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Buscando a Beto

«Si una mujer que ha dado a luz en un campo de concentración argentino es liberada, lo primero que preguntará a sus padres será: ¿Dónde está mi hijo? Entonces, ¿qué le decimos? ¿Qué le decimos a nuestros hijos e hijas si no hemos podido encontrar a sus hijos, de quienes han sido separados? Por eso la nuestra es una búsqueda muy intensa y significativa para nosotras. Más que basarnos en nuestras creencias y en nuestro sentido de la justicia, nuestra búsqueda está motivada en gran medida por la responsabilidad que sentimos hacia nuestros hijos e hijas, los padres de nuestros nietos desaparecidos «.

La mujer que habla es María Isabel de Mariani, ex presidenta de las Abuelas de la Plaza de Mayo, un grupo notable de mujeres mayores que han dedicado sus vidas a encontrar a sus nietos «desaparecidos», víctimas del reinado del terror en Argentina bajo el régimen militar del general Jorge Rafael Videla (1976-1981). La organización fue nominada al Premio Nobel de la Paz cinco veces por su trabajo y sus logros humanitarios.

Las mujeres embarazadas, que habían sido secuestradas por los militares, dieron a luz a sus hijos en campos de concentración y muchos de ellos se transformaron en los “niños desaparecidos”. Otros niños desaparecieron junto con sus padres. Muchos de los niños nacidos en los campos o que habían sido capturados fueron posteriormente entregados para ser adoptados, a menudo por miembros de las mismas fuerzas militares o policiales represivas que habían secuestrado a sus padres.

Desde su creación en 1977, la Organización de “Las abuelas de la Plaza de Mayo” ha estado buscando a sus nietos sin descanso y ha localizado con éxito 122 niños. El último niño fue localizado el 25 de abril de 2017. Hablé con la Señora de Mariani poco después de la formación del  grupo de abuelas, y le pedí que me contara uno de los casos más notables que habían resuelto. Su rostro se iluminó. -¡Fue Beto! -dijo y procedió a contarme la historia de Beto.

«Aproximadamente hace un mes, un hombre llamado Juan Carlos Juárez llegó a nuestra sede en Buenos Aires para pedir nuestra ayuda para tratar de localizar a su sobrino, apodado Beto». El niño, cuyo verdadero nombre es Sebastián Juárez, había desaparecido en 1977, cuando tenía tres años. En ese momento, Beto estaba viviendo con su madre, Lucinda, en la provincia de Buenos Aires. Cuando las fuerzas paramilitares secuestraron a Lucinda a punta de pistola, dejaron al niño en la casa de un vecino, un hombre mayor que quería mucho a Beto. Él lo mantuvo en su casa por algunos días, y después llevó al niño a un juez de la corte juvenil, que dio Beto a una familia adoptiva que vivía en el área.”

«Reunimos la información que el tío de Beto había recogido», explicó la Señora de Mariani, «y después de una intensa búsqueda pudimos localizar al anciano que había albergado al niño tras el secuestro y desaparición de su madre. Nos contó lo que sabía del paradero del niño, y con esa información finalmente pudimos saber dónde estaba Beto (quien ahora tenía diez años de edad). Fuimos allí con su tío, y le pedimos a la mujer que se encargaba de Beto que nos dejara ver y hablar con él. Ella no nos permitió hablar con él, pero pudimos verlo a través de una ventana cerrada, un niño tímido con una cara muy triste.”

Después de ese contacto inicial, las abuelas hicieron una serie de investigaciones y visitaron a varios jueces para pedirles su consejo sobre la mejor manera de lidiar con el caso. Para entonces, la hermana de Juárez, apodada Chichi, fue a Buenos Aires y el juez le dio permiso para hablar con Beto. Éste desarrolló una cálida relación con su tía, que eventualmente recolectó toda la documentación necesaria para ser encargada de la custodia del niño. Después de mucho trabajo, Beto fue devuelto a su familia.

“El mismo día que Beto volvió con su familia” prosiguió la Señora De Mariani, Chichi lo llevó a la oficina de las Abuelas en Buenos Aires. Cuando Beto llegó, le dimos nuestros sellos corporativos para jugar. Estaba jugando con ellos cuando de repente vio la foto de una niña que habíamos estado tratando de localizar. Estábamos haciendo comunicados de prensa sobre su caso, lo cual es muy importante porque descubrimos que había sido adoptada por un hombre que era jefe de uno de los más infames escuadrones de la muerte que operaban en Argentina. Ese hombre es ahora un fugitivo, y ha llevado a la niña y el resto de su familia con él. La señora de Mariani hizo una pausa de unos segundos y continuó.”

«Yo estaba sentada al lado de Beto cuando él preguntó quién era esta niña. Su tía, con gran sensibilidad, le dijo: «Es una niña que ha desaparecido, y las abuelas ahora la están buscando como te estaban buscando a ti.» Él no dijo nada, continuó sellando papeles y dijo: ‘Se deshacen de ellos [los niños] y luego los buscan’. «Me sorprendieron las palabras de Beto. Le expliqué a Beto que esa niña nunca había sido abandonada por su familia y que su abuela la había buscado desesperadamente. Continuó jugando en silencio, y de vez en cuando me miraba con esos grandes y maravillosos ojos suyos. Entonces tomé una foto de mi cartera y le dije: ‘¿Ves? yo también estoy buscando a mi nieta; Su nombre es Clara Anahí. La quiero mucho, pero no puedo encontrarla y traerla de vuelta conmigo’. «Le dije que muchas noches lloré de frustración, y luego le expliqué lo más claramente posible el proceso por el cual los niños fueron hechos desaparecer. Beto me escuchó atentamente, pero no dijo nada.”

“Luego fue a una oficina junto a la nuestra, donde trabaja nuestra secretaria [Nora]. Beto la vio teclear en una máquina de escribir eléctrica grande, algo que nunca había visto antes. Nuestra secretaria no es una abuela. Ella es la única persona joven que trabaja en nuestra sede. Rápidamente Nora y Beto desarrollaron una buena relación.”

“Nora le preguntó a Beto si le gustaría que escribiera su nombre. Él dijo que si, y por primera vez en su vida Beto vio impreso su nombre completo. Lo miró con curiosidad y le preguntó a Nora si le importaría agregar algo después de su nombre. Nora dijo que sí lo haría y Beto le pidió: ‘Por favor, escriba ahora’. Puesto que la palabra por sí misma no tiene ningún significado, Nora procedió a preguntarle: ‘¿Y ahora qué?’ Entonces Beto respondió: “Ahora Beto es libre«.

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