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Bajando al inframundo

La virtud es un sendero espinoso, duro, azaroso, pero retribuye a quien lo transita

La maldad existe. Por mucho que queramos negar la existencia del diablo, poco le importa a este lo que creas. Hay gobiernos malignos, perversos. El de Hitler puede ser, sin dudas, uno de los más conspicuos. Hay otros igualmente siniestros, sin embargo; como el de Yosef Stalin o el de Benito Mussolini. Y muchos más: el de Nicolau Ceceascu, Slobodan Milosevic, Idi Amín Dada…

La de Nicolás Maduro es una dictadura de nuevo cuño con vicios de las anacrónicas tiranías comunistas. No abusa de la violencia (aunque la usa y de variadas formas), pero arruina impíamente a la nación con viejas consignas de un mamotreto incapaz de reconocer su fracaso, su obsolescencia. La de Nicolás Maduro en Venezuela, además, no solo es corrupta sino también corruptora.

El engendro al que nos enfrentamos los demócratas es poderoso. Posee palpos aquí y allá. Es un leviatán que trasciende nuestros propios confines. Se yergue en Cuba y en Rusia y en China. Se nutre de viejas relaciones, de inmundicias que se han ido tramando desde hace tanto, desde que Castro, el que ya falleció, bajara con sus barbudos desde la Sierra para diseminar su embeleco en la región. Se apoya en los hombros de viejos guerrilleros, de necios que nunca han dejado de creer en la utopía posible, en el nuevo hombre, que sabemos, acaba siendo más salvaje, más crudo, más inhumano.

Pero más allá de los trágicos dogmas comunistas, del discurso prevaricador, subyace algo más feo, más purulento, algo pestilente que envilece el ambiente, que corrompe, que destruye. Eso enfrentamos, aunque a algunos les duela tanto entender que esta desgracia es la esencia del socialismo, de todo modelo que desdeñe la libertad individual y que pretenda crear una maquinaria ruin que del ser humano hace algo tan pobre como una tuerca en un engranaje. El monstruo, es sin dudas, un fenómeno demoníaco que arrebata la calidad de vida de los ciudadanos, que destruye futuros, que devora esperanzas.

La maldad es difícil de combatir. Es un enemigo poderoso. No escatima inmundicias para imponerse, para triunfar, y lo peor, es taimada y embustera. Es el verdadero rostro de Satán. Por ello, los exorcistas no pueden ser débiles. Se requieren coraje y convicciones robustas para adentrarse en el inframundo, para combatir demonios.

Venezuela es hoy dominio de demontres, de criaturas crueles, malignas. No es hora para discurso ingenuos, para pusilánimes que prefieren ignorar la ruindad de sus adversarios porque tal vez sea menos duro, menos difícil de tragar. Quizá sea más cómodo menguar la malignidad que reconocer la propia incapacidad para enfrentarla.

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