Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
esteban ierardo

CAMUS Y EL MITO DE SÍSIFO

Ya en la primera guerra mundial estalló la modernidad racional. Luego, en 1942, Francia fue ocupada por el ejército alemán. Entre las bombas, ametralladoras e invasiones de la segunda guerra mundial, la vida se despedazaba, y la razón temblaba bajo el belicismo genocida nacionalsocialista.

Dentro de esa cerrada noche, Camus se identificó con el existencialismo. Modo de pensar iniciado por el danés Soren Kierkegaard (18131855). Kierkegaard introdujo el axioma básico existencial: primero es la existencia, luego es la esencia (1).

Primero es la existencia fundada en la finitud, en la ausencia de un sentido que justifique nuestra vida y que nos sea dado desde el nacimiento por Dios, el Destino o la Historia. Luego, es el momento del sujeto racional que piensa grandes esencias a la manera de Hegel: el Ser, Dios, la Naturaleza Humana, la Razón, el Sentido de la Historia.

Pero primero es la existencia, luego la esencia.

Bajo este principio desplegaron sus banderas, con sus colores propios, Sartre, Heidegger, Gabriel Marcel, Ionesco, Karl Jaspers.

Y Camus, que meditó sobre el sentido de la vida para encontrar, si la hay, alguna tabla de salvación. Entre el existencialismo y la guerra, entonces, Camus acudió a Sísifo, un personaje mítico griego, astuto y embaucador condenado por los dioses, como una poderosa metáfora para pensar el sentido de la existencia, y dirimir si el suicidio es la respuesta última a todos los males o si es pura desesperación autodestructiva. Por eso, Camus comienza su ensayo con la declaración:

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena ser vivida es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce de categorías, vienen a continuación”.

Y el epígrafe que abre El mito de Sísifo recuerda unos versos de la III parte de la Pítica de Píndaro:

Oh, alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el ámbito de lo posible.

En “el agotar el ámbito de lo posible” está el pensar todo lo que debe ser pensado. Entonces, desde la reivindicación de una “sensibilidad absurda”, Camus asume lo absurdo que corroe la existencia. Lo absurdo primero se manifestó como desfondamiento de viejas certezas entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. En 1896, el dramaturgo y poeta francés Alfred Jarry (1873-1907) estrenó su Ubú rey, en París. Una obra con ánimo rupturista, que transformó la puesta en escena, la iluminación, los vestuarios, la gestualidad, trastocó la trama de orden cartesiano y de estructura aristotélica; la obra fue un preludio vanguardista del dadaísmo o el surrealismo, o incluso, en la posguerra, del Nouveau roman (2)

El Padre Ubú Rey es, por un lado, burla del atildado gusto burgués y, por otro lado, encarna una comedia satírica que cuestiona el poder político como excrecencia grotesca e innoble. Un monarca tirano y cobarde, construido con referencias a Macbeth, y que se distingue por su comportamiento absurdo. Composición de personaje que roe las convenciones, socava la hipocresía burguesa, impugna lo absurdo político que prefiguraban las dictaduras e imperialismos que asolarán a Europa.

Jarry como creador de un teatro de lo absurdo. Corriente vigente hasta la década de los sesenta donde lo absurdo cuestiona los valores dominantes; y es toma de conciencia de la irracionalidad o el sinsentido de la vida. El humor absurdo que sacrifica la lógica para hacer visible los irracionales murciélagos que la civilización oculta; lo absurdo que quiebra la comodidad del supuesto orden mediante el mencionado Jarry, o Tadeusz Kantor o Samuel Becket.

Y Camus en El mito de Sísifo.

Ya antes, en 1932, Camus expresó lo absurdo en El extranjero. Lo absurdo ya no será solo crítica de la hipocresía, de la decadencia, de lo grotesco, o el deseo de liberar en la escena lo ilógico que también constituye la vida. Lo absurdo en Camus emerge cuando se es consciente de la irracionalidad sinsentido en la médula de la existencia.

