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Roberto Ponce Cordero
viceversa

Canon ecuatoriano reloaded

En el sistema educativo de Ecuador, tradicionalmente se ha intentado promover la lectura, y más específicamente la lectura de literatura nacional, por medio de la inclusión expresa o veladamente obligatoria de obras consideradas fundamentales del canon ecuatoriano en el currículo. Los resultados obtenidos hacen pensar que esta es, finalmente, una estrategia errada.

Y es que, de acuerdo a la –poca– información disponible, en Ecuador se lee menos y peor que en otros países del subcontinente latinoamericano, por no hablar ya de algunos países de otros continentes. Según datos de 2012 del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc), en Ecuador se lee 0,5 libros por persona y por año; en Colombia, en cambio, el número llega a 2,2; en México, a 2,9; en Argentina, a 4,6; y en Chile, a 5,4 (siempre por persona y por año). Por su parte, un estudio de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) de 2013 encontró que en Ecuador se leen, en promedio, 3,0 libros por persona y por año, cuando la media latinoamericana es, de acuerdo a este mismo estudio, de 3,6. Sin embargo, es importante resaltar que ambas investigaciones se contradicen entre sí (cosa que se ve, de entrada, en los resultados de Ecuador), sobre todo en el caso de México, que en el estudio de Cerlalc obtiene una media muy por debajo de Argentina y de Chile –aunque significativamente por encima de Ecuador, por ejemplo– pero que en las estadísticas de la OEI despunta como el país más lector de todos los de América Latina, con 6,0 libros por persona y por año. Asimismo, Chile, que según las cifras de Cerlalc va a la vanguardia regional en lo que a lectura se refiere, obtiene, en la encuesta de la OEI, un resultado que está… ¡por debajo de Ecuador!

Lo único cierto sobre estos dos estudios, entonces, es que de ellos se desprende que, en América Latina, no tenemos necesariamente datos fiables sobre esta temática para aventurar comparaciones plenamente fundamentadas. Pero tenemos estudios parciales, como los ya nombrados, con metodologías discutibles pero respetables en su celo académico y, además, tenemos indicios basados en experiencias anecdóticas y, también, por qué no decirlo, en el peso de las corazonadas. Así, pues, no nos engañemos: digan lo que digan en sus discursos obligatoriamente optimistas algunas autoridades (gajes del oficio), el Ecuador no es un país lector… y, si hemos de juzgar por las –poquísimas, y siempre sueltas, aunque algunas buenas– acciones emprendidas por el sector público para hacer de este un país al menos medianamente lector, a dichas autoridades tampoco les interesa demasiado que lo sea.

Pero, como en todo, la culpa no es sólo del Estado, y acaso no lo sea ni siquiera principalmente, por lo menos cuando hablamos del Estado en sus versiones actuales y no como entelequia transhistórica: la falta de gusto por la lectura, en el Ecuador, parece ser uno de esos problemas estructurales que no se pueden cambiar de golpe ni en, digamos, diez años (aunque, vaya, qué bueno hubiera sido intentar empezar a cambiar un poquito, más que sea). Después de todo, ¿cómo incentivar la lectura y convencer a niñas y a niños de que leer es divertido, placentero y cool en una sociedad como la ecuatoriana, históricamente suspicaz del ejercicio intelectual y de las letras, si no a veces –en ciertas regiones, en ciertas coyunturas o en ciertas capas sociales– incluso abiertamente hostil a éste?

Una de las iniciativas recientes emprendidas desde el Estado ecuatoriano con el objetivo de acercar a niñas, niños y jóvenes a los clásicos de la literatura nacional es el programa televisivo Siesta Z, dedicado a adaptaciones de obras canónicas de la literatura universal. Creado por la productora bonaerense El Perro en la Luna, que ya en el pasado se destacó por su tratamiento de temas de la historia argentina para consumo infantil y juvenil por medio del excelente programa La asombrosa excursión de Zamba (fácilmente accesible vía Youtube o a través de la página web del canal público argentino Pakapaka), Siesta Z se convirtió, entre 2015 y 2016 y por medio de convenios interinstitucionales entre televisiones educativas públicas de varios países de América del Sur (Argentina, Colombia y Ecuador), en un programa multinacional. En el caso de Ecuador, la televisión educativa del Ministerio de Educación, fundada en 2012, se llama Educa y consiguió, mediante esta cooperación, que se incluyan cinco episodios en la serie en los que se adapten sendas obras ecuatorianas canónicas, a saber: La emancipada de Miguel Riofrío (1846), famosa por ser la primera novela del país; Cumandá de Juan León Mera (1877), ficción fundacional ecuatoriana por antonomasia, para tomar prestado el término de Doris Sommer; A la Costa de Luis A. Martínez (1904), que inaugura narrativamente el siglo XX de Ecuador; y La Tigra y Los Sangurimas de José de la Cuadra (1930 y 1934, respectivamente), que forman parte de lo más sagrado del panteón literario ecuatoriano por su realismo social vanguardista, por sus atisbos de realismo mágico y por su testimonio de la llegada de la modernidad a todo el territorio nacional.

