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esteban ierardo

Bataille, el erotismo y lo otro de la razón

En el pensamiento del siglo XX, el erotismo, lo sagrado, lo ritual y lo que escapa a la pura razón fue el camino de Georges Bataille, pensador (no quería que lo llamaran filósofo), antropólogo y escritor francés que nació en Billom, región de Auvernia, en 1897, y murió en Paris en 1962.

En su juventud, Bataille quiso ser sacerdote. Ingresó en un seminario católico, en 1917. En 1922 lo abandonó. Primero soñó con iglesias, luego con  prostíbulos parisinos. Un plexo de lecturas juveniles, Sade, Hegel, Freud, Nietzsche, dinamitó su fe, que acaso nunca fue muy firme. Sin embargo, se ‘reencontró” con la religión cuando, como extra, hizo de seminarista en Una partida de campo (1936), film de Jean Renoir, en el que aparece con Cartier Bresson, el gran fotógrafo; mientras son  fotografiados por Eli Lotar, amigo de Giacometti, y colaborador de Luis Buñuel en Las Hurdes, tierra sin pan, uno de los más significativos documentales de la historia.

Carecer de una familia con poder económico, y su interés solo por el espíritu, pudo sumergirlo en un desamparo peligroso. Pero Bataille consiguió trabajo como bibliotecario. Es decir, una actividad que le permitía leer y escribir.

Y la escritura de Bataille era la de un místico, como lo acusó Sartre. Pero un misticismo de la experiencia erótica y la interioridad, no de la fusión con ninguna divinidad de las religiones. A través de sus novelas (Historia del ojo y Madame Edwarda), y en su ensayística, emerge su concepción de mundo impregnada por la transgresión, el erotismo, el éxtasis, el interés por lo ritual y lo sagrado, la interioridad y lo que llamó una “economía general”, en ensayos, entre otros, como El erotismo (1957), La experiencia interior (1943), La parte maldita (1949), La teoría de la religión (1), La literatura y el mal (1957) (2), y Las Lágrimas de Eros (1961).

En entreguerras, Bataille no disimuló su antifascismo. Su relación ambivalente con el surrealismo derivó, igual que en el caso de Artaud, en su distanciamiento de André Breton. Como muchos intelectuales, encontró en las revistas un vehículo fascinante de expresión. De ahí su vínculo con  DocumentsContre-Attaque. O Acephale, creada directamente por Bataille en 1936, y que sobrevivió hasta 1939. Su nombre deriva de akephalos, literalmente «sin cabeza». Su primer número de solo ocho páginas contaba con una famosa portada del pintor André Masson, quien se inspiró en el dibujo del Hombre de Vitruvio de Leonardo. La nueva versión de Masson carecía de cabeza, y exhibía en la mano derecha un corazón ardiente y en la otra, una daga. Su título incluye también una alusión a La conspiración sagrada.

Michel Leiris era etnógrafo y escritor; Rober Caillois, escritor, sociólogo y crítico literario. En 1937, con Leiris y Caillois, Bataille fundó el «Colegio de Sociología Sagrada», asociación entregada al estudio del mundo pre-moderno y su fenomenología de lo sagrado. En ese ámbito, nació tal vez la leyenda de un Bataille obsesionado con los sacrificios humanos de las culturas arcaicas. Hubo acuerdo en restablecer esa práctica como acto transgresor, pero nadie se ofreció como víctima sacrificial. Y en 1946, también fundó y dirigió la revista Critique, publicación que continua hasta la actualidad y de vigorosa influencia en la intelectualidad francesa.

Bataille siempre indagó en las fuerzas no racionales. El terreno de lo Otro. Dicha otredad puede ser estudiada desde el análisis conceptual. Es el caso de su ensayo sobre el erotismo. Una de sus más famosas obras, publicada en la posguerra, pocos después de Eros y civilización, del frakfurtiano Herbert Marcuse, que nadó en aguas filosóficas muy distintas.

Bataille  destaca que “en general, el yerro de la filosofía es alejarse de la vida”. Y la vida es la corriente de la continuidad, un puro fluir del tiempo, un puro existir en lo viviente de la naturaleza. Los animales están inmersos en lo continuo. Por eso dirá: “todo animal está en el mundo como el agua dentro del agua».

