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El baile del tiempo

El calor es intenso. La humedad hierve. Los habitantes de esa población guariqueña que alguna vez albergó al Urogallo, emuló sus actos vandálicos. Más de 200 comercios saqueados, incluyendo un centro de acopio de Mercal. Una de las ciudades más importantes del llano venezolano se incendió. La ira y la impotencia son combustibles muy potentes para avivarlos con escasez y desidia. Hoy, está militarizada.

Muchos dan diversas explicaciones. Todas válidas. A mi juicio, es un síntoma de una grave dolencia que se ha manifestado en varias partes del país. Es una demostración de que el tiempo se agota. La paciencia tiene un límite, sobre todo cuando para tantos, el mañana parece demasiado lejos. La transición no puede esperar. Los demonios comienzan a emerger de sus covachas, de sus huecos pestilentes. Y como si fuesen aves hermosas, serán ensalzados y en hombros, llevados hasta el poder. Creer que cosas peores no pueden ocurrir es una memez sin perdón.

El diálogo en República Dominicana fracasó. Tozudamente, unos y otros insisten con unas negociaciones atinentes a temas ajenos a la mayoría de los venezolanos. Encerrados unos en su soberbia y otros, en su academicismo exagerado, ninguno plantea una salida a una crisis que cada día devora más ciudadanos. Y en ese desierto yermo de palabras surgen los demonios, surgen males peores. Negarlo es irresponsable, insensato. Negarlo es llevar a la nación a derroteros indeseables.

El tiempo se agotó. Unos están tildados de sinvergüenzas y la credibilidad que alguna vez tuvieron la echaron por el caño. Otros, desprestigiados, no logran convencer, porque como Pedro, el del cuento ruso, de tanto mentir, de tanto valerse de eufemismos, hoy son vistos como desvergonzados cómplices de una dictadura. O por lo menos, son apreciados como pusilánimes que ante su incapacidad para generar cambios, optan por la cohabitación con el régimen. En todo caso, son despreciados.

Como la mujer del César, en política no basta ser, hay que parecer.

Las horas pasan y el clima se torna más caliente, más explosivo. En Venezuela los problemas bullen como gasolina en una olla de presión. La devastación puede ser catastrófica y sin lugar a dudas lo será si no se toman medidas urgentes. Así será si unos no aceptan que su proyecto fracasó estridentemente y si los otros no abandonan su academicismo, sus aulas y la comodidad de sus libros. En política no hay nada escrito y como nos ocurre a los abogados en el ejercicio del derecho, la realidad se diferencia de la teoría lo suficiente para requerir escuchar la calle, las historias desgarradoras que desnuden la urgencia de respuestas.

Paciencia no es una de esas respuestas. No lo es. No puede serlo.

El gobierno corrió la arruga tanto como pudo, pero, finalmente, la tela llegó al borde y ya no hay más. Así es, ya no hay más. Se acabó y solo queda intentar detener el caos, la anarquía y lo peor, la perversidad que suele crecer en donde la ley y el orden fueron despreciados y, por ello, aniquilados. La oposición no puede seguir ejerciendo el mismo rol depauperado. Debe resurgir de sus cenizas como el Ave Fénix. Venezuela no solo lo necesita imperiosamente, sino que se lo exige a gritos. Sordos son si no los escuchan.

No vayamos a indagar soluciones donde no hay más que vaguedades. No es hora para maniobras electorales, para acuerdos exangües y salidas timoratas. Llegó la hora de los líderes, de las definiciones, de las capacidades bien orquestadas y desde luego, del coraje para enfrentarse a un monstruo, que como tal intenta saciar su pútrida ambición con nuestras desgracias.

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