Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Alejandro Varderi

Cámara, acción, reacción. Cine e intolerancia en Iberoamérica

Estamos viviendo una coyuntura histórica donde la radicalización es la norma. Desde lo económico a lo político, desde lo sexual a lo personal, desde lo tecnológico a lo analógico, desde lo vital a lo emocional. Una radicalización, que la crisis del covid-19 ha exacerbado al atacar el corazón de las sociedades, pues para sobrevivir estas necesitan del contacto humano y sus desarrollos en todos los aspectos de la existencia. El haber debido restringir dichos contactos ha redundado en una ruptura del tejido social, económico y cultural, lo cual ha sido aprovechado por quienes detentan el poder para acosar, coartar y abusar aún más, validando así las intolerancias de los colectivos. Y aquí es importante destacar que son tan culpables quienes ejecutan un acto de odio como quienes simpatizan con los perpetradores, aprobando tácitamente sus acciones aunque no intervengan en ellas directamente.

Cámara, acción, reacción. Cine e intolerancia en Iberoamérica tiene como objetivo analizar el modo como dichos mecanismos de control, manipulación e imposición se revelan en el revelado de una serie de películas pertenecientes a la filmografía hispanoamericana y española. Ello, a fin de crear conciencia a ambos lados del Atlántico en cuanto a los dispositivos de represión abiertos y velados, ensayados fundamentalmente sobre los grupos más vulnerables. Grupos además proclives para sobrellevarlos en silencio por temor a las represalias, pues muchas son las ramificaciones del horror y largos sus tentáculos, extendiéndose por todos los aspectos de la existencia y el funcionamiento de las instituciones cuyo deber sería, justamente, proteger a los individuos de tales peligros.

En el primer capítulo, “Lo que el cielo no permite: la religión sobre el altar”, son los pecados de la Iglesia Católica lo que centra la acción y moviliza el discurso. Las producciones incluidas abordan distintos aspectos de la estrechez impuesta por ella al pensamiento a lo largo de los siglos, lo cual ha redundado en una insurgencia de las manifestaciones más extremas de una mente enferma, muchas veces amparadas bajo su propio manto.

Incesto, abuso infantil, suicidio, extorsión, connivencia son algunos de los temas aquí expuestos, abordados por los realizadores con agudeza y tino para desentrañar las confabulaciones y alianzas en las cuales reside la resiliencia e influencia de esta milenaria institución. Blindarse con el secretismo contra las acusaciones externas y arrimase siempre al árbol que más sombra da para no perder sus prebendas, han sido las estrategias que le han permitido a la Iglesia sobrevivir persecuciones y cataclismos, enriqueciéndose asimismo con donaciones, adquisiciones y negociaciones, muchas veces de dudosa legalidad.

El exceso sentimental del imaginario católico motoriza las apariciones milagrosas permitiéndole a la Iglesia establecer lugares sagrados donde manipular el fanatismo de la feligresía y fomentar la explotación de los ritos y la pompa ceremonial, buscando con ello encandilar a los creyentes y avivar sus sentidos a fin de atraer nuevas vocaciones o a las prospectivas víctimas. Algo que la bibliografía de años recientes expone desde las voces de quienes sufren el trauma de por vida pero han logrado llevar a juicio y encarcelar a algunos sacerdotes. Sin embargo, el daño es tan extenso y el aparataje protector tan complejo que la gran mayoría de los abusadores sigue gozando de impunidad y sin levantar sospechas de la familia, pues para las comunidades practicantes, especialmente las humildes, la palabra del clérigo es palabras de Dios y por tanto irrebatible.

La complicidad consciente o inconsciente de la población seglar con estas formas de intolerancia y perjuicio contra los componentes más frágiles de la sociedad, ha ahondado la brecha entre quienes aceptan tácitamente este estado de cosas y quienes se rebelan para derogar la inmunidad sacerdotal pero se encuentra con una institución hermética y muda. Negarse a declarar en caso claros de abusos, reasignar al inculpado a otra parroquia o desestimar la gravedad de los casos, han sido algunas de las estrategias utilizadas por las autoridades para minimizar el daño material y espiritual causado por sus ovejas descarriadas e intentar contener las demandas legales que están socavando el patrimonio eclesiástico.