Pero el humano nace por reproducción, y su conciencia determina las cosas como exteriores de sí, las objetiva en una exterioridad. Y cada individuo es distinto de otro, y todos son “discontinuos” por estar separados de la corriente continua de la vida. La muerte es lo que devuelve a lo continuo. Y el erotismo produce sus propias muertes en vida. El éxtasis orgásmico es llamado a veces una petite mort, porque en el instante del máximo placer hay una salida de sí mismo, un olvido o muerte del yo discontinuo, en el que acontece el regreso a lo continuo no dividido de la vida. En las tradiciones religiosas, lo místico es justamente lo extático, la salida de sí para fundirse en una efímera plenitud con la totalidad divina.

Así, para Bataille, “lo que está en juego en el erotismo es siempre una disolución de las formas constituidas” (3). El erotismo, asociado con la muerte y el éxtasis provoca una trascendencia no hacia un Dios en un más allá, sino hacia la vida cercana, continua, lo diferente de lo discontinuo. Así se asocian erotismo, muerte y mística.

La fuerza mística de lo erótico, su apertura a una “continuidad del ser”, como dimensión sagrada, con vía paralela a la intuición religiosa de lo divino, armoniza con la elección de la portada de la edición española de Tusquets de El erotismo de Bataille: El Éxtasis de Santa Teresa, o Trasnverberación de Santa Teresa, del escultor y pintor italiano del barroco Gian Lorenzo Bernini (1597-1680), en la Iglesia de Santa María de la Victoria, en Roma. La santa absorbida por su exaltada pasión religiosa, por su deseo de fusión con Dios, que transfigura su rostro en un efusivo gesto de pleno goce erótico.

Y fuera de un pensar sobre el erotismo, la pasión amorosa en Bataille también cristalizó en una mujer concreta. En 1938, en su propia casa murió de tuberculosis su amada Laura, la poeta Colette Peignot, de solo 35 años. Poeta torturada, abusada en su infancia por un sacerdote, afectada por las muertes de sus tíos en la Primera Guerra mundial; y en conflicto con su condición de mujer burguesa, usó su herencia para apoyar revistas como Critique sociale. En 1937, Bataille viajó con ella a Sicilia, y juntos se acercaron al Monte Etna. En El culpable escribió sobre el dolor, el delirio, la orgía y la fiebre compartida con Laura. La llamaba la “santa abismada”, y en ella se fundía lo elevado y lo degradado. En vida, Laura no publicó ningún verso. Post mortem, por la mediación de Bataille y Leiris, y en contra de los deseos de su familia, se publicó Historia de una niña (Histoire d’une petite fille, 1943).

Y ya antes de la muerte de Peignot, Bataille se había interesado en la obra del antropólogo francés Marcel Mauss, en cuyo Ensayo sobre el don, forma y función del intercambio en las sociedades arcaicas, publicado en L’Année sociologique en 1925, se encuentra el famoso análisis del potlatch, del que luego hablaremos. Bajo su influencia, Bataille escribió La noción del gasto (1933) y La parte maldita (1949), una de las cumbres de su heterodoxia.

Y participó de los cursos de Alexandre Kojève, un intelectual ruso emigrado que en los años 30 difundió La fenomenología del espíritu de Hegel cual una novela épica. Hegel elaboró una explicación del todo, uno de cuyos aspectos fue una filosofía de la historia universal. Esa visión de amplitud acicateó también a Bataille al momento de acometer su “ensayo de economía general” en La parte maldita. Aquí su dialéctica de la historia contrapone la utilidad al gasto. La “teoría económica restringida” es la que solo se remite a lo utilidad; una “teoría económica general” es la del gasto, la pérdida, el derroche.

La economía clásica presenta al trueque como la forma de intercambio más primitiva. Pero Bataille, siguiendo a Mauss, habla del potlatch, una práctica procedente de los indios del noreste norteamericano (como los Haida, Tlingit, Tsimshian, Salish, Nuu-chah-nulth, y  Kwakiutl). La palabra potlatch viene de la lengua Chinook Jargon y quiere decir «regalar» o «regalo». El potlatch estuvo vigente hasta el siglo XX. Consistía en un festín ceremonial en el que el anfitrión de un pueblo o grupo, durante un intercambio de mantas, exhibía su riqueza, donaba, regalaba, derrochaba y dilapidaba sus posesiones como muestra de exuberancia y riqueza. Este regalar en exceso da prestigio. Y así se humilla o intimida a quien se desea dominar. En palabras de Bataille es “el delirio propio de la fiesta” que “se asocia lo mismo a las hecatombes de patrimonio que a los dones acumulados con la intención de maravillar y sobresalir” (4).

