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El camuflaje humano: “Museo Animal” de Carlos Fonseca

Si la primera novela de este profesor de Cambridge, como dije en otro artículo, es sobre la quietud, esta segunda (Anagrama, 2017) es del movimiento. Pero no del movimiento náutico de los Argonautas, de Odiseo o Eneas. Es el movimiento que impulsa a Alonso Quijano a los senderos de los cides para ser Don Quijote, al bibliotecario de Chesterton a ser un hombre de otra época y guía a Manuel Pereda a la pampa a intentar vivir El sur de Borges.

Aquí no es solo un movimiento. Es una maraña de cambios de identidad y viajes universales. Es una actriz y socialité que parece una Zelda Fitzgerald, mudando de piel para ser una peregrina que sigue falsos profetas apocalípticos. También los viajes del fotógrafo Yoav Toledano, de una guatemalteca que se viste de payaso o novia para emborracharse: todos buscan su máscara.

Un personaje construido en silencios

El personaje más logrado es la hija de los protagonistas, Giovanna, que debe renunciar a su identidad y vivir bajo esa identidad apócrifa toda su vida. Ella se consagra como diseñadora, oficio que no es en vano. Hay una huella de su tristeza insondable que está creada en unas pocas pinceladas que se dan como zarpazos: casi no la escuchamos, sus manías se nos insinúan pero no se explican (salvo su alegórica fascinación por los animales mimetizados), sin embargo es de las más memorables por una razón.

Se dice que está muriendo desde la infancia por una enfermedad tropical, pero de lo que muere es de arte, de ser solo las apariencia que ella misma diseña. Cuando está impotente y huérfana con dos padres vivos en una cama de hospital, la enfermera no sabe que al leerle le inyecta más de su enfermedad, la descompone en ficción.

La novela trata de esto: el intento desesperado de mantener una invención. Por eso, paralelo a estas identidades y máscaras, también seguimos el proceso de las noticias falsas y como éstas se difunden hasta convertirse en ciertas.

Además, casi no encontramos diálogos: los personajes no pueden hablar, el silencio es necesario para guardar sus secretos. En los cinco bloques que está construida la novela, solo a modo de coda encontramos algún fragmento donde pueden hablar los personajes.

La necesidad del espectáculo

Tampoco pueden estar solos porque no hay espectáculo sin audiencia, no hay ficción sin lector. Por eso los espacios en que se mueven son siempre abiertos: a Giovanna solo la conocemos en oficinas rodeada de asistentes, el museólogo se sienta a reflexionar en un bar, Viviana duerme (que debería ser el momento más íntimo) rodeada de insomnes en la selva y el juicio es el epítome de lo personal mostrado al público.

La importancia de la apariencia, de la imagen está condensada en la siguiente reflexión: “en el futuro las novelas serán algo así, almanaques ilustrados, catálogos enormes, gabinetes de curiosidades” (p. 121). Y con sarna de novela, las imágenes (que en efecto están incluidas como experiencia de lectura), solo se encuentran en el primer y último capítulo, dándole al texto todo el resto de 425 páginas. Y sucede que estas imágenes no son motores para la trama como ocurren, por ejemplo, en algunos capítulo de Elogio a la madrastra de Vargas Llosa, sino que parecen artefactos de ironía.

El quincunce y el Subcomandante Marcos

Es en la primera imagen donde está la figura similar a la ficha del dominó, las cuatros esquinas del cuadrado y uno en el centro: el quincunce. Es la única imagen (aunque bien pudo haber sido solo descrita) que sí presenta una búsqueda conceptual, porque este término es el que da la idea de esa geometría, esa arquitectura milimétrica con que se construye la novela y con la que los personajes diseñan sus propios personajes. Al igual el Subcomandante Marcos, que vivió enmascarado y siendo varios personajes.

El arte en juicio

Con este título, que es el plato fuerte de la novela (al que hay que entrarle con cuchillo de sierra), se abre en la tercera parte de la novela un debate con los eficientes engranajes del diálogo platónico. Se muestra al arte como una transgresora de morales impuestas y una anarquista ante las jerarquías sociales, pero aún más importante, el lector llega a la conclusión de que los movimientos de estos personajes fueron calculados para llegar a este punto.

Esta gran culminación en el centro de la novela es la forma en que se atan todos lo recodos en que navega el lector. Y con esa maestría es que Fonseca va justificando su aparición en la lista de representantes del nuevo boom latinoamericano que se publicó en el diario ABC.

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