En Siesta Z tenemos un programa de animación dirigido a un target de niñas y niños de entre 8 y 12 años de edad y en el que la protagonista, Siesta, es una niña aficionada a la lectura que padece, sin embargo, de narcolepsia, por lo que, cuando empieza a leer, se queda dormida y empieza a soñar sus propias versiones o adaptaciones de los libros que está leyendo pero en clave de videojuego y con un rol propio muy activo y prominente. Así, en Cumandá, por ejemplo, Siesta intenta ayudar a la heroína homónima a superar las dificultades inevitablemente puestas a su amor de pasión por la familia de su amado y por su propia familia… se trata de una novela romántica absolutamente convencional del siglo XIX, al fin y al cabo. De igual manera, en La Emancipada, Siesta se convierte en la mejora amiga y confidente de Rosaura… sin por ello poder evitar su trágico final.

 

https://www.youtube.com/watch?v=lU5w1eCFIvs

 

Lo interesante es que Siesta, en efecto, nunca interviene propiamente en la historia, de manera que los finales trágicos de las obras son igualmente trágicos en sus adaptaciones televisivas. De hecho, al final de cada episodio, y aún dentro de su sueño, Siesta conversa con el autor, quien aparece tras el desenlace, y le pregunta por qué escribió lo que escribió de la forma como lo hizo… ante lo cual las respuestas suelen ser un poco frustrantes, si lo que se busca es una discusión teórica de alto nivel, pero probablemente comprensibles y hasta interesantes para televidentes de corta edad que, según lo que se espera, adquieren un pequeño saborcito por la literatura a través de Siesta Z y luego, en el mejor de los casos, pasan a leer las obras originales u otras similares.

Este proyecto es loable en todo sentido y los productos resultantes son de gran calidad técnica; asimismo, es refrescante que, pese a tratarse de adaptaciones infantiles, no se edulcore el carácter trágico de muchas de las obras escogidas y, por ejemplo, se mate sin mayor piedad a los personajes que haya que matar, tal cual como en el original. Significativamente, las representaciones sexuales son más difíciles de manejar: tanto en La Tigra como en Los Sangurimas, por poner el caso, se opta por sublimar un poco burdamente el fuerte componente sexual latente hasta decir basta en las narrativas escritas por De la Cuadra. Así, La Tigra y su hermana Juliana, que comparten amantes en el texto literario, son felinas que acarician perros en la adaptación televisiva, y la condena de Sarita a tener que morir virgen se convierte, para los menores de edad, en una condena a estar encerrada. En Los Sangurimas, por su parte, los creadores del programa optan por representar la violación y el asesinato de una de las tres Marías por parte de los Rugeles por medio de una un poco tonta narrativa de bichos que se quieren comer a otros bichos. Aquí, en otras palabras, se notan las claras limitaciones del concepto mismo de adaptar obras literarias de contenido claramente adulto al mundo infantil y juvenil; se trata de limitaciones no necesariamente insalvables, pero sin duda difíciles de salvar.

Pero hay limitaciones aún más preocupantes. En Cumandá, por ejemplo, la protagonista es famosamente indígena… aunque, de hecho, como sabe todo quien conoce la novela, realmente blanca pero criada entre los indígenas. Independientemente de esto, en un arrebato de corrección política un poco inexplicable, los productores de Siesta Z optan por no mencionar la temática indígena (indianista, realmente) de la novela sino por presentar a Cumandá y a su familia como… ¡espectros! Con eso, no obstante sus buenas intenciones, están obturando las potenciales discusiones que esta novela, de calidad más bien discutible y probablemente incapaz de causar placer estético a jóvenes (no a lectores profesionales) contemporáneos, puede todavía suscitar.

 

 

Más allá de todo esto, por supuesto, tenemos la pregunta fundamental: ¿quién decide qué obras son canónicas y por qué? Cuando no lee libros ecuatorianos, Siesta lee Moby Dick, Romeo y Julieta, Fausto, Los viajes de Gulliver… conspicuamente, no lee a autoras ni tampoco textos contemporáneos o escritos por autores miembros de minorías o que sean de otros continentes aparte de Europa y de América (con la excepción de la epopeya de Gilgamesh). ¿Leería Cumandá, realmente, una Siesta de carne y hueso? ¿Queremos realmente que nuestras niñas y nuestros niños sigan leyendo Cumandá?

Por supuesto que queremos, supongo, aunque sería obtuso intentar que la lectura de Cumandá fuera obligatoria o creer que dicha lectura es suficiente. Siesta Z da un paso hacia iniciativas más generales y más concertadas de fomento y animación a la lectura entre la población escolar de Ecuador… pero si algo queda claro es que se necesitan más pasos como ese, aunque también pasos más inclusivos, abiertos y pertinentes para los contextos reales de la unidad en la diversidad y en la interculturalidad.

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