En el potlatch se gasta o derrocha un excedente acumulado, y en esa pérdida se afirma un sentido de riqueza, gloria, honor, prestigio, que es lo opuesto al principio de utilidad y de conservación. Y la utilidad y la conservación son lo racional, la eficiencia, el trabajo y la supervivencia.

En esta visión de la historia se encuentran las sociedades que dan lugar al derroche o consumo de un excedente, las “sociedades de consumición”, y las sociedades de empresa militar como el islam, o la industrial (la sociedad moderna posterior a la Reforma en el siglo XVI), o el caso especial de “sociedad de empresa religiosa” del Tíbet, con una gran cantidad de monjes sin hijos e improductivos que retienen en sí mismos su “violencia explosiva”.

En el dilapidar hay exaltación, exuberancia. Lo cual se relaciona también con la muerte y el sacrificio, porque la muerte sacrificial como regalo a los dioses es inútil dilapidación, lo contrario de lo útil de las cosas; y por tanto esa improductiva dilapidación o derroche propicia la exuberante experiencia de lo sagrado. Y el excedente de las fuerzas acumuladas genera presión. Esa presión se descomprime al derrocharse en la fiesta, el lujo, el sacrificio, la vida gloriosa, o se consumirá de forma catastrófica en las guerras.

El gasto improductivo es una forma de liberación respecto a la economía encerrada en el principio de utilidad, en la vida dominada por un proceso incesante de producción, conservación y acumulación, en el que el productor y consumidor mismo se convierte en una cosa. Y lo útil es parte de las sociedades homogéneas, que se separan de lo que antes llamamos la continuidad de la vida, en la que el animal está sumergido. Por eso, para Bataille, todo lo relacionado a lo sagrado, lo exuberante, la fiesta, lo erótico, lo que no se somete a un fin determinado, un cálculo o beneficio, es lo heterogéneo, lo que devuelve a la vida continua. Este volver a la corriente en sí misma de la vida, a su inmanencia, es la “soberanía”, la “búsqueda de la intimidad perdida”, reencuentro, y no separación, con la intensa vida no dividida.

Así, lo sagrado, y el erotismo, el gasto inútil, el derroche, la fiesta, el juego, la orgía, el sacrificio, el lujo, se oponen a la razón y el trabajo utilitario. Bataille apela a la historia, la antropología, y lo sagrado en los pueblos antiguos, y lo erótico, como recuperación de un afuera de la razón como sistema cerrado. Así en La Parte maldita manifiesta:

“La vida humana… no puede quedar, en ningún caso, limitada a los sistemas cerrados que se le asignan en las concepciones racionales. …la vida humana no comienza más que con la quiebra de tales sistemas. Al menos, lo que ella admite de orden y de ponderación, no tiene sentido más que a partir del momento en el que las fuerzas ordenadas y ponderadas se liberan y se pierden en fines que no pueden estar sujetos a nada sobre lo que sea posible hacer cálculos”.

En la pulsión de salir de lo cerrado de lo racional y utilitario, se acomoda también la fuerza de la trasgresión. De ahí que en La literatura y el mal Bataille busca ese punto de fuga o liberación de lo transgresor que quiebra el límite racional a través de autores como Baudelaire, Blake, Sade, Proust, Kafka, Emily Brontë o Genet.

Y Bataille vuelve a la tranquilidad de su biblioteca. En largos días de escritura, lo abruma la nostalgia de una vida más encendida. Poca será la resonancia de sus páginas heterodoxas en vida, pero luego Lacan, Foucault, lo alabarán. Y, en 1963, la revista Tel Quel le dedicó un número homenaje.

Sartre no comprendió nunca al autor de El erotismo. Lo veía como un bibliotecario que soñaba con orgías. En todo caso, fue, como entendió Savater, un “místico carnal”, que asumió lo que muchos no asumen: una íntima insatisfacción, el saber que la existencia no es solo orden y racionalidad, sino también lo exuberante derramado en lo ritual, lo sagrado, lo festivo, lo erótico. La añoranza de excesos e intensidades, cuando la vida se sabe amenazada por la agonía y el cansancio.


Citas

(1)Hay edición de Teoría de la religión junto con El culpable, de editorial Taurus, 2018.

(2) Gallimard publicó sus Obras completas: Œuvres complètes, París, Gallimard, XII vols, 1970-1988. Con un prefacio de M. Foucault, quien señala que Bataille, según él, es acaso el más importante escritor del siglo XX.

(3) Georges Bataille, El erotismo, ed. Tusquets.

(4) Georges Bataille, La parte maldita, ed. Icaria.

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