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Bajo Fuego de Alejandro Varderi

Al tener que hacer esta presentación de su último libro Bajo Fuego me he preguntado la razón de la emoción que inevitablemente me abarca cuando leo artículos, ensayos o una novela de Alejandro Varderi. Y he logrado dos respuestas.

La primera es que Alejandro, siendo no solamente un escritor sino también una persona que ama y conoce el cine y el arte plástico, logra transformar las palabras en imágenes, en pinceladas, y así el lenguaje adquiere una tridimensionalidad, se transforma en un espacio en el cual se puede entrar, y al entrar hay una transmutación, ya no somos lectores sino protagonistas, ya no estamos leyendo ficción sino que somos parte de la historia, ya podemos penetrar en la intimidad que el autor comparte con sus personajes.

Otra respuesta está en la forma autorreferencial de su escritura. Varderi parte de situaciones reales, de vivencias personales y, por lo que a mi se refiere, muchas de sus vivencias son muy similares a las mías. Tanto él como yo y obviamente muchos otros crecimos en familias de emigrantes con padres que habían padecido la dureza de una dictadura y habían pertenecido activamente en la resistencia en contra de esa dictadura. Ambos vivimos en casas donde los libros eran los grandes asideros para superar nostalgias y crear una nueva identidad, ambos vivimos parte de nuestras vidas en Europa y parte en Venezuela, ambos tuvimos familias que escogieron a Venezuela porque pensaron que en ese país era posible construir futuro y a ambos nos tocó recorrer nuevamente las rutas de la emigración, impulsados por una realidad dolorosa pero también por ese afán de nuevos horizontes que es parte de una herencia que llevamos en la sangre.

Si tuviera que resumir el libro de Varderi en una sola palabra esa palabra sería memoria. La importancia de la memoria, de los recuerdos de lo que hemos perdido irremediablemente, permea todo el libro Bajo Fuego. Lo percibimos desde la lectura de las primeras páginas, cuando el protagonista Nicolás dice: Barcelona en la distancia, Caracas bajo la opacidad del humo proveniente de las bombas lacrimógenas, la basura quemada, y él en el piso 40 del Bank of America, con lluvia, y sin saber donde poner tanta memoria.

La memoria que restituye brillo y fuerza a las relaciones con seres y paisajes queridos que si siguieran vivos y a nuestro alcance, quizás no representarían algo tan importante en nuestras vidas. La melancolía por lo que ya no puede ser le confiere a la memoria una fuerza irremediable, solamente comparable con la muerte.

– ¿Cuándo empieza la muerte?-

– Cuando se llega a un punto de la vida en que no se pueden reemplazar más a quienes perdimos y amamos una vez.

Comentan Rex y Nicolás.

Nosotros los venezolanos no solamente pagamos un amargo tributo a la muerte cada vez que en nuestras vidas privadas no podemos reemplazar a alguien a quien amamos y perdimos sino también mientras asistimos impotentes al deterioro de nuestro país que se aleja cada día más, preso de una niebla que disuelve y devora sueños y esperanzas y a la disgregación de una sociedad que cuanto más profunda más difícil será remendar. Vemos como las personas van cambiando y lo que recordamos como un pueblo alegre, despreocupado, tolerante y fiestero se vuelve otro muy distinto, violento, duro, insensible, donde el compañerismo se torna desconfianza y la broma, de un ayer cada día más alejado, se va transformando en una sátira amarga.

Cuanto más se desvanece la realidad tanto más importante se vuelve la memoria, y no solamente la memoria individual sino que se hace necesaria la memoria colectiva, para asegurarnos que ese pasado que recordamos realmente existió.

A veces, viendo a los tantos jóvenes que salen de Venezuela, pienso que el tributo que pagan a su juventud es no haber podido vivir la Venezuela que vivimos nosotros, la generación de sus padres. Pensamiento doloroso que le otorga mayor importancia a nuestra memoria, porque solamente a través de esa memoria podemos evitar que a nuestros hijos no solamente les devoren el presente sino que también les desdibujen el pasado. Ellos que tuvieron que salir sin estar preparados a ese destino, ellos que veían el extranjero como un lugar donde estudiar, vacacionar y de repente trabajar pero por escogencia y no por salvar su vida,  necesitan de nuestra memoria para enfrentar rabia, miedo, odio, dolor y superar el desconcierto de un desarraigo forzoso. Nosotros debemos devolverles unas raíces para que puedan cortarlas y dejar espacio a las nuevas.