El segundo capítulo “Imitación de la vida del otro: poder, racismo y diferencias de clase”, repasa tales relaciones de sujeción y dominio, en el marco constituido por las diversas expresiones del racismo y las múltiples gamas del clasismo que experimentan los países de habla hispana. Estereotipar la etnicidad con el fin de mostrar la “superioridad” de la población blanca sobre los demás grupos, cual remanente de los procesos históricos de conquista y colonización por parte de España, y destacar los nuevos racismos de la Península contra los inmigrantes de Latinoamérica y otros países, encuentran su lugar en estas páginas desde la mirada sobre un grupo selecto de películas de la filmografía Iberoamericana.

El binomio racismo-clasismo siempre ha estado presente en el imaginario de nuestros países, que en líneas generales niegan la existencia de un racismo abierto como el existente en la cultura anglosajona, bajo el argumento de que el mestizaje ha nivelado las diferencias étnicas. Sin embargo, los privilegios de clase heredados de un pasado esclavizador se manifiestan en todas las instancias del vivir, ahondando la división entre pobreza y riqueza, endémica en el continente. Unos privilegios, que traen consigo comportamientos racistas, muchas veces sutiles, pero cuyo efecto se observa en el lugar de subordinación ocupado por los grupos no blancos en la pirámide poblacional y económica.

Y entre todos, es la mujer quien se halla en el lugar de mayor servilismo, y quien corre el mayor riesgo de ser objetualizada clasista y racistamente, escudándose las intolerancias en una supuesta personalidad manipuladora que la representa como un ser voluble y eróticamente peligroso, con el poder de atrapar a la víctima en su seductora red. Tal visión proviene de las confusiones, ambigüedades y miedos atávicos masculinos, en la raíz de los excesos, violencia y feminicidios incrementándose cuando la mujer es inmigrante y sin herramientas para defenderse. Algo que en el caso español viene agravado por la falta de apoyo e interés del grueso de la población hacia el colectivo, visto con sospecha, y sobre el cual recaen gran parte de las intransigencias; especialmente en los últimos años cuando se ha visto incrementado el número de emigrados llegados a la Península. Si bien España sigue siendo uno de los países europeos con la menor tasa de refugiados buscando mejor vida, en la otrora nación de grandes desplazamientos hacia el otro lado del Atlántico y hacia naciones más industrializadas del continente a lo largo del pasado siglo.

De hecho, fue esta emigración la que ha contribuido a preservar la llamada pureza racial en Hispanoamérica, especialmente en naciones de amplio mestizaje y grandes asentamientos indígenas precolombinos, viviendo aún hoy en situación de subsistencia y al margen de la economía de mercado. Una economía que no ha traído el bienestar general, sino que más bien ha estancado el progreso obtenido en las primeras décadas del siglo XX. De ahí que con el nuevo milenio los populismos se hayan enraizado, en naciones antaño democráticas, y la figura del autócrata se haya erigido suprema para dirigir los destinos dentro de la tradición del paternalismo latinoamericano.

Ello sigue beneficiando a los grupos económicos tradicionales y emergentes en detrimento de los más desposeídos, cuya situación socioeconómica continúa deteriorándose, lo cual vaticina un aumento sostenido de las masivas migraciones continentales hacia zonas más prósperas del globo, con el consecuente recrudecimiento de las persecuciones, el terror y la ceguera institucional ante los desmanes del poder.

En el tercer capítulo “Bajo la bota del gran dictador: discursos y políticas de dominación”, son esos desmanes el núcleo de las películas estudiadas, en un tiempo cuando el pasado tiránico y sus ramificaciones, que se creía enterrado, ha resurgido con el impulso destructor de las generaciones formadas en el nuevo milenio y aupadas por los tiranos a la cabeza de varias naciones americanas. Esto, al tiempo que España se debate entre una alianza del socialismo de Estado con el nuevo izquierdismo revolucionario, y la derecha de siempre en complicidad con el neofascismo de los nietos del franquismo.

