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Camilo Pino le mete un telescopio al futuro

Camilo Pino, joven escritor venezolano radicado en Miami, lanza por estos días a los anaqueles su nueva novela, llamada Mandrágora (Editorial Suburbano), como la enigmática planta, y nos cuenta que un relato aparentemente sencillo va a desembocar en todo un thriller biológico, con ribetes de ciencia ficción, en 2017, cuando la realidad ha logrado superar con creces la endemoniada imaginación de un George Orwell o del mismísimo Ray Bradbury, célebre por sus novelas futuristas, toda vez que –además- era un cuentista de primer orden; nada que ver con la ciencia ficción.

Ahí está Las doradas manzanas del Sol, una colección de cuentos donde Bradbury se pasea por los vericuetos más humildes del ser humano, como un barrendero, una simple manzana en el fondo de un tazón, o la soledad casi prehistórica de un sencillo faro de bahía. Hay algo espiritual detrás de un escritor de ciencia ficción. No hay duda.

Camilo es hijo del connotado historiador venezolano Elías Pino Iturrieta (“Contra lujuria castidad”, entre otros clásicos), todo un tótem en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas (UCV) y en la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, quien ha tenido en el otoño de su vida un gesto de buen gusto: fuma como un adolescente, y sonríe cada vez que puede, algo poco usual en el polvoriento mundo de los tomos que se levantan echando mano del ciclópeo y aparatoso método histórico. Uno no puede decir que Elías sea victoriano. No.

Camilo vive desde hace más de 15 años en Miami, y a la par de su carrera como escritor, ha desplegado su profesión de comunicador social (es egresado de la UCV, en la misma camada de reporteros muy solventes, como Alonso Moleiro, Lucía Lacurcia, Marcos Salas, Carla Tofano o Julio Tupác Cabello, entre otros). Una promoción icónica: la del “7mo Cine Club”.

 

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La mano que mece la cuna

Pese a ostentar una notable pluma –le alcanzó la vida para titular una novela así: Valle Zamuro, en clara alusión al ave de rapiña que suele custodiar a la ciudad de Caracas-, su oficio es más bien en el ámbito corporativo. Viene de ser RRPP de Visa allá en Miami, y ahora trabaja en la gerencia de comunicaciones de Telemundo, específicamente para el área de noticias; es decir, Camilo Pino hace lobby, levanta teléfonos como loco, mueve los hilos, mece la cuna, se mueve como peso pluma para aceitar el trabajo de la máquina de reporteros.

Nos habla de su vida en Miami, no sin rozar un filo de dolor ante el drama que atenaza a Venezuela; su patria, después de todo. Se refiere con acidez a la censura que priva en Venezuela, a la falta de acceso de la información, “como no pueden tumbar la redes sociales del todo, entorpecen su flujo cada tanto, por franjas, es una manera indirecta de censurar a la gente”, expresa el entrevistado.

Entre una cosa y otra le deslizamos la opinión de Faitha Nahmens (por casi 20 años pluma esencial de la legendaria revista Exceso, y mano derecha de su fundador, el no menos legendario escritor Ben Ami Fihman) sobre Miami: “Es una ladilla (un fastidio) bien equipada”. Suelta una carcajada, y dice que tal vez Faitha tenga razón, “pero la vida acá es normal, mi pana”. Quien medianamente haya seguido los despachos de la prensa venezolana no estará de espaldas al pandemonio total que Hugo Chávez supo sembrar en la patria del General Bolívar.

Su sueño es consagrarse a la escritura 100%. Pero tiene claro que eso no es fácil, porque la época en que Gabo y Vargas Llosa eran cosa sexy -digamos chic- para los europeos, ha quedado un poco atrás. Ese boom fue, y acaso vengan otras cosas, pero vivir de la pluma es cuesta arriba para cualquiera, más allá de los blogs, de la vorágine 2.0, del social media, que siempre ayuda, claro.

“Con Valle Zamuro no es que haya vendido una fortuna, pero me pasa algo muy especial con esa novela: todas las semanas (no hay una semana en que no sea así) recibo algún correo de gente que está enganchada con la novela, que me hace comentarios, que me pregunta cosas sobre Valle Zamuro”, sonríe con satisfacción.

 

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Aguantar las trumpadas

Camilo Pino observa con no poco cuidado el arribo de Donald Trump al Salón Oval, y, lo mismo que otros medios de alto calibre, como Televisa o New York Times (Team Latino), sus afanes están enfocados en dar un tratamiento enteramente responsable y cabal a la noticia que pueda generar el nunca bien ponderado dueño del Miss Universo, ahora que tiene el poder de fuego de su lado, y anda raudo tratando de levantar muros, en lugar de tender puentes.

Pino nos atiende una llamada por Skype mientras se puede ver el dadivoso torrente de la luz matinal colarse a través de los ventanales de su departamento, donde vive con sus críos, y su mujer. Camilo pregunta por los panas: “me dicen que hay gente muy respetable que no tiene siquiera con qué comer”. Le confirmamos la información. En Venezuela, hoy asistimos al fenómeno del friganismo, es decir, gente que come de la basura (el boom petrolero de Chávez fue X veces más grande que el de Carlos Andrés Pérez -1973-; el barril llegó a estar en 120 dólares).

Pero eso sería nada: más allá del friganismo, en Venezuela se dan hoy vida de jeque sólo los artífices de dos oficios: los corruptos y las prostitutas. Camilo Pino dice que él está haciendo lo que puede, desde mandar medicinas a la gente en Venezuela, hasta timonear con rigor cartesiano las comunicaciones de cada noticia que despacha Telemundo. Se le agradece la cortesía. Bien podría haberse lavado las manos, como tantos otros venezolanos que ya no viven acá.

Conversar media hora por Skype con Camilo Pino es una experiencia grata y reconfortante. Uno recuerda a Charly García (Plateado sobre plateado / Modern Clics): “Nos quedamos por tener fe, nos fuimos por amar”. Irse o quedarse es totalmente válido, de cualquier modo, anyhow. Ciao.

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