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Caminar y masticar chicle a la vez

Estados Unidos arrecia sus sanciones hacia Venezuela, y la Unión Europea hace lo propio. La DW, cuyas filiaciones izquierdistas son innegables, ha reportado como al mundo se le agota la paciencia con Nicolás Maduro, y que luego del trabajo de la Comisionada para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, debe pasarse de informes y reportajes a hechos más concretos, a denuncias concretas contra los responsables. No hay duda de ello, el mundo verdaderamente libre ve a su régimen como lo que realmente es, una dictadura. Sin embargo, el dictador caribeño pervive en el ejercicio del poder.

¿Por qué no cae entonces, si al parecer, los vientos soplan en su contra? Para responder esto viene al caso recordar que, distinto de lo que la bonhomía de muchos da por sentado, la maldad a veces prevalece.

La tozudez de Maduro – aunque deberíamos decir la élite – nace de su compromiso ideológico, de sus raíces socialistas, que cabe decir, se enraízan reciamente en las mentes flojas, negadas a la lectura constante y a las ideas frescas, o, en otros casos, en los pensamientos dogmáticos de los fieles devotos de ese credo secular que es el socialismo. Desde antes de caer la dictadura de Pérez Jiménez, las huestes socialistas, que priman su ideología sobre los intereses nacionales, confundiéndolos bien por su testarudez, bien por otras razones, ya planeaban imponer a como diera lugar su proyecto totalitario.

Si creemos las palabras de Thays Peñalver, fueron doce los intentos de golpe de Estado contra el orden democrático. Se corresponden sus afirmaciones con las conspiraciones que desde inicios de los ’70 protagonizaban Douglas Bravo y un grupúsculo negado a aceptar la derrota de la lucha armada la década precedente y la pacificación acordada en marzo de 1969. Grupos como ARMA y el propio MRB-200 son solo expresiones del mismo fenómeno: una camarilla minoritaria dispuesta a tomar el poder por las armas en virtud de la paupérrima votación obtenida en las elecciones. Chávez es solo un hijo más de esa ralea… acaso el más notorio.

Bien sabemos que una vez en el poder, conquistado en las urnas en 1998 más por un discurso anti-política que por una genuina vocación socialista del pueblo venezolano, iniciaron un proceso de degradación institucional para conservarlo a perpetuidad. En principio, su propósito era uno: imponer el socialismo. Para ese fin no solo alteraron las alianzas tradicionales venezolanas, y nos vincularon con dictaduras y personajes repudiables, sino que permitieron la ocupación del país por el gobierno cubano. No es tonto decir que la Revolución Bolivariana es una versión criolla del Régimen de Vichy.

Se sabe igualmente que el poder corrompe, y que el poder absoluto corrompe absolutamente. Luego de 20 años en el poder, sin ningún tipo de controles, de cortapisas a sus malcriadeces, y a lo que ocurre siempre con los gobiernos totalitarios, a la desesperada conservación de las prebendas conquistadas, no solo le atan a Miraflores un sinfín de intereses oscuros, sino un temor reverencial a la pérdida de esas canonjías, y desde luego, a las consecuencias de sus actos. No son bobos y si bien podrán negociar con unos, no son pocos los que deberán sentarse en el banquillo y encarar largos años de prisión.

No cae pues, porque hay intereses trasnacionales y domésticos detrás del gobierno de Maduro, algunos oscuros, porque, como viene al caso referir, la corrupción no solo pudrió a la élite regente, sino a muchos, que han amasado fortunas al amparo de la Revolución.

En estos días, John Magdaleno afirmaba que de un estudio realizado por su firma, se reconocieron 59 transiciones negociadas de un universo de 100. Su estudio, enjundioso, no deja de ser un esfuerzo académico sin mucho sentido práctico. Decía el periodista Nelson Bocaranda en defensa de Magdaleno, que algunos de esos casos, tanto como el venezolano, tenían vínculos con grupos forajidos e incluso, con el narcotráfico. Obvia sin embargo el politólogo que en el nuestro, no son solo las vinculaciones con esos grupos, sino la presencia de Rusia y China (y su interés por hacer de Venezuela una cabeza de playa en el Hemisferio Occidental), la de los cubanos, cuya supervivencia depende de los contratos leoninos que le hizo firmar a Chávez Fidel Castro, cegado por su admiración pueril hacia el felón del Caribe. Hay, además, un elemento que descuidan quienes se afanan por una salida negociada y que termina siendo el pivote de todo este lío: Maduro carece de razones para negociar, porque, a pesar de los vientos infaustos que soplan contra su gobierno, aún cuenta con recursos para permanecer en la vieja casona de la esquina de Bolero.

Casi todas las transiciones terminan en una mesa de diálogo, aunque sea para pactar una rendición incondicional (como ocurrió con Alemania y Japón en 1945). Sin embargo, cualquiera que acuda a una negociación debe tener con qué negociar. Al parecer, la oposición – la de verdad y no esa «oficialista» pensada para lavarle la cara al régimen y conceder privilegios a grupos que no representan a la mayoría – carece de recursos suficientes para forzar una negociación efectiva. No es necio decir que los delegados oficialistas acuden a las citas auspiciadas por el gobierno noruego solo para ganar tiempo.

Uno de muchacho solía decir de la gente muy torpe que no podía caminar y masticar chicle a la vez. Quizá por soberbia o acaso por lo que más temo, porque no saben hacer algo distinto, cada líder se encierra en su círculo y aspira a una unidad en torno a ellos, a sus posturas y a su propuesta. La unidad se construye alrededor de ideas, pero siempre con miras a una meta común. En nuestro caso, la anhelada transición que sin dudas, empieza con lo que algunos majaderos califican de mantra: el cese de la usurpación. ¡La oposición debe caminar y masticar chicle a la vez!

Descomponer este horrendo entramado no será fácil ni incruento. No nos engañemos, aun cuando pacten su renuncia al poder, habrá grupos violentos, bien sea porque pierden prebendas y negocios, bien porque se aferran a la revolución violenta como camino al socialismo, y no nos sorprendamos si entre esos grupos violentos se suman funcionarios del actual régimen. Ya conspiraron una vez, sería estúpido creer que no lo harán de nuevo.

¡Claro que debe haber diálogos! No es casual que haya usado el plural. Primero deben negociar las partes interesadas en la construcción de un verdadero orden democrático, para crear un frente robusto que entonces obligue al régimen de Maduro a pactar su renuncia… Y ya vamos tarde.

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