Tal estado de cosas sucede en un marco de endeudamiento, desempleo, criminalidad y atraso donde los individuos sobreviven con la desesperación manipulada por quienes rigen sus destinos, muchas veces confabulados con los sectores económicos para estafar a ahorristas, compradores y pequeños inversores. Ello está produciendo un ambiente de rebelión, donde la mayoría está dejando de ser silenciosa y empieza a vocear sus quejas abiertamente mediante actos de desobediencia civil y terrorismo de baja intensidad, que atacan a las cada vez menos creíbles y respetadas instituciones y a sus dirigentes.

Las deficiencias en el liderazgo, las connivencias entre los grupos de poder, la intervención soterrada de potencias extranjeras en la soberanía de las naciones, el bombardeo mediático con noticias falsas y tergiversadas, se constituyen en la bota que aplasta a la gente y se ensaña con los grupos más vulnerables, generando un ambiente viciado donde, como los virus, las intolerancias surgen y se reproducen exponencialmente.

Desde el terror del franquismo y la guerra sucia, hasta los fanatismos dentro del nacionalismo y la exclusión promovida por autócratas, empresarios y políticos corruptos, las películas aquí incluidas muestran el grado de control que el Gobierno ejerce sobre todas las instancias del vivir en estos tiempos de sectarismos y polarización social. Ante este panorama, las fallas intrínsecas al sistema se magnifican y los rencores se expanden con una impunidad que muchas veces elude la criminalización de la violencia contra los sectores más frágiles de nuestras sociedades. Algo que el covid-19 ha magnificado al destruir sus modos de sobrevivencia, en una Latinoamérica sumergida dentro de una honda crisis institucional y económica, en tanto que España priorizó el debate político sobre la seguridad de los ciudadanos.

El neoliberalismo como forma de control y amordazamiento en nuestra América, se ha aplicado además sin tomar en cuenta las diversas condiciones de los pueblos del continente, dentro de la histórica manera de adoptar sin adaptar los modelos foráneos con su consecuente fracaso. Un fracaso que sigue pagando la gran mayoría en situación crítica, hoy engrosada por los sectores medios empobrecidos ante la pérdida de poder adquisitivo y en algunos países como Nicaragua, Cuba y Venezuela, la desaparición de la libertad de expresión, con la resultante implosión económica interna y la explosión migratoria hacia naciones más estables. Si bien las estructuras socioeconómicas de estas sufren también un proceso de anquilosamiento que dificulta la incorporación de los recién llegados a los sectores productivos, y más aún a la cotidianeidad de la gente del lugar que en líneas generales los ve con recelo, desconfianza y sospecha; especialmente a la mujer constantemente expuesta a la humillación y el abuso.

El hándicap de la mujer, quien muchas veces encuentra al autócrata en las decisiones de gobierno y en las del hogar, es doble y coarta su libertad de acción lo cual, unido a la sexualización que a menudo sufre por parte de la mirada masculina, no ha tenido hasta hace muy poco defensa legal en la sociedad iberoamericana. Si se trata de una inmigrante, quien es frecuentemente ubicada en una posición subordinada, las injusticias se multiplican y la víctima permanece condenada a la mudez y al miedo, especialmente si su situación migratoria es irregular. Algo que la condena al ostracismo y la marginación mucho más que a su contraparte masculina, cual otra consecuencia de las intolerancias de las instituciones. Porque asumir la diferencia entre los sexos no debe conllevar la minimización de los derechos de la mujer, ni la amenaza contra su persona y sobre los demás grupos inmigrantes. En tal sentido, las políticas de tolerancia cero para la detención de los sin papeles por parte del Estado, se han debido más a los intereses políticos de los gobernantes para mantener a sus bases contentas, que al llamado peligro social, representado según ellos por quienes han llegado a comenzar una nueva vida.

