¿Alguien recuerda la angustia en 1999 por Y2K, o las quejas y lamentos en 2016 por las “sorpresas apocalípticas” del triunfo del Brexit y Trump? Frente a eso, ¿cómo resumir un año allende más insólito como 2020? La revista Time acaba de hacerlo recurriendo a un truco barato y mojigato: la adulancia.
Después de una campaña presidencial mayormente virtual, donde ambos candidatos cometieron errores de todo tipo y fueron sus peores propios enemigos, la revista decidió que la dupla Biden-Harris son “los personajes de 2020”.
Es normal que en un año de elecciones el ganador reciba esa distinción editorial. Pero no correspondía en 2020, cuando el gran tema ha sido el coronavirus: sus muertos, el desempleo, los saqueos, las protestas y sobre todo los héroes anónimos que luchan con salarios bajos y horarios extenuantes para paliar la crisis.
¿Qué hizo Biden para ser declarado “personaje del año”? Nada extraordinario. Fue quizá el candidato más holgazán que se recuerde, declaró varios disparates y ganó sólo porque era la alternativa bipartidista a una debacle institucional de conflicto de poderes que él –como parte del gobierno predecesor– también causó, por acción u omisión.
Felicitar a un candidato ganador y apostar por una buena gestión es parte de la cortesía y el sentido común, pero adular es otro menú. Tal desvarío de la revista Time recuerda el Nobel que le regalaron a Barack Obama antes de cumplir su primer año de gobierno: atención Noruega, las postulaciones cierran el 31 de enero, están a tiempo de premiar a Biden o Harris con apenas 11 días en el poder…
Planeado o no, EE.UU. ha sido el país más afectado por la pandemia. Especialmente en Nueva York la recuperación tomará años, mientras el ego y los desvaríos del alcalde y el gobernador recuerdan en mucho a cualquier caudillo de eso que se llama “subdesarrollo”, cada vez más visible en este país.
Alimentada por políticos irresponsables, la peor consecuencia del virus es haber acentuado la división entre los estadounidenses, que ahora se ven más a sí mismos como “nosotros y ellos”, en función del color, la preferencia electoral o sexual, la religión, el origen y hasta el estado donde viven.
Si acaso, los mejor preparados en el mundo para sobrevivir al coronavirus han sido los cubanos, venezolanos, chinos, rusos, sirios, iraquíes, somalíes y demás sociedades atrapadas hace décadas en una peste de retroceso, clausuras, demagogia y barbarie; y sin vacuna posible a la vista, ONU mediante.
Si este año de verdad existió o simplemente lo soñamos –en una pesadilla–, igual ya está terminando, como todos los demás. ¿Habría que dar gracias al 2020? Sí, porque aún estemos respirando, trabajando, peleando, criticando, leyendo, viendo el cielo. Y por las lecciones: las relaciones puestas a prueba, el carácter reforzado, la madurez de los aguacates, el filtro en las prioridades y las brújulas que han ayudado a muchos –aún minoría– a ubicarse en la vida y no perder tiempo en excusas e intrascendencias.
¿Se imaginan si Colón, Napoleón o Bolívar se hubiesen regresado porque se les quedó el traje de baño o algo así?