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Boris Johnson y el incierto futuro británico

Boris Johnson cuenta con todos los elementos para ser considerado un rara avis dentro de la política del Reino Unido. Es estadounidense de nacimiento con nombre ruso, cuenta con una apariencia inconfundible, es experto en literatura británica y admirador de Jorge Luis Borges,  fue el alcalde de Londres durante sus legendarios Juegos Olímpicos, ejerció como ministro de relaciones exteriores en la Foreign Office, y actualmente es el máximo favorito según numerosas encuestas para suceder a Theresa May.

El periodista británico John Carlin lo definió como la versión intelectual de Donald Trump, aunque por su exquisito humor inglés podría ser un destacado miembro de los Monthy Phyton.

Lo cierto es que entre ambas categorizaciones se esconde un político que ve cómo el azar finalmente se alinea a su favor para convertirse en primer ministro de un país con futuro incierto. Y así finalmente cerrar el círculo de un proceso al que siempre le faltó una pieza. Porque la esencia de la política occidental se caracteriza por la correlación no solo entre sus procesos y desenlaces sino entre los procesos y los protagonistas que lo dirigen.

Solo que en este caso, la dirigencia política optó por lo anacrónico para alargar lo inevitable tras el sorpresivo triunfo del Brexit.

Una vez materializado este hecho histórico, Boris Johnson se antojaba como el principal candidato a reemplazar a un David Cameron devastado por el fracaso de unas elecciones que nadie había pedido.

Lo anormal en todo lo relacionado al Brexit no fue que la mayoría haya decidido salir de la Unión Europea. No, lo verdaderamente anormal fue que en semejante contexto quien terminase liderando el país para materializar semejante decisión fuese Theresa May, una entrañable pero irrelevante figura que apoyaba la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea.

Si bien la explicación es que May era la continuación de Cameron, lo que todos esperaban era que fuese Johnson quien tomase las riendas del imperio británico. Después de todo, además de contar con una experiencia política aceptable, para el partido conservador era la oportunidad del cálculo político.

Por un lado, erigiendo a Johnson como nuevo primer ministro el partido podía asegurar el apoyo de las mayorías, además de fortalecer su base. Por otro lado, se evitaba tanto el surgimiento de Nigel Farage como la posibilidad de que su partido lastimara a los tories al atraer el voto de los brexiteers.

Nada de esto ocurrió y el destino de Johnson fue elegido por May, quien lo apartó de la política interna y lo condenó a las gélidas tierras de la política exterior. Era la jugada perfecta para mantener a una figura central del Brexit como voz del Reino Unido en el exterior, y  a la vez congelarla políticamente para evitar su llegada a Downing Street.

Sin embargo, esta maniobra no logró los resultados esperados.

Lejos de mantener cierto equilibrio, tras la renuncia de Cameron el Reino Unido se ha visto inmerso en una crisis política en la que tanto el partido conservador como el laborista han mostrado su peor rostro.

En el lado de los conservadores, el mayor problema ha sido la fuerte división entre quienes desean un Brexit negociado y los que desean una salida a la fuerza, sin ningún tipo de acuerdo con Bruselas. May vivió esta fractura en carne propia hasta el punto de ver imposible liderar al partido en las desconocidas aguas sobre las que navega el Reino Unido.

Del lado de los laboristas se puede decir que el problema es la radicalización que ha vivido el partido en los últimos años, al punto de verse inmerso en escándalos de antisemitismo. Naturalmente, la otra mayor muestra ha sido el fortalecimiento de Jeremy Corbyn como líder del partido, una figura que nunca ha tenido reparos en reconocer su condición marxista, y sus simpatías con regímenes como el venezolano.

Habrá quienes piensen que esta crisis política es el desenlace natural inmediato de una decisión que marcará un antes y un después en la historia del país. Y ciertamente, para una nación del primer mundo es difícil encontrar estabilidad cuando el futuro es tierra inexplorada.

Y paradójicamente, es aquí donde Boris Johnson podría hacer la diferencia tras la renuncia de May.

Con la elección de este personaje como nuevo primer ministro, el rumbo de la política británica retomaría la coherencia que ha faltado en este delicado periodo. Y si bien esto no determinará cómo será la realidad del Reino Unido una vez fuera de la Unión Europea, al menos logrará una estabilidad que facilitará la transición y detendrá el temido avance de Farage, cuyo partido consiguió recientemente la mayoría de los votos en las elecciones europeas.

Estos resultados confirmaron no solo que la mayoría de los votantes desean la salida de la Unión Europea, sino también que no estarán dispuestos a aceptar ningún tipo de ambigüedad al respecto.

Tomando en cuenta que este escenario hace inevitable la radicalización de los conservadores para evitar el descalabro, la elección de Johnson como nuevo primer ministro sería la decisión más lógica para salvar al partido y evitar que este sea reemplazado por el Brexit Party de Farage.

Indudablemente los medios occidentales intentarán vender a Johnson como el nuevo Oswald Mosley gracias a sus simpatías con Trump, a quien estos mismos medios lo han vendido como el nuevo Hitler.

Lejos de la realidad, Johnson cuenta con todas las características para ser quien lidere al Reino Unido en medio de su salida de una Europa en plena reconfiguración con el auge de nacional-populistas como Le Pen, Salvini y Orban.

Si bien Johnson no es un radical como estas figuras, sin lugar a dudas podría entenderse con ellos y con aquellos líderes que en un futuro adopten posturas similares; situación que hoy en día parece más cercana que nunca luego de los resultados de las elecciones europeas.

Y es que, guste o no, el rol geopolítico del Reino Unido será mucho más intenso tras su salida, ya no solo con los miembros de la Unión Europea sino también con aquellos países que busquen seguir sus mismos pasos.

Mientras mejor le vaya al Reino Unido fuera de la Unión Europea, más fuertes serán los fervores euroescépticos e independentistas. Y, por supuesto, el imperio británico estará obligado a jugar un papel determinante en este contexto.

Para mantener el difícil equilibrio entre eficiencia en lo interno y lo externo, entre evitar el auge definitivo de Farage y establecer para el Reino Unido su nuevo lugar en el tablero internacional, la elección de Johnson como primer ministro se hace tan incómoda como necesaria.

De no ser elegido, el partido conservador sufrirá su inevitable hundimiento, y el ascenso de Farage o cualquier otro populista será tan inevitable como indetenible, marcando el final del bipartidismo entre conservadores y laboristas. Abriendo las puertas a un periodo de caos e inestabilidad política que marcará el fin del imperio británico como potencia mundial.

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