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Breves consideraciones sobre la ceguera

La fila se extiende dos cuadras. Entran por grupos pequeños. Pagan por una caja de comida a precio subsidiado. Para unos es una gesta heroica del gobierno, que cree que con eso resuelve el problema del hambre, o, tal vez, le sirva para domeñarlos, como creemos tantos. Para otros, en cambio, significa la mendicidad y la flojera del ciudadano, cuando, a mi juicio, y también de muchos más, en realidad no tienen otra opción.

No podemos juzgar tan crudamente al que mendiga a las puertas de un negocio o el que escribe tuits para que alguna autoridad le ayude. Eso no es sinvergüencería. Eso es desesperación. En Venezuela hay necesidades insatisfechas y una vida hostilizada por la canibalización de la sociedad. La gente padece penurias para las cuales ni siquiera estaba preparada. Entrar a un supermercado y que sus anaqueles estén desolados, que no encuentre el medicamento necesario y que deba asumirse un destino fatal porque la economía fracasó son verdades demasiado crueles. Es muy cómodo juzgar cuando el hambre todavía no alcanza a la mesa propia. Cuando el alma no se cae a jirones por la desesperanza.

Todo sube. Los ingresos, no. Se rezagan detrás de los precios, como el corredor que ya no puede más. Todos desean paliar la crisis a costa del prójimo. Y puede que no les quede otra solución. Ya lo he dicho, la sociedad se ha canibalizado. Es por ello que construir salidas es tan importante, tan urgente, porque nos acercamos a Dite, la ciudad que Dante visitó en el infierno de la mano del poeta Virgilio.

El hambre es real. La desesperación es plausible. Agredir al necesitado entorpece, y aún más, envilece. Venezuela no necesita más pugnas… ¡Urge por una unidad de verdad!

Todos somos testigos del fracaso revolucionario, y también de los medios usados para generar cambios. Es verdad que la calle no logró su cometido fundamental. Tampoco lo hizo la ruta electoral. Así de simple. Así de cruel. Así de trágico. La revolución masacró a cientos y apresó a miles. La revolución no ha tenido pudor para emular otras tragedias ya vividas en estas tierras latinoamericanas. Pero también perpetró fraudes electorales. También anuló las victorias opositoras. Nos guste o no, la revolución fue eficiente vaciando de contenido a eso que llamamos democracia.

Para muchos, el panorama luce tétrico. Y lo es, sin dudas. Una salida negociada con una élite a medio camino entre el crimen y una dictadura autoritaria hegemónica es desde luego, una quimera. Creer que unos sesudos negociadores, formados en las mejores escuelas de las universidades occidentales, van a construir una transición es de ellos, un acto de soberbia imperdonable, y de nosotros, una ilusión tan pueril como la de creer que los niños vienen de París. La élite no va a negociar, salvo que se vea constreñida a ello, y sin respeto por la ley, esa fuerza la representa la intervención castrense, con los riesgos y problemas que ello conlleva.

Venezuela ha sido africanizada. Venezuela es un Estado fallido, un Estado forajido. El hambre muerde, las miserias hincan sus aguijones ponzoñosos. La gente ya no cree. No puede, no quiere creer. Y ese desfallecimiento generalizado ayuda a la élite, que se nutre de las pugnas de sus adversarios, de sus enemigos, porque no lo dudemos siquiera un instante, eso somos para ellos: los enemigos que deben ser aniquilados.

La ceguera general es peligrosa. La serpiente se alza y se alista para morder. No nos engañemos, las mezquindades de unos, la soberbia de otros y la sandez de tantos pueden conducirnos por derroteros indeseables.

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