Es tan fuerte esa necesidad que no podemos evitar que la memoria cual tela hilada entre puntadas de alegrías y pinchazos de dolor no nos deje nunca. Cuando Nicolás piensa “Yo acaricio las ramas de Mark para ver flores rodar por la piel de sus laderas hasta la Plaza Altamira” se hace eco de los sentimientos de todos nosotros quienes ni con amores nuevos, amores que saben de Venezuela solamente porque nos aman, podemos alejarnos de un paisaje que en el dolor logró darnos un arraigo que nunca sentimos antes.

Los personajes de Bajo Fuego somos todos nosotros, somos los que salimos de un país y sufrimos los estragos de una emigración que no es exilio pero que no tiene vuelta atrás porque ya no hay país donde volver. Lo que generalmente sostiene al emigrante, lo que le da la fuerza de superar cualquier adversidad, es el sueño de volver un día a su pueblo con dinero suficiente para comenzar una nueva vida entre las calles donde creció. Casi nunca lo hace porque al pasar de los años las raíces que tuvo que cortar han vuelto a anudarse y a encontrar alimento en otra tierra, pero la fantasía queda y la memoria se transforma en algo casi mágico. Un pueblo pobre y triste se vuelve el lugar donde todos vivían en alegría, porque la comida nunca faltó, un cerezo esquelético se transforma en el árbol más hermoso de mi vida, una niñez de privaciones es recordada como la etapa de la más pura felicidad.

Cuando la suavidad del sueño se estrella contra la estridencia de una realidad inevitable, buscamos a quien, como nosotros, vive al borde de un país que se ha ido transformando en un hueco amenazante y juntos tratamos de limpiar escombros en búsqueda de los vestigios de lo que un día tuvimos.

Cuando hubo la tragedia de Vargas, a causa de las inundaciones, yo bajé al litoral a los pocos días para documentar la situación de los italianos. Lo que más me dolieron fueron las palabras de un italiano quien me dijo: el problema no es que nos haya dejado sin casa y sin negocio, el problema es que nos robó nuestro pasado, las fotos, las medallas de mi padre, los recuerdos de mis abuelos, nuestra documentación.

Muchos de esos primeros inmigrantes hoy tienen que asumir el fracaso de un gobierno como si fuera propio y volver, volver a esos pueblos que hubieran preferido seguir soñando y visitar solamente para unas vacaciones.

Lo hacen casi con vergüenza y es lo que refleja Alejandro cuando, por boca de la mamá de Lola dice: “En Caracas o se está damnificado o uno se alegra de no estarlo. “Lo logré” decimos cuando logramos llegar a casa sin que nos asalten ni nos maten”  un poco para justificar su ida de allí tras tantas décadas de mantener una casa y llevar adelante una familia, mientras el nuevo orden arremetía contra todo aquello que podía llamarse tangible.

Quiero terminar subrayando la importancia de un libro como Bajo Fuego para todos los venezolanos que tuvimos que salir y encontrar un espacio en países donde no solamente tienes que construirte un presente sino que tienes que demostrar un pasado. Es importante porque la tragedia humana que vive un pueblo que ha visto el desmembramiento de las familias con hijos desperdigados en lugares distintos, que conoce el dolor de los muertos, el olor del miedo y el sabor de la desesperanza, solamente puede ser entendida a través de las emociones y esas emociones son las que despiertan los personajes de Bajo Fuego.

Yo que como uno de esos personajes digo: “Seré un don nadie, un incomprendido tal vez, me tildarán de egoísta pero yo si amo a ese país, nación o como quieran llamarle” siento la alegría de saber que unas páginas en las cuales voy reconociendo partes de mi ser, lograrán llevar también mi voz más allá de las paredes de los que conocen nuestra realidad tan bien como la conozco yo.

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