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El bote del amor

Desde siempre, es cuestión que se sabe, esto de estar vivo tiene una única cosa segura: la muerte. Sin embargo, la muerte no es tema del que nos guste hablar demasiado, por el contrario, se evita mientras se pueda. Porque duele y asusta. Al que se va y al que se queda. Por eso, enfrentados con la idea del fin, hemos sido capaces de inventar todo tipo de sagas, apostando a que la vida continúa después de muertos, en el paraíso o el infierno, o a que seguimos por ahí como fantasmas, muertos vivientes, energías cósmicas, ángeles y demás emplumados.

Y en general, nos pensamos eternos, sobre todo al comienzo del ejercicio, cuando el esmero está puesto en conseguir la felicidad. Felicidad que asociamos al éxito profesional, el reconocimiento y la fama, el dinero y el acceso a los lujos, y el amor. Felicidad que, para fortuna de algunos pocos, empezamos a relacionar con el consumo. Consumo, que nos consume.

Si estamos aburridos, consumimos; si nos sentimos solos, consumimos; si te sientes tristes, eso se te quita, consumiendo; entretenimiento y redes sociales, compañía, alcohol, marihuana, si te duele, tómate un analgésico.

Todo tiene solución aparente y fácil. Todo menos la muerte. Y así vamos solucionando aquí y allá. Digamos que, la tendencia es que la gente busca ser feliz como sea, y es así que desde 1999, se viene siguiendo un patrón que ha alcanzado recientemente su pico más alto de muertes por sobredosis de opioides.

El tema trasciende los muertos que a pocos importan, por dañados, peludos y rockeros dispuestos a pasar la noche durmiendo en un banco de cualquier plaza la trona, pues en los últimos 16 años, más de 183.000 estadounidenses han muerto por sobredosis relacionadas con los opiáceos recetados.

Sorprende los grupos de edad de las personas más afectadas. Estamos hablando de que entre 2010 y 2015, el porcentaje de sobredosis fatales con heroína se triplicó. Y aunque las tasas de mortalidad por sobredosis aumentaron para todos los grupos de edad, el mayor aumento fue en adultos de 55-64 años. Y el grupo con las tasas más altas de sobredosis fatal fue ligeramente más joven: adultos de 45 a 54 años.

El porcentaje de muertes por sobredosis de medicamentos entre adultos de 55 a 64 años, aumentó de 4,2 por cada 100.000 en 1999, a 21,8 en 2015. Mientras entre 45 a 54 años de edad, son 30 muertos por cada 100.000.

La tasa de mortalidad por sobredosis de los opiáceos obtenidos ilícitamente como el Fentanilo (lo que tomaba Prince) aumentó 73%, de 2014 a 2015. Una droga que está disponible legalmente, con receta médica, e ilegalmente en el mercado negro, y que es 50 veces más fuerte que la heroína pura.

Dicen los expertos que la prescripción de opioides y heroína está devastando comunidades y familias en todo Estados Unidos, de suerte que ya tiene rango de epidemia. Y apuntan que la solución no sólo requerirá limitar las prácticas de prescripción excesiva de los médicos, sino también frenar la fabricación de drogas ilícitas que pueden ser letales, al tiempo que aconsejan disminuir el estigma que rodea el uso de drogas y la adicción, y comenzar a tratar la adicción como un “trastorno del aprendizaje”.

Entiendo que esa es la verdadera raíz del problema: cómo y con qué aprendimos a ser felices. Aprendizaje al que hemos estado sometidos, y por eso trastornados, no solo los norteamericanos, sino todos en el mundo occidental. Porque todos aprendemos desde pequeños a evitar y esconder el dolor y a ser felices a través del consumo paliativo. Y así nos llegó el tiempo de descubrir, que la cura se ha vuelto la enfermedad. El consumo que consume al que consume. Y eso no lo detiene la construcción de un muro. No se trata de evitar que la droga entre a la “great” América. La casa está enferma y la droga se compra en la farmacia.