Solo la criminalización de los actos de intimidación contra los más vulnerables podrá alterar este estado de cosas, y generar un mayor entendimiento y comprensión dentro de nuestras y otras naciones, para la tercera década de un milenio en el cual tantas esperanzas de paz y prosperidad pusieron quienes lo vieron nacer. Si bien los ataques terroristas contra Estados Unidos y otras potencias occidentales truncaron tales expectativas muy pronto, instalando una cultura del rencor y el recelo, que tan nefastas consecuencias tuvo para las generaciones de los conflictos bélicos y las férreas dictaduras del pasado siglo, y hoy toma nuevos bríos desde las decisiones unilaterales de quienes controlan, manejan e imponen.

El cuarto capítulo, “Llámalo por su nombre: sexualidad e intolerancia”, se devuelve a diversas representaciones cinemáticas del colectivo LGBTI, donde las intransigencias pueden ser exógenas o endógenas dependiendo frecuentemente del estatus socioeconómico de los afectados. Las amenazas externas contra sus integrantes suelen minimizarse, si estos se hallan protegidos por un círculo donde los privilegios actúan como mampara y les permiten desenvolverse dentro de una normalidad difícil de hallar en otros contextos; aunque internamente las particulares obsesiones e inadecuaciones también afectan la naturalidad de los comportamientos otros y pueden conducir a la propia marginación.

Las contradicciones inherentes a las maneras prejuiciadas de percibir al otro azuzan las intolerancias y avivan los rencores. Una operación que transfiere los atavismos individuales a quienes no tienen ningún papel en ellos, pero sufren sus embates al convertirse en las víctimas depositarias de tales inadecuaciones. En el continente americano, este comportamiento viene unido al machismo de las idiosincrasias vernáculas, proclives a someter a quienes no entran dentro del estereotipo de lo masculino, y desde la mirada homofóbica anulan la diferencia para deshacerse de ese alguien puesto a amenazar su virilidad. Ello enraíza una cultura del odio que sigue operando dentro del continente, pese a los avances en materia legal para proteger al colectivo y juzgar a los culpables. Sin embargo, la gran mayoría de crímenes contra la comunidad nunca se resuelven, pues las víctimas temen denunciarlos y en muchos casos las instituciones evaden castigar a los culpables amparados en su posición social o sus contactos políticos. La situación de la comunidad en España también es precaria y las amenazas se multiplican, quedando un amplio porcentaje de ellas sin castigo por las mismas razones; lo cual no genera una discrepancia sustancial en la percepción y el tratamiento de las diferencias al otro lado del Atlántico, pese a que la Península cuente con una legislación más avanzada en materia de derechos para las minorías sexuales.

De la misma manera, dar pie a los falsos moralismos, la deformación de valores producto de un catolicismo sectario y los propios miedos e indefiniciones conlleva atizar la llama de los fanatismos donde se debate Iberoamérica, en una época de retrocesos con respecto a los logros obtenidos por el colectivo LGBTI en años anteriores. Ello, dado el ascenso de autócratas en varios países de habla hispana, incluyendo a los Estados Unidos, que han validado las intolerancias de los individuos, anteponiendo sus agendas políticas a los problemas de los ciudadanos y desprestigiando a las instituciones, que también han privilegiado los dictados del líder por encima de las leyes que las rigen.

Sin que haya un consenso acerca de la normalización de la diferencia, con el fin de crear conciencia en nuestras sociedades para lograr una convivencia armónica entre todos los integrantes, sin distingos de sexo o escogencia sexual, muy difícil será contrarrestar los rencores, animosidades e injusticias contra los miembros más vulnerables. Reconocer y celebrar abiertamente las diferencias es fundamental para alcanzar estas metas y garantizar la completa igualdad ante la ley y la sociedad misma. Solo entonces los distintos grupos victimizados podrán sentirse plenamente seguros dentro de su entorno y representados por un marco jurídico imparcial e inclusivo. Entre tanto, las víctimas del horror seguirán escudándose tras la esperanza que, como depositaria de sus ilusiones, anhelos y querencias, cubre con un halo de fantasía la hostilidad del afuera permitiéndoles sobrevivir un día más.


Introducción de Cámara, acción reacción. Cine e intolerancia en Iberoamérica (Berlín: Peter Lang 2021). 

Hey you,
¿nos brindas un café?