida de sus gobernados le importa un bledo, vean su dolor acrecentado por una derrota que satisfaciendo los egos abultados de unos, destruya valores y principios considerados sagrados. Temo que, como hubiese ocurrido en la Alemania nazi de haberse celebrado elecciones en los meses últimos del año 1944, la barbarie y la indignidad se impongan sobre lo realmente correcto, echando por el desaguadero, como si fuese barro fétido, todas las proclamas anunciadas en San Francisco al término de la Segunda Guerra Mundial. Temo, tanto como millones más, que la estupidez derrote a la ética.

No son estos, tiempos para egos abultados, para burócratas depredadores, para mediocres que anhelan cargos y títulos, pero que carecen de la sapiencia para crear, para atreverse, para ofrecer con coraje y honestidad al pueblo lo único que en este momento puede ofrecerse para superar esta pesadilla: Sangre, dolor, y lágrimas, y si así nos lo impone la suerte, pues caer sobre nuestra propia sangre y ahogarnos en ella. No son estos días para amilanarse por un discurso tanto idiota como anodino, por los estribillos necios de sirenas políticas, cuyo canto, para muchos hermoso, arrastran a la nación a los profundos abismos de Hades.

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