Al sentimiento de lo absurdo se puede responderle desde la indiferencia absurda. Entonces Meursault, el protagonista de El extranjero, su antihéroe, destila absurda indiferencia en el funeral de su madre; o cuando mata a un árabe solo como reacción ante un sol quemante e irritante; o cuando luego de ser condenado a muerte espera la ejecución con impávido desdén.

En El mito de Sísifo, el absurdo es punto de partida. El humano aspira a la unidad, la felicidad y la racionalidad, e incluso respira alguna expectativa de inmortalidad. Pero esto es una ilusión. Un espejo que se quiebra cuando se enfrenta a la existencia sin Dios, transida de irracionalidad, mortalidad; o siempre herida por fuerzas en perpetuo conflicto. Lo absurdo surge en esa discrepancia entre lo racional deseado y “lo irracional que renace continuamente.”; es el momento en el que “mi apetencia de absoluto y de unidad” colisiona con “la irreductibilidad de este mundo a un principio racional y razonable.”

Lo absurdo ya no es burla y denuncia de la hipocresía civilizada, como en Jarry: o no es la pasividad absurda del personaje de El extranjero. O lo absurdo no es una nueva esencia, en reemplazo de las viejas esencias metafísicas. Lo absurdo es intentar comprender lo que no puede ser comprendido.

Y la rebeldía es enfrentar la faz absurda de la historia. Encarar este perfil de caos una y otra vez, arrostrar el sinsentido de lo absurdo, es posibilidad de construir algún sentido. Así, en Camus, el existencialismo se redime de la pasividad y el quietismo, de un sentimiento de derrota e inutilidad. La respuesta ante el absurdo es, ahora, la del héroe absurdo, Sísifo, como luego veremos.

Y lo absurdo son también los sueños de poder que ignoran que la muerte siempre nos merodea. Al percibir la dureza de lo real sin velos engañosos, el mundo recupera su condición inhumana, misteriosa, irreductible, refractaria a toda domesticación por el Dios de la religión. Y cuando la razón y la ciencia escapan del enigma del universo, se desmoronan entre abstracciones.       

Muchos filósofos escapan de lo absurdo, y cometen suicidio filosófico. Como el caso del Dios trascendente en Kierkegaard o Chestov; o por la nueva conciencia cartesiana y pura como fuente de los sentidos en Husserl. Caminos en los que no se admite la contradicción insuperable entre el deseo de la razón (o de la fe) y lo irracional clavado en el espinazo de las cosas.

La vida no tiene un significado dado a priori, asegurado de antemano. Así, el modo de vivir no es remitirse a supuestos valores trascendentes garantizados por un dios, o por una razón absoluta superior de aire hegeliano. Por eso, Camus propone: “lo que cuenta no es vivir lo mejor posible, sino vivir lo más posible.” “Lo más posible” es intensificar la vida desde la rebeldía y la pasión, no desde el vivir acomodándose al cofre de la seguridad religiosa o de una ley moral kantiana.

La vida apasionada es preferible al vivir bajo reglas. La vida apasionada como la del seductor Don Juan; o la del actor que entrega toda su energía para revivir a un personaje a pesar de que, luego de su representación, ese personaje se disolverá de nuevo en las sombras; o el guerrero que elige la acción antes que la contemplación, pero que sabe que sus grandes conquistas son solo una agitación en la nada.

Y de lo absurdo de la vida, de su espesa irracionalidad o falta de inteligibilidad, depende el impulso creador. El arte crea sentidos para un mundo huérfano de ellos. Por eso “si el mundo fuese claro no existiría el arte”. Y para responder a la ausencia de Dios, Dostoievski concibe a Kirilov como un personaje que se suicida bajo una lógica absurda y que, bajo este absurdo, a pesar de todo intenta “dar un sentido a esta divinidad traída de nuevo a la tierra” (3).

Pero la respuesta más heroica ante el absurdo es la de Sísifo…

Sísifo era el rey de Corinto, conocido como promotor de la navegación y el comercio, pero también por ser avaro y mentiroso. Desde la época de Homero pasó por el más astuto de los hombres, sometido finalmente a una memorable condena.

