Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Francisco Martínez Pocaterra

Cantos de sirenas

Pobre de aquellos marinos, que, en las noches oscuras, escucharan la melosa voz de las sirenas.

En Venezuela dimos por sentado que la bonanza de otras épocas no terminaría jamás, aunque ante nuestros ojos se desmoronaban las instituciones. El «Viernes Negro» fue un grito en la noche, un quejido estridente que no quisimos escuchar. Cuando los demonios asaltaron la paz en febrero de 1992, ya era tarde. Sin darnos cuenta de ello, de a poco, cada uno a su modo, habíamos apuñaleado al mejor de los órdenes políticos que nos han regido desde que somos república.

Decimos que no sabíamos lo que teníamos. Aquel país próspero, donde cualquiera lograba progresar con educación y esfuerzo, donde un título universitario, si bien no era garantía de éxito, sí ayudaba mucho a prosperar. ¡Cuántos profesionales se forjaron en las universidades públicas y siguieron cursos en el exterior gracias al plan de becas Gran Mariscal de Ayacucho! Y hoy, la diáspora de venezolanos, más de seis millones – ¡más del 20 % de los habitantes! – evidencia que hacer cualquier trabajo en el extranjero ofrece más esperanzas que permanecer en una tierra asolada por la estulticia.

A fines del milenio, cuando de las sentinas fétidas del tártaro emergió ese infeliz despropósito revolucionario, ya la inteliguentsia había pateado con denuedo, y aun con la enjundia del iracundo, a un orden que, si bien era imperfecto, era perfectible. Nos poseyó, como a las almas el mismísimo Satanás, esa pueril convicción de echar todo por tierra para construir el orden perfecto. ¿Cuántas veces hemos sido seducidos por esa oferta telúrica para dejarnos luego sumidos en la miseria?

Chávez – ese demonche que hizo de sus delirantes aspiraciones esta satrapía de felones – llegó como Atila y sus hordas. A su paso, de vencedores, según sus palabras, fue dejando sal sobre la hierba. Hoy, como Chernóbil tras el accidente o Hiroshima y Nagasaki después de los bombardeos atómicos, en Venezuela solo quedan ruinas, las sobras maltrechas de lo que alguna vez fue promesa de desarrollo. Más de las tres cuartas partes de los venezolanos sobreviven en la pobreza extrema… Según la Encovi 2021, ¡el 76 % de los ciudadanos no come como Dios manda!

No aprendimos, sin embargo. Desencantados de todos, la política es hoy, tal como el de los negreros del siglo antepasado, un oficio turbio, feo, propio de sátrapas. Y como muchas veces antes, volvemos la mirada sobre el caudillo que habrá de hacer la tarea que nos corresponde a todos. Entre vítores a líderes – que sin dudas me evocan las masas irracionales celebrando al Führer o al Duce – olvidamos que la democracia occidental no solo es nuestra forma natural de organizarnos políticamente, sino que frágil como los pétalos de una flor, nos demanda a todos su cuido.

Fatuos, intoxicados por una erudición estéril a la cual se apegan no con la astucia del sabio sino con la insensatez del dogmático, escupen sobre el cadáver de lo que fuimos alguna vez como país. Creen que solo sus cánticos revivirán a la nación de este letargo fúnebre. Asumen como mágicas, herramientas que bien puede servir a fines provechosos como también a metas perversas. Obvian que el conocimiento debe ser puesta al servicio de las causas y no estas al de aquel.

Hoy nos venden una falsa mejoría. Hoy nos endulzan las satrapías del régimen revolucionario con invitados en los medios que hablan de mejoras económicas tan ajenas al ciudadano como la mítica ciudad de El Dorado para los conquistadores. No dudo yo que nos ofrecen delirios y esperanzas de tísico porque, incapaces de construir rutas eficientes para contener eficazmente las aspiraciones hegemónicas de la élite, nos impondrán una inaceptable cohabitación mientras ellos, los jefes opositores, zanjan sus miserias particulares.

Como ciudadanos, debemos asumir pues un rol más activo. Las alharacas de los burócratas que han hecho del servicio público su deshonrosa empresa particular deben ser para nuestros oídos solo ruido, tal vez molesto, pero solo eso, ruido. Nuestra meta es grande y azarosa pero ineludible: construir desde abajo un liderazgo capaz de materializar y canalizar las genuinas aspiraciones ciudadanas, como lo son la transición y el desarrollo de la nación que nos merecemos. Como ciudadanos, debemos reconocer y ocuparnos de recuperar primero nuestro orden democrático, y luego, vigorizarlo cada día.

Hey you,
¿nos brindas un café?