Y cuando la farmacia no te quiere vender más porque ya te ha vendido tanto como para entrar en sospechas, pues ya eres capaz de recorrer 200 kilómetros hasta llegar a la farmacia donde no te conocen y están dispuestos a venderte hasta que no te venden más y es ahí que te das cuenta, al final de cuentas, que comprar la droga pura en la calle sale más barato, y es más fácil, y nadie te está controlando y ¡listo! Así se está escribiendo esta historia trágica, de adicción y muerte, como si nada, empezando por un simple dolor muscular o de cabeza…

Son más de 1.000 las personas que acuden diariamente a emergencia por sobredosis. Solo el año pasado hubo 59.000 muertes por sobredosis, lo que equivale a más de 160 muertos diarios. Cada vez más centros comerciales que agrupaban la felicidad del suburbio, están siendo abandonados. La casa con jardín, símbolo de la idea de bienestar en la que se invirtieron todo el sueldo y los ahorros de una vida, ahora la encuentras por decenas en cualquier condado o pueblo convertido en suburbio, lugar de encierro, televisión y analgésicos, depósitos de lo que ya no sirve, exhibiendo la ilusión perdida en los plásticos multicolores abandonados en el jardín de atrás, la piscina inflable, el tractor, el castillo de juguete, el columpio de los hijos que crecieron y se fueron sin decir adiós…

Y aunque el amor se ejerce con tanta libertad que basta pasar el índice por la pantalla de tu teléfono para encontrar al hombre o la mujer de tus sueños, se ha vuelto tan efímero como para no creérselo más allá del placer que te puede dar un plato de espaguetis cuando el hambre aprieta; porque el sexo aunque sea delicioso, base indispensable, es insuficiente para construir la felicidad de sentirse acompañado en la vida; pero como hacer familia ya no es el tema, y las familias viven disgregadas, los viejos dejaron de ser responsabilidad de los más jóvenes y se las arreglan como pueden, y el fin de semana pasa sin que a nadie le importes aunque ya te pusiste a dieta y te pintaste el pelo y te compraste el look por internet igualito al que sale en internet… ¿quién sabe ahora de qué se trata eso de ser feliz?

El presidente de este país promete ocuparse de la adicción y fuego y furia nunca vistos en el mundo, para Corea del Norte… por lo que se puede ver en la televisión angustiada, logró que se olvidaran de Rusia por un momento con semejante declaración de Cuarta Guerra Mundial, como si fuera un juego, como si ya no estuviéramos en guerra sorda de muerte lenta, y justo llega el momento de los comerciales y aparece el buen doctor de ojos claros confiables, que te garantiza calmar cualquiera de tus dolencias, y la rubia que sonríe y la morena que asegura, y pastillas van y vienen en todos los canales del prime time televisivo de este país que se consume.

El problema luce enorme, en el centro del imperio de las oportunidades, pero aunque parezca ingenuo, me atrevo a pensar que la solución es mucho más simple de lo que parece. Me inspiro en la cola de tres horas que la gente está dispuesta a hacer, para montarse en el ferry que te lleva de la ciudad a la playa, en apenas una hora de grata travesía acuática y por el precio de un ticket de metro. La congestión de felicidad es tal, en la larga cola bajo el sol, que la cola y la espera se acortan. Y lo que sucede en el ferry es simplemente alucinante: la gente vive la travesía con una emoción conmovedora, exclamando onomatopéyicos a cada ondulación mayor, besándose los enamorados de cualquier edad y sexo, mirándose y tomándose fotos con la ciudad atrás, con la mirada puesta en el horizonte por delante, hasta las caricias más atrevidas en algún rincón feliz del barco, la mano bajo el sostén del bikini humedecido por el salpicón de la ola rebelde, las risas, las conversaciones, la felicidad total.

Quiero decir que apenas se le ofrece a la gente, la oportunidad de mar, briza, naturaleza, a $2,75, la toma sin pensarlo dos veces, y la celebra, y es feliz. Porque es eso lo que queremos todos. A eso estamos dispuestos todos. A la felicidad. ¿Por qué les costará tanto entenderlo a los gobernantes?

Y pienso con tristeza, si nos dieran en Venezuela la oportunidad de mostrar lo muy dispuestos que estamos a ser felices…

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