Varios son los posibles motivos de su castigo. La condena fue porque Sísifo reveló al dios fluvial Asopo que Zeus raptó a su hija Eginia; o porque atacaba y asesinaba a viajeros para robarles. O por lo siguiente: Hades (dios del inframundo) puso a Sísifo en el mundo de los muertos, por decisión de Zeus o de Hera. Sísifo entonces apeló a su consabida astucia. Convenció a Hades o Perséfone, de que su esposa no había cumplido con los debidos ritos funerarios para su entierro. Infracción ritual inaceptable. Hades le permitió entonces volver al mundo de los vivos, pero con la condición de castigar la ingratitud de su esposa y luego volver.

Sísifo regresó a Corinto y no cumplió, claro, su palabra. No volvió. “Vivió muchos años más ante la curva del golfo, el mar brillante y las sonrisas de la tierra”. Murió de anciano. Una vez en el inframundo fue condenado a empujar una roca hasta lo alto de una colina. Y cada vez que lo intentaba, a mitad de camino la roca se escapaba de sus manos. Debía entonces ir a buscarla al pie de la elevación y empezar de vuelta el ascenso. Y este proceso se repetía una y otra vez. “Pasar los trabajos de Sísifo” es hoy sinónimo de un trabajo estéril, inútil.

El castigo de Sísifo inspiró al Tiziano, cuando María de Austria, hermana de Carlos V, le encargó una serie de cuadros sobre el tema de Los condenados. En la pintura, ahora en el Museo del Prado, Sísifo carga fatigosamente su piedra sobre sus hombros.

Y, para Camus, Sísifo es héroe de lo absurdo porque:

“Lo es tanto por sus pasiones como por su tormento, su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida; le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser se dedica a no acabar nada”.

Sísifo no puede “acabar nada”, porque siempre debe volver a empezar. Pero, en contra de las apariencias, esta repetición no es solo acto inútil. Cabe otra comprensión. El escritor aquí agrega: “los mitos están hechos para que la imaginación los anime”; lo que significa que es legítimo imaginar otra dimensión en el destino de Sísifo que no se reduzca solo a un fatal castigo que se consume en sí mismo.

En el momento en que el personaje mítico está libre del peso de la roca que debe cargar de nuevo, tiene un momento de libertad y conciencia. Entonces elige. Y su elección es desde “su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida”. Es decir, Sísifo elige ignorar a los dioses, no pensar en la muerte, apasionarse por la vida, aun cuando esto sea absurdo.

Sísifo elige enfrentar lo que parece irreversible, porque “no hay destino que no se venza con el desprecio”. En el desprecio de su propio destino, el condenado a cargar la piedra encuentra una “victoria absurda”. Por eso, “uno debe imaginar feliz a Sísifo», cuando elige construir un sentido aun soportando el peso de su roca. Por la fuerza de su elección, Sísifo se sabe dueño de sí mismo, no marioneta de los dioses. Entonces:

“Así persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego, que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando”.

Sísifo se asume como hombre absurdo en la vida absurda, pero también se elige como creador absurdo de sí mismo. La roca no lo aplastará. A pesar del peso de la carga, sigue en marcha, como todos aquellos que han luchado y luchan por una idea o un sueño, aunque sepan que esa insistencia es, en definitiva, absurda.

Por eso, Sísifo, o quien encara la tragedia absurda de la existencia como él, elige, a pesar de todo, seguir rodando.


Citas:

(1) A pesar de esta afirmación, no hay que olvidar que, como pensador cristiano, Kierkegaard resolvía las aporías de la existencia por el regreso a una fe superadora.

(2) Jarry también dio lugar a la patafísica, un movimiento afín al surrealismo, que procede de su obra Gestas y opiniones del doctor Faustroll (1911), patafísico. Así surgió una “ciencia” paródica llamada patafísica, basada en buscar las excepciones que quiebran las reglas.

(3) Camus analiza la lógica de lo absurdo en Kirilov, personaje de la novela Los endemoniados de Dostoievski en la sección “Kirilov” dentro del capítulo «La creación absurda». Y al final, también desde esta mirada se acerca al autor de El proceso y El castillo en “La esperanza y lo absurdo en la obra de Franz Kafka”.

Hey you,
¿nos brindas un café?