El individualismo es un concepto mal entendido, sobre interpretado y desgastado, casi al mismo nivel que el amor, la amistad, o la democracia. La RAE lo sintetiza como «tendencia a pensar y obrar con independencia de los demás, o sin sujetarse a normas generales» o como la «tendencia filosófica que defiende la autonomía y supremacía de los derechos del individuo frente a los de la sociedad y el Estado».
Desde esta perspectiva el individualismo es la única manera de generar conocimiento y conciencias críticas. Sin embargo, en la actualidad cuenta con una connotación negativa que se utiliza para hablar de los sujetos que poco o nada se interesan en los demás; y, por el contrario buscan la superación, satisfacción y bienestar propios aun en detrimento de sus congéneres, brindándole la representación generalizada de «problema social».
El problema real no es el individualismo, sino el alejamiento. De forma bastante irónica, pese al contacto global que se ha desencadenado gracias al uso de las redes sociales electrónicas, cada vez estamos más alejados los unos de los otros: somos unos extraños. En el ya lejano año de 1967, Jim Morrison cantaba frente a multitudes algo como «people are strange when you’re a stranger faces look ugly when you’re alone. Women seem wicked when you’re unwanted, streets are uneven when you’re down». Sin embargo, actualmente somos más extraños que antes.
No nos estamos volviendo individualistas, nos estamos volviendo indiferentes. Ajenos a las personas, las situaciones e incluso a nosotros mismos. Nos hemos acostumbrado a conocer a nuestros semejantes y hasta a crear nuestras personalidades desde una lógica capitalista: apelando a las prácticas de consumo y a las generalidades, el individuo se diluye frente al estereotipo que lo clasifica como parte de un concepto estandarizado. No somos más Juan, Pedro, Alejandra… ahora somos millenials, feministas, mi reyes, nerds, frikis, etc., este nuevo universo nos conmina de forma indirecta a seguir roles y cumplir estereotipos.
Dentro de este esquema la ontología, ya planteada por Heidegger como la «hermenéutica del “yo soy”», que parte del supuesto de que «primero está el ser en el mundo, luego hay que comprenderlo, después interpretarlo y por último decirlo», queda rebasada y relegada a términos ideales. A estas alturas de sobre interpretación mediática es posible, a través de un post en Facebook, ser en el mundo y decirlo, sin necesidad de comprenderlo y menos aun de interpretarlo. Reaccionamos de acuerdo a la lógica del trending topic o el hashtag.
La lógica del individualismo, por el contrario, surge de la idea de crecer uno mismo, como persona y ente social pero utilizando sus propios medios y herramientas, que desde luego jamás podrán estar aislados de la comunidad.
El individualista busca crecer y mejorarse a sí mismo, pero comprende que no es posible de no ser que el mundo en el que se desenvuelve mejore también. Le es necesario prepararse, conocer, viajar, interpretar… para poder retribuir al mundo en el que se mueve y lograr así que éste crezca con él. Sabe que no se encuentra separado de los otros y que la retroalimentación con aquello que le es externo es la única manera de avanzar.
Y sobre todo comprende que como bien decía Albert Einstein «lo que es y lo que significa el individuo no surge tanto de su individualidad como de su pertenencia a una gran comunidad humana».