Una mamá viaja con sus dos hijos y su esposo en los puestos de adelante en el tren donde viajo a Londres. Alcanzo a ver su manicure impecable y su cuidada melena rubia, el gris de su cashimir. Los niños se comportan como niños, piden, lloran, juegan, chillan, ríen… la niña grande molesta a su hermanito más pequeño. Escucho la voz grave y británica del que supongo marido y padre, y lo imagino de acuerdo a la reprimenda que les da a los niños inquietos, maduro, de traje formal, atractivo tal vez, a juzgar por lo que alcanzo a ver de la madre dispuesta a dos hijos. Ella hace gestos por darle confort a los niños sin decir mucho. Cuando la niña finalmente cae rendida, la madre comienza a susurrar una canción dulce como la felicidad más antigua, luego otra, en un inglés de fábula… el pequeño muy despierto, la mira fascinado, sigue cada estrofa con atención hipnótica, remedando el sonido con el que ella termina cada frase, canta en su lengua, en éxtasis. En medio de la escena sublime, el padre se levanta, lo descubro enfundado en sudaderas, joven de pelo rapado y piercings… un muchacho muy distinto al padre que había imaginado. Ella lo besa al paso, besa al niño, que gorgorea su felicidad…
Londres: no llueve fuera de la estación, en la puerta un carromato humea bebidas calientes al son de Mozart y con jarras de cerámica artesanal. Ya en la plataforma esperando el metro, una pareja, peludos y encuerados en sendas chaquetas, ella se eleva en puntillas para alcanzar los labios de él, le da un beso, luego otro. Él se deja, pareciera no querer defraudarla, pero tampoco pareciera querer más, la besa en la mejilla y la abraza suavemente, la quiere, la recuesta a un lado de su hombro, la aquieta, ella queda suspendida en su abrazo, flotando en el recuerdo del amor de esta mañana o de la noche anterior tal vez, queriendo confiar, imagino, sospecho, hurto de esta historia que se exhibe desconocida en el andén… es martes, rush hour, el tren llega repleto, hay mucha gente queriendo montarse, no es que él no la quiera, es que él piensa en su trabajo probablemente, mientras ella piensa en las horas que la separan de su próximo encuentro, probablemente, aventuro una explicación parcializada, seducida por el brillo en la mirada que vence el espeso rimmel de ella… hasta que los pierdo de vista entre la gente que sube y baja, entre tantos, un joven muy bien vestido, en sus tempranos treinta, con los ojos de un gris frágil como el cielo en la superficie, sube con dificultad, ayudado por unas muletas. Su pie vendado parece muy herido, pero solo lo nota una señora muy gorda para su estatura, de cuello breve también y morena para más señas, en sus 50s, maquillada con el esmero que te hace quererla apenas la ves, que no dudó en mover su sobrepeso por ofrecerle su asiento al joven. Él se sentó contento, sin decir más que una breve sonrisa. Ella tampoco parecía estar esperando más, confiada en la normalidad de su generosidad, y se dispuso a seguir el viaje de pie, frente a una pareja de ojos almendrados, ambos de negro, él recostado a un lado, ella acaramelada lo abraza frente a las puertas del vagón. Él se deja, la mirada hueca, ella se le pega aún más, busca su mirada, le da besitos. El hace un suave gesto hacia un lado, pareciera que ya no quiere más, pero ella insiste… él la mira entonces, por fin, armado de paciencia, yo espío su mirada que de pronto apareció y pareciera llenar el vacío, busco en ella el gesto, la reminiscencia de su pasión, de nuevo imagino, de la noche anterior, tal vez, esta mañana… el residuo amoroso que deja en ella la ocupa toda; pareciera que él, ya satisfecho, disfruta de la plenitud que le otorga el amor reciente, para poder ocuparse de sus otros temas prioritarios a la hora en que todos van para las oficinas y piensan en lo por hacer, lo por vencer, por convencer, por lograr… De nuevo parcializada, trato de encontrar otro relato en lo que observo, pero no encuentro el otro cuento, ni que me lo contaran.
Tampoco otro beso, ya caída la tarde, del día corto de invierno, a la hora en que todos regresan de las oficinas, cesó el amorío en el trayecto, los combatientes también oscurecidos, dejaron los besos en las oficinas, perdidos entre carpetas, olvidados entre archivos salvados en el disco duro del proyecto asalariado, el esmero esclavizado, las ilusiones agotadas regresan a casa, apagadas las ganas de más, abatidos, son restos